martes, 16 de noviembre de 2010

La bestia entre las flores: Reynaldo Arenas y "Antes que anochezca"

Ver aquellos cuerpos, aquellos sexos, fue para mí una revelación:

indiscutiblemente, me gustaban los hombres.

(Arenas, 25)

Reinaldo Arenas no sólo representa una de las piezas clave para entender la literatura contemporánea en Cuba, sino también, un ícono de la cultura “gay” internacional. Más allá de ser un intelectual caracterizado por el uso de un lenguaje poético a través de su peculiar narrativa, ha sido considerado como un referente de la represión castrista contra la comunidad homosexual cubana, y una estampa de la “lucha gay” en América Latina. Durante su corta vida (1943-1990), ocupó sus letras como un arma en pos de la no discriminación, de la libertad sexual, y de los derechos de los homosexuales. “Antes de que anochezca” (1990), su última novela (autobiográfica), y escrita mientras el autor entraba en fase terminal de VIH (SIDA), es tanto una declaración personal de principios antes de la muerte, como una pieza sustancial de literatura “gay”, por sus continuas alusiones a la extroversión, a la subversión contra la “normalidad heterosexual”, al travestismo, y a la sensualidad. Se puede divisar el tema del homosexualismo como conductor diegético de la novela, así como una construcción estética predominantemente homoerótica. Se primacía, simbólica o explícitamente, el tema del varón que admira, desea, estimula y posee, sexualmente, a otro varón. A través de una “mirada homoerótica”, erógena y desenvuelta (la personalidad del “gay loca”), Arenas devela sus aficiones, temores, concepción de la tradición y la moralidad, visión de los roles de género y obsesiones. El análisis riguroso de “Antes de que anochezca”, a partir de este “filtro estético gay”, representa, además de una denuncia a la represión y a la dictadura, un viaje que mezcla la “carnavalización” con el mundo sinestésico del homoerotismo.

A manera de introducción… “Escritor, homosexual, disidente… ¡homoerótico hasta la muerte!”

Reinaldo Arenas pensaba morirse en el invierno de 1987. Después de haber recibido un diagnóstico terrible, su padecimiento de SIDA, había perdido todo hálito de vida. Fue entonces, que se aferró a un retrato de Virgilio Pinera, poeta cubano, y le rogó que le diera tan sólo tres años más de vida. Tres años, para escribir un testimonial, una autobiografía en la cual Arenas confesara qué ha vivido. Dos años y medio más tarde, estaría lista la novela Antes de que anochezca (1990), que es según Enrico Mario Santi (2003), un experimento peculiar (IX), en donde Arenas reafirma aquellos valores que compusieron irrevocablemente, su manifiesto de vida: “moriré siendo escritor, homosexual y disidente” (Arenas, 9).

La obra de Arenas emula las sensaciones, los colores, y las formas de la naturaleza (Vadillo, 2002). El autor utiliza esta particular imaginería para abordar en Antes de que anochezca, una temática fundamental en su vida y leit motiv de la novela: la homosexualidad. A través de sus páginas, la novela constituye un conjunto de relatos eróticos en donde se primacía el “homoerotismo”, que es aquella descripción y estética, en donde se alude a la relación sexual de dos individuos de un mismo sexo (27). Las páginas de Arenas no pueden separarse de la descripción homoerótica, como a lo largo de su vida, él no pudo –ni quiso- eliminar su gusto por los varones. Sin embargo, Arenas otorga una visión particular del homosexualismo, que mezcla la estética homoerótica de autores latinoamericanos de la llamada cultura gay (Vallejo, La virgen de los sicarios, Puig, El beso de la mujer araña), con la sinestesia y carnavalización del neobarroco cubano (Sarduy, Hernández Catá, Ballagas, Montenegro, Lezama Lima).

“Amarra a la vaca vieja, que ahí le va su toro negro”: Animalización inocente en la niñez homoerótica

Según George Bataille en El erotismo, la diferencia entre los animales y los seres humanos, en términos eróticos, es que mientras los primeros obedecen a su instinto para el consumo del coito, los individuos construyen psicológica y socialmente, una “noción erótica”, que trasgrede lo meramente instintivo, para enmarcarse en el panorama del deseo. Mientras el animal no asocia la relación sexual con un lazo afectivo, sino reproductivo, el ser humano obtiene más que el sosiego de la excitación hormonal, mediante el sexo. Exterioriza sus fantasías ocultas, sublima –en términos freudianos- aquella unión meramente biológica, para construir una segunda incitación, conflictiva y erótica. Según Freud en Esquema del psicoanálisis, la niñez constituye el puente entre el “gusto” animal, y el deseo “pulsativo” y erótico o “libido”. Antes de que anochezca rompe con el análisis freudiano de la libido en la niñez. El niño cubano del entorno rural, no construye una libido a nivel psicológico, sino meramente, a través del instinto. Mediante el gusto por la fricción genital, y por el placer de los sentidos, subyuga su deseo físico. Al no reprimirse en absoluto, no aprende a desear, sino que entra en un mecanismo de deseo-satisfacción poco erótico, y más bien pulsativo. Por tanto, como se satisface rápidamente, “desea poder desear más”, aumentar su incitación, y comienza a volverse adicto al deseo y al riesgo.

Antes de que anochezca es una novela escrita en retrospectiva, que comienza cuando Arenas, en su lecho de muerte, es presa de un “flashback” (analepsis) azaroso. El Arenas adulto, erótico, recuerda al Arenas niño, pre-erótico. El Arenas moribundo comienza contando la historia de un infante que no construye en torno a él una concepción erótica del “yo”, ni del “otro” (ver pp. 9-48). Por el contrario, es un individuo que busca el contacto sexual por un hedonismo involuntario; busca “sentir placer” por el “mero placer corpóreo”.

El niño Arenas no aprende a desear, ni lleva la pulsión a un nivel discursivo de deseo. ¿Por qué? Hipotéticamente, podría decirse que el niño no aprende a “desear”, porque “no sabe qué es no tener”. No se reprime en absoluto. Es anti-erótico en un principio, ya que sí siente, a nivel hormonal, el deseo del coito, pero lo subyuga consumándolo con animales: “no solamente las yeguas, las puercas, las gallinas o las guangas, sino casi todos los animales fueron objeto de mi pasión sexual, incluyendo los perros. Había un perro que me proporcionaba un gran placer” (Arenas, 39). El niño Arenas es inocente, debido a que no existe una construcción discursiva que lo reprima, que le diga que la zoofilia es inadecuada. Todos los niños del entorno, al fin y al cabo, tienen relaciones con animales. Y es común asimismo, gozar de experiencias “incestuosas”. Una de las primeras excitaciones de Arenas, es incluso con su tío: “Yo tendría entonces unos ocho años y me sentaba con él en la misma montura; inmediatamente que montábamos a caballo, el sexo de mi tío comenzaba a crecer” (40).

Arenas desarrolla más tarde, una noción erótica y un “superyó” represivo, tan pronto “desea” sexualmente, aquello que no puede poseer: “me gustaba ver aquellos cuerpos masculinos chorreando (al salir del río), con sus sexos relucientes” (Ibíd.). Desarrolla un complejo edípico con su madre, en primera instancia, “mi madre era una mujer muy bella, y muy sola” (17), pero después, comienza a desear a su abuelo. Más tarde descubrirá, que no desea precisamente a su abuelo, sino únicamente su sexo.

Mi abuelo se volvió, (…) comprendí que tenía unos cojones inmensos; (…) era un hombre con un sexo prominente y, sobretodo, con testículos gigantescos y peludos. (…) Durante mucho tiempo, sentí celos de mi madre, con mi abuelo; en mi imaginación, la veía poseída por él, él la violaba con su gran sexo, y sus enormes testículos; yo quería hacer algo, pero me era imposible. No sabía si sentía celos de mi madre o de mi abuelo, tal vez eran celos múltiples (31).

La violación a la madre en su imaginación, es la introducción al mundo de lo indebido. Al sentir la impotencia, los celos, y el deseo en última instancia, Arenas pasa de ser un individuo animalizado y anti-erótico, a convertirse en un ser erótico, cuyo deseo se centra en la admiración a las gónadas masculinas. El pene, en este punto de la diégesis, adquiere un papel preponderante. La fijación del portento del pene introduce a Arenas a un nuevo objeto de deseo: el varón. La pugna “superyó”-“ello”, no existe en el contexto rural cubano, en lo que respecta al sexo. Sin embargo, el niño Arenas sí comienza a desarrollarla, ¿por qué? Esto obedece a que a él, contrario a lo “debido”, le gustan los varones, y no las mujeres. Cuando descubre que su deseo se contrapone al discurso de virilidad y moral familiar de su entorno inmediato, adquiere inconscientemente, un contra-deseo, que lo motiva a reprimirse, a querer encontrar una válvula de escape. Es entonces, que Arenas comienza a masturbarse. No puede tener relaciones sexuales con los muchachos que lo incitan sexualmente, por tanto, se autorreprime a través de la masturbación: “descubrí el misterio de la masturbación; claro que, con tan sólo seis años, yo no eyaculaba, pero me deleitaba pensando en esos muchachos desnudos y frotándome el sexo” (25). Asimismo, es a partir de esta edad (seis años), que Arenas entra en una búsqueda continua e indetenible por el placer, por el experimento de nuevos sosiegos sexuales: “La etapa entre los siete y diez años, fue mi mayor erotismo, mi mayor voracidad sexual (…) me gustaban los hombres; (…) me gustaba verlos salir del agua, correr por entre los troncos, subir a las piedras y lanzarse”” (Ibíd.).

Cuando Arenas alcanza la edad de doce años, su psique consolida un discurso erótico pleno, que es en su particularidad, homoerótico, por la fijación que mantiene por el “pene del otro” y no por “su propio pene”, como es normal en la entrada a la etapa fálica (el descubrimiento del pene). “Me fascinaba el sexo de Orlando y él se complacía en mostrármelo cada que le era posible; era algo grande, oscuro, cuya piel, una vez erecto, se descorría, y mostraba un glande rosado que mostraba, a pequeños saltos, ser acariciado” (29). Desarrolla, entonces, un gusto especial por penetrar analmente, y por él a su vez, ser penetrado por otros: “(…) él me la metió, y después, a petición suya, yo se la metí a él” (29). Lo que al principio parece un problema para Arenas, pero a la larga, le resulta más incitante, es que pronto descubre que estas penetraciones, le generan un sentimiento de culpa: “sentía un enorme miedo, y dentro de mí, pensaba que habíamos hecho algo terrible, y que nos habíamos condenado por el resto de la vida” (Ibíd.). Pero, ¿qué prohíbe el encuentro con un varón en la mente de Arenas, considerando que creció sin establecimientos de prohibición sexual? Su culpa está en función de que mientras él disfruta la penetración se siente desconsiderado, ya que su madre no puede gozar del mismo placer, por la carencia de un hombre (el abandono de su padre). Su complejo edípico, tarde o temprano lo persigue: “(…) y mientras Orlando me la metía, mientras me cogía por detrás, yo pensaba en mi madre, en todo lo que aquella durante tantos años jamás había hecho con un hombre, y yo hacía ahí mismo, en la arboleda, al alcance de su voz que me llamaba para comer” (Ibíd.).

No existe un discurso moral o religioso como tal en el pueblo de Perronales (donde Arenas crece), que prohíba sus encuentros homosexuales. No obstante, la santería y los ritos sincréticos, hacen el papel de sistema prohibitivo y fomentador de la culpa: “cuando las médiums dirigidas por Arcadio, nos “despojaban” a mi madre y a mí de los malos espíritus, girando a nuestro alrededor, yo sentí un miedo terrible. Pensé que una de estas médiums (…) caería rendida y (…) revelaría ahí, delante de todo el barrio, lo que yo había hecho con Orlando” (30). En Antes de que anochezca, muchos jóvenes de las provincias, tal vez, durante la etapa “animal” o anti-erótica de la niñez, y por ende experimental, sienten cierta atracción por los falos de otros, sin embargo, esta fijación parece acabarse con el tiempo: “Orlando (amante de Arenas), se convirtió en un joven muy hermoso (…) se casó, y ahora tiene varios hijos y nietos” (30). ¿Por qué en Arenas el gusto por el falo de otros no es algo pasajero? Por la preponderancia que le brinda, desde los seis años, al pene, como centro erógeno de la otredad, como artificio proveedor de placer: “Darío era un muchacho atrevido (…) montado sobre un caballo, se sacaba su miembro, bastante considerable por cierto. Yo gustoso, contemplaba aquella maravilla” (28).

“Haciéndole ojitos al mundo”: hacia una estética gay

¿Cómo percibe un homosexual el mundo?, ¿cómo se es, vive, piensa, ama, y sufre, gay? En plena postmodernidad, lo que antes parecía impensable, ver a una pareja del mismo género intercambiando afecto, o anunciando públicamente su relación, ha pasado a convertirse en uno de los temas más emulados por la cultura de masas. Los medios de comunicación se han impregnado de productos comercializados por y para la comunidad gay, sobretodo, programas de televisión, revistas y espacios virtuales. De modo que pretende construirse y posicionarse a nivel social, una cultura del homosexualismo, una visión gay a través de la cual, el homosexual se auto concibe, y observa el mundo en el que vive, a partir de referentes concretos que expresan su personalidad, búsqueda y rebeldía erótica, tales como el travestismo, la exageración, el lenguaje altisonante, o la explicitud en las descripciones “orgánicas” del sexo (Eribon, 2002). Mira establece en La mirada gay (en Gays y lesbianas en el cine, 2007), que la obra de arte homosexual, posee una “estética gay” bien definida:

(…) se relaciona sobre todo con la pluma (lo pomposo), lo camp (abierto en su sexualidad), lo relamido, cierta elegancia, cierta sofisticación, y que muchos rechazan de plano. (…) Un gusto por la rebeldía y por la ruptura en las formas estilísticas, con la exageración de las situaciones narrativas, de hacer al “personaje gay” (o protagonista gay), el centro de la problemática, y en relacionar esta problemática, con el hecho de que sea homosexual. (45-47).

Según Mira, los elementos formativos de la “estética gay”, son: a) sofisticación en las formas de exposición, pero no en las formas mismas, ya que éstas rompen con lo clásico en elementos muy concretos, como los colores, tamaños o posiciones (en literatura, lo vemos en las descripciones y proporciones); b) una “problematización” de lo homoerótico, y c) un gusto particular por los cambios de identidad y de rol social. En la mayoría de los casos, la estética homosexual y el homoerotismo, parecen encontrarse en los mismos lugares, sin embargo, existen obras homoeróticas que no necesariamente se congracian con los discursos gay convencionales. Tal es el caso de Antes de que anochezca, cuyo contenido homoerótico es innegable, pero que no expone a los círculos sociales homosexuales como centros de sofisticación, sino más bien, como explosiones de exuberancia homoerótica. En la diégesis de Arenas, el homosexual no es un “caballero gay”, no es el queer que cuida su aspecto, de miradas y expresiones dulces. No. Para Arenas los homosexuales, son “locas”. No obstante exterioricen un afán por ocultar su lujuria, ésta será eminente tarde o temprano. El homosexual, para Arenas, es un ser altamente sensitivo, erótico y presa de sus deseos. “La homosexualidad se exagera en sí misma. Todos los seres se tornan homosexuales, o de menos deseantes, como en Leprosorio o en El color del verano”. Cabe señalar que Arenas no brinda una definición general y única del homosexual, sino una visión particularizada al homosexual cubano, que por su naturaleza extrovertida y carnavalesca, bien podría extenderse al homosexual caribeño, y tal vez en nociones más forzadas, al homosexual latinoamericano. “Trato el tema de la homosexualidad en esta novela (Antes de que anochezca), un tema reprimido en Cuba y casi por todo el género humano” (Arenas, 15).

¿Por qué los homosexuales de Arenas se dejan dominar por la lujuria? William Forster (2009) destaca que algunas obras de Arenas utilizan un mecanismo dialéctico entre la extroversión homoerótica e irreverente, pero secreta, y la opresión de un régimen homofóbico. “Arenas puede bien acusarse como una aplicación literaria y simplista del Eros y civilización, por la contraposición entre los regímenes y las fiestas homoeróticas, (…) muestra la disyuntiva del eros (homosexual), contra la civilización (orden)” (170). Sin embargo, Forster destaca que esta dialéctica no resulta tan simplista después de todo, ya que conforme las narraciones avanzan, toman un giro irónico, a través del cual, el régimen termina siendo más absurdo que el desorden lujurioso, y el homoerotismo desordenado, más sincero y ético que el régimen. Según Linda Hutcheon (De la ironía a lo grotesco en la postmodernidad, 2004), la ironía funciona como una trasposición, a nivel textual o discursivo. En la narrativa de Arenas, ocurren quiasmos eróticos. Los homofóbicos tienden a mostrar su homosexualidad oculta, y los homosexuales, terminan riéndose de su propia comunidad sexual, a manera de desfachatez o rebelión subjetiva. Exageran su subversión contra el canon homofóbico, a través del travestismo, la carnavalización, o el llamarse “locas”. “Recuerdo que Tomasito la Goyesca, se lanzó en plena guagua, desesperada por encontrar a un macho, a un soldado que por ahí pasaba” (127). Cuando Arenas describe a un homosexual que trabajaba en la Biblioteca Nacional (el “la Goyesca” de la cita anterior), parece denigrarlo más aún que los propios homofóbicos, pero no en un sentido despectivo, sino más bien, sarcástico: “Tomasito, la Goyesca, era una loca que trabajaba en la Biblioteca, al cual bauticé con ese nombre porque era como una figura de Goya; enano, grotesco y caminaba como una araña. Tenía una voracidad sexual incontrolable” (Arenas, 103). Según su taxonomía personal incluso, Arenas destaca cuatro tipos de locas. El primero, es la loca de argolla, que “es constantemente perseguido, arrestado en algún baño, (…) un homosexual escandaloso que insensatamente era arrestado en alguna playa” (Ibíd.). El segundo, remite a la loca común, que es “ese tipo de homosexual que en Cuba tiene su compromiso, que va a la cinemateca, que escribe de vez en cuando algún poema, que nunca corre un gran riesgo, y se dedica a tomar el té, en casa de sus amigos” (Ibíd.). El tercero es la loca tapada, que es la que se oculta tras un rostro homofóbico: “muchas veces eran aquellas mismas, las que reprimían a los homosexuales”. Y finalmente, en cuarto lugar, ubica a la loca regia, “una especie única en los países comunistas; (…) tiene nexos con el máximo líder o desempeña una labor de Seguridad de Estado” (Ibíd.).

Arenas se empeña en mostrar el absurdo de la discriminación y de la hipocresía social, a través de su dicotomía elemental: homofóbico y homosexual, que a final de cuentas, son la misma cosa. En Antes de que anochezca, Arenas como protagonista, vive sumergido en este sentido irónico. Por un lado, sufre la discriminación, víctima de la homofobia de su medio, pero por otro, se aferra en admirar a aquellos varones que lo excluyen. Irónicamente, se siente atraído por el discurso de virilidad del hombre –la galanura, la fuerza, la valentía-, y no por otras “locas” como él. En la novela, vemos esta dialéctica erótica cuando el joven Arenas se fija en su compañero de clase, Guillermo, quien de súbito le fascina: “violento, guapo, altanero, un poco enloquecido, que se sentaba detrás de mí y me pinchaba con su lápiz”. ¿Por qué Guillermo pinchaba a Arenas en el trasero? En el fondo, no obstante su bravura, se sentía atraído hacia él: “(…) aunque nunca llegamos a tener relaciones eróticas, llegamos a las miradas de interés y los juegos de mano” (28).

Forster cita otro ejemplo, el del pasaje del soldado. Cuando Arenas pide su exilio en el puerto de Mariel y es capturado, debido a su homosexualidad, se siente atraído por el soldado que lo tortura, quien según parece, tampoco lo repudia del todo. Forster destaca que, “en su descripción, la atracción sexual entre estos dos hombres es inminente, -el soldado homofóbico y el homosexual-. Aunque su complementación sexual no se consolida, debido a la irrupción de la homofobia circundante” (173). A través de Antes de que anochezca, Arenas ridiculiza al soldado, arquetipo de la virilidad, al volverlo homosexual. Homofóbico por entrenamiento y educado instigadoramente por el discurso militar, el soldado debe reprimir la homosexualidad, y no incluirse dentro de ella. Sin embargo, los soldados de Arenas están poseídos por la lujuria, y al no encontrar algo mejor que un muchacho para saciarse… bueno, como dice Augusto Monterroso, lo demás, ya es un silencio:

Un día Hiram y yo fuimos en búsqueda erótica hasta la Isla de los Pinos, y allí pudimos pasarnos a los regimientos enteros; los reclutas, desesperados por fornicar, tan pronto se enteraron de nuestra llegada, despertaron a todo el campamento. Los jóvenes, envueltos en sábanos, u otros, desnudos, iban a nuestro encuentro, y nos metíamos, en unos tanques abandonados, y armábamos un terrible estruendo (119).

“¡Arriba la revolución (homoerótica) cubana!”

En la estética de Antes de que anochezca, se otorga prioridad a las descripciones sinestésicas, es decir, a las que aluden a la adjetivación que refiere al uso de los sentidos: “La peste y el calor, eran insoportables. Ir al baño era toda una odisea, aquel baño era un huequito en el que todo el mundo defecaba; era imposible llegar ahí sin llenarse de mierda los pies con todo y tobillos, y después, no había agua para limpiarse. Pobre del cuerpo” (205). Estos constructos sinestésicos, se aúnan a las descripciones de las relaciones homoeróticas, para dotar al texto de una “sensibilidad” particular: “por ese entonces, yo me estaba cenando un amante negro buenísimo, (…) no podíamos hacer el amor en la casa de mi tía, porque me amenazaba con llamar a la policía, por lo tanto, lo hacíamos entre la maleza. El negro, cubierto de olor a hierba y oscuridad, me era aún más excitante” (203). Por lo general, la relación homoerótica “Arenal” (creada por Arenas), no remite a una belleza canónica o aristotélica (la bondad, la perfección, y la representación exacta de la verdad), sino más bien, a lo grotesco y escatológico (gusto por lo asqueroso). Si el encuentro sexual homoerótico es catalogado de “sodomía” e impureza, Arenas parece gritar desfachatadamente “sí, ¿y qué?”; el acto se exagera en su grotesquidad. Se hace más impuro, inusual, animal y escatológico: “Orlando me cogía entre un juego de moscas y olor a mierda, que parecían sumarse al festín” (29). ¿Para qué llevar el homoerotismo a la grotesquidad? Según Bataille, la voracidad en el homosexualismo y la promiscuidad, obedecen a la necesidad psicológica de mostrarse, de rebelarse contra una sociedad que reprime el discurso gay y fomenta la libertad sexual.

Arenas, por lo tanto, es un rebelde, que se opone a través de su literatura, a la homofobia “hipócrita” del pueblo cubano. Arenas dice que: “Fidel Castro declaró una vez, cómo debía de ser el comportamiento de los varones (…) los quería militares. Para él, los muchachos melenudos y libres, eran inadecuados” (202). Considerando que hay una “loca” reprimida, dentro de cada homosexual, el discurso de la virilidad emulado por el Estado en Cuba, es una completa farsa. La exageración extrema de la promiscuidad, mediante las experiencias sexuales de Arenas y de sus amigos, es solamente la denotación de esta gran farsa:

Un día empezamos a hacer un inventario de todos los hombres que nos habíamos pasado por aquella época; era el año sesenta y ocho. Yo llegué, haciendo unos complicados cálculos matemáticos, a la convicción de que, por lo menos, habría hecho el amor con unos cinco mil hombres. Hiram alcanzaba la misma cifra, aproximadamente. Desde luego, no sólo Hiram y yo éramos los tocados por este nuevo furor erótico: era todo el mundo (119).

Este es el medio que Arenas ocupa para completar su subversión política y moral ante el sistema, que se consolida mediante la publicación de novelas altamente estridentes y sin censura, como El color del verano. Hay que considerar, que en esta empresa de desfachatez, Arenas no está solo. Otros poetas de la época como Sarduy o Virgilio Piñera, se muestran en la novela, igual de sarcásticos con el régimen, y con otros homosexuales. Hay que destacar que en la “liberación sexual” de Cuba, no todos los poetas participaron. Mientras algunos como Hiram, Cocó, Arenas y Piñera pretendían ser lo más abiertamente homosexuales que se pudiera, otros como Lezama Lima, preferían ser “locas tapadas”. Arenas repudiaba la hipocresía de Lezama, e incluso destacaba que no la entendía[1]. Según Antes de que anochezca, Lezama invitó una noche a cenar a Arenas y a Piñera, con el fin de felicitarlos por sus logros literarios: becas y premios nacionales. Cuando Lezama le dijo a Piñera, “es un orgullo que usted represente a Cuba”, éste respondería “qué raro, yo sólo quiero recetarme un negro” (Arenas, 193). Los homosexuales Arenales, no son como Lezama, son como Piñera. No son gaylords, son locas. Se construyen, asimismo, dos estéticas diferentes, según el homosexual, una para el gaylord, y otra para la loca: “Virgilio prefería desplegar sus gustos hacia los más rudos, los negros o los camioneros; Lezama en cambio, amaba las tertulias literarias, las conversaciones de sobremesa en el café, y los hombres en extremo, cultos; tenía gustos helénicos. Pero para los cubanos, los gustos de Piñera eran más populares” (110). Para Arenas, ser un homosexual y autorreprimirse, es ser parte del sistema, es ser un engranaje de la gran maquinaría homofóbica de la dictadura. Si Lezama se “salva” de ser un cooptado, es porque en su literatura, y no en su persona, decide ser una loca. Sobre la publicación de la novela de Lezama más popular y deidificada por el canon, Paradiso, Arenas relata: “desde mi punto de vista, Lezama hizo aquí, un acto heroico publicando Paradiso en 1966. Nunca se ha visto una obra tan refinada y homosexual, tan rica en sus imágenes, tan latinoamericana, tan extraordinariamente compleja, tan criolla, tan cubana, y también, tan extraña” (Ibíd.).

Arenas establece, también, que la “revolución sexual” de la Cuba castrista, no se limitó exclusivamente a los homosexuales-loca, sino también a los “buga”, o heterosexuales: “todos estaban urgidos por coger, hacer el amor era lo más importante” (120). Pareciera que la Cuba de los sesenta, a través del retrato Arenal, fuese un paraíso sexual, y sobre todo, homoerótico: “lo más fácil era encontrar un amante. Llovían jóvenes cuya único fin era hacer el amor con uno; siempre había decenas de ellos dispuestos a irse con el que pasara a las casetillas de la playa de La Concha” (119). Por ende, el acto sexual juvenil, homosexual o heterosexual, comienza a amenazar el “orden público”, “la estabilidad”, “el progreso” y la “unidad nacional” que tanto enarbolaba Castro en sus discursos. “La juventud se unió en rebeldía, en un gran grito de rebeldía erótica” (118). El sexo se vuelve, repentinamente, una extraña amenaza para la dictadura.

Toda dictadura es casta y antivital, por lo que se vuelve represiva. Ve como su peor enemigo, a toda manifestación que vaya en su contra, toda vida es una manifestación en sí misma, contra el régimen dogmático. Era lógico que Fidel Castro nos persiguiera, que nos tratara de eliminar, que no nos dejara fornicar, y que nos retirara de la vida pública (119).

Y es cuando la dictadura de Castro alcanza su máximo carácter represor contra el homosexualismo, cuando la isla comienza a hacer del homoerotismo, una forma de vida:

El tren estaba repleto de cogidas, los actos sexuales tomaron todo, y abarrotaron todos lados; se realizaban relaciones en los sitios más insospechados, en cada baño, debajo de los asientos, en cualquier sitio. Una vez dormimos con unos reclutas a ras de piso, pero Hiram no cabía, por lo que debió masturbar a su oficial con los pies. Yo tuve la ventaja de poder usar las manos (118).

Arenas destaca, asimismo, que la explosión homoerótica trajo consigo, una discriminación terrible, articulada principalmente por los homosexuales reprimidos. “Una vez, llamaron a Tomasito en una playa. Fue un hombre que se tocaba el pene y que, según se veía, lo tenía erecto. (…) Cuando Tomasito se lo agarró, el hombre reaccionó de una forma violenta. Lo golpeó llamándolo marica, lo acusó de haberlo tocado” (120).

La cárcel representa entonces, en la novela, el máximo monumento al “anti-homoerotismo”. Caer ahí, por su fealdad, por su frialdad y por su “carencia de sentidos o sentimientos” (básicos en cualquier relación homoerótica), es la pesadilla de todo homosexual: “La relación sexual se convierte en la cárcel, en algo sórdido e inhumano que no tiene ninguna grandeza; (…) hubiese sido rebajarse. Cuando alguien en la cárcel se adueña de otro, se cree dueño de esa persona y de todas sus propiedades” (205). Este “anti-homoerotismo” es, para Arenas, la carencia total de un discurso erógeno, detrás de cada relación sexual. Es el “saberse ultrajado” a través del sexo, es el “ser penetrado sin querer”, “el ser violado”: “la relación sexual en la cárcel se hace bajo el chantaje, el sometimiento, la violencia, a través del crimen” (Ibíd.). Además, muchos presidiarios que “violan”, o que poseen a otros internos, los torturan a través de un “discurso anti-homoerótico”, que lleva al violado a la culpabilidad y a la desesperación: “le dicen entonces al preso, entre los presos y el propio sistema carcelario, que es un animal, que el sexo con otro hombre es lo peor porque es algo humillante” (Ibíd.). Si el gusto por una relación homoerótica es ocultarse “traviesamente”, la cárcel es el sexo ruin, evidente y ruidoso. Es el estruendo del gemido: “la cárcel es el imperio de los ruidos, ruidos de otros, ruidos que me habían estado persiguiendo toda la vida” (211). Cabe destacar, que la cárcel es una metaforización de la dictadura como régimen represivo. El castrismo, según la obra de Arenas, ha convertido a Cuba entera en una “cárcel gigante”: “en la Habana, vivíamos asfixiándonos” (145).

La represión al homoerotismo, según Arenas se dará cuenta, es ineludible en su curso de vida. Aun dejando atrás la isla, con su terrible régimen castrista, no termina el discurso anti-homoerótico. ¿Dónde se encuentra este anti-homoerotismo en Miami, o más allá del puerto de Mariel? En la enfermedad y en la muerte. La enfermedad y la muerte traerán consigo, la soledad y el estruendo que tiene la cárcel. “No podía creer que amigos míos hubiesen muerto de SIDA, me negaba a pensar que jóvenes bellos, semidesnudos, que retozaban tiernos, hoy fueran cadáveres” (285). Aún así, la enfermedad y la muerte en un sistema capitalista, no persiguen, de menos. Aíslan, castigan, discriminaban, pero no persiguen. Llegan de súbito, son castigos inesperados. Y esa es la bondad de Miami, que de menos a diferencia de Cuba, otorga el beneficio del azar, o el sueño de la fortuna: “la única diferencia entre el sistema capitalista y el comunista, es que el último no permite gritar y el primero sí. Yo estoy aquí para gritar mi historia” (308).

No acabes tan rápido, negro…” A manera de cierre: un homoerotismo “Arenal”…

Antes de que anochezca no es únicamente un grito de guerra, ni tampoco una autobiografía, sino que podría atribuírsele el título de manifiesto estético. Como en las llamadas “arte poética”, desde Catulo hasta las vanguardias, desde el modernismo hasta el nadaísmo latinoamericano, en Antes de que anochezca, Arenas expone su concepción personal del arte, de la vida y de la literatura. ¿Cómo se debe escribir? Anteponiendo las vísceras a la razón. La narrativa es, para Reinaldo Arenas, un eterno juego de los sentidos, un paraíso lúdico en donde el hombre puede sublimarse a sí mismo y escapar de los grilletes de la moral, del encasillamiento de los roles de género, de la inclinación política. La literatura es un campo de cultivo para los sueños, o bien, un confesionario sin castigo, en donde se puede gritar todo lo que se llegó a hacer alguna vez, sin asomo mínimo de la culpa. Antes de morir, Arenas pretende retratarse como un superhombre; un individuo que hizo lo que deseaba hacer, que no tenía trancas morales, políticas o religiosas, ni auto represión, que vivía entregado al deseo y al placer, anteponiendo la congruencia consigo mismo, a las normas convencionales de comportamiento.

El protagonista homosexual de Antes de que anochezca (el propio Arenas), pasa a ser además, de un superhombre que se enfrentó al líder perpetuo latinoamericano más longevo del siglo XX, Fidel Castro, a ser un “supergay”. Acorde a su propia clasificación de los homosexuales, Arenas es en sí mismo, una crítica a la homosexualidad burguesa y recatada (Lezama Lima y la “homosexualidad cooptada” en Cuba), al mostrarse desparpajado y “sexualmente voraz”. Arenas es una “loca”, sin embargo, es una “loca artista”. Es el homosexual que pretende hablar por todos los homosexuales, erigiéndose como “voz gay arquetípica”. Y. ¿cómo lo hace? Construyendo una estética homoerótica, a través de descripciones explícitas donde se acentúa la penetración masculina y la importancia del falo. Hay dos sujetos en el homoerotismo “arenal”: el sujeto, que desea, y el objeto, que es deseado. El sujeto es un homosexual que, “gay burgués” o “loca”, no puede contener su voracidad al ver un varón perfecto y vigoroso. El objeto, en cambio, es demasiado varonil como para aceptarse homosexual, sin embargo, es conducido por el sujeto al descubrimiento de su homosexualidad interna, de su súbito gusto por otros varones. Es por esto, que Arenas a lo largo de su novela, se enamora de militares, de atletas, de compañeros de clase que tenían gran popularidad entre las mujeres. No se siente atraído por “otras locas” como él, sino más bien, por “varones hechos y derechos”. Estéticamente hablando, esboza a estos varones como héroes griegos, hermosos y torneados. La “otras locas” –como Tomasito, “la goyesca”-, no son objetos de esa pasión desbordada, sino “un premio de consolación”. Son aquellos encuentros sexuales que “mitigan”, de alguna manera, la voracidad sexual, pero que no representan el deseo en todo su esplendor. Sin embargo, todas las “locas” integran a su manera, una “fraternidad”. En la dificultad de la persecución, muestran su solidaridad “unas con otras”. Se hermanan, se comprenden, y en última instancia, consuelan sus pulsiones sexuales, a través de tertulias eróticas.

Los “momentos homoeróticos” en la novela de Arenas, son engañosos. No son tan explícitos como parecen. Mientras en la “forma” son abiertos y explicados suntuosamente, en el “fondo” se hacen en la oscuridad, rodeados por el temor, y elogiando la clandestinidad. El homoerotismo de Arenas es, de esta manera, contradictorio: por una parte, no tiene reparo en describir con lujo de detalles el erotismo entre varones, desde la primera mirada hasta el coito, pero por otra, no habla en ningún momento de una “relación sexual plena”, en donde los homosexuales disfruten de sus encuentros sin estar asediados por un universo represor que los ahoga, conformado por la dictadura, por la moral, por la tradición, por la milicia y por la culpa.

Una constante en el homoerotismo “arenal” es la “animalización” del deseo erótico. En la niñez del protagonista, la salvajez del acto sexual es inconsciente. Conducido por el deseo ciego, el niño Arenas no tiene reparo en poseer animales sexualmente. Sin embargo, cuando Arenas se convierte en adolescente, y al llegar a la edad adulta, las cosas cambian. El deseo sigue siendo el mismo. La “voracidad sexual” sigue esgrimiéndose en el mismo calibre desatado de los primeros años, pero la posesión ilimitada del “otro”, ya es imposible. Ya existe un régimen que reprime esta “voracidad sexual”, y que no permite ahogarla con encuentros sexuales ilimitados. Y es entonces, que se articula una especie de “heroísmo gay”. Aquellos homosexuales que, no obstante la represión continúan siguiendo a sus pulsiones, se “beatifican” como congruentes. El “ser homosexual” se convierte en una lucha de dimensiones morales, políticas y sociales, pero también, en una lucha estética. Las novelas homoeróticas son reprimidas y todo aquello que ligeramente se asemeje a un encuentro sexual entre varones, debe ser erradicado de los anales literarios cubanos. Es entonces, que Antes de que anochezca se convierte en una causa literaria de grandes dimensiones. Cuida ser lo suficientemente explícita como para que Arenas, aún después de su muerte, extienda una “bandera gay” por encima de Cuba, capaz de molestar a los castos, de turbar a la milicia, de poner en peligro la congruencia del régimen castrista, y de lanzar un grito de guerra por el respeto del arte y cultura homosexuales.

Obras citadas:

-Arenas, Reinaldo, Antes de que anochezca, Tusquets Editores, México, 1999.

-Mario Santi, Enrico, Reinaldo Arenas: vida, obra, momento en Introducción crítica, en El mundo alucinante,

Ediciones Cátedra, Madrid, 2008.

-Vadillo, Alicia E., Santería y Vudú, sexualidad y homoerotismo: caminos que se cruzan sobre la narrativa

cubana contemporánea, Biblioteca Nueva, Cuba, 2002.

-Diez Cobo, María, Humor negro y carnaval narrativo en “El olor del verano o nuevo jardín de las delicias” en

http://www.ucm.es/info/especulo/numero35.rarenas.html (12 de febrero de 2009).

-Reinaldo Arenas: Biografía en El Poder de la Palabra: http://www.epdlp.com/escritor.php?id=1397 (12 de

febrero de 2009).

-Bataille, George, El erotismo, aspecto inmediato de la experiencia interior, sexualidad humana y animal (32-

43), y La transgresión como superación de lo prohibido (67-74) en El erotismo, Tusquets Editores,

México, 1997.

-Didler, Eribon, El tercer sexo, en Reflexiones sobre la cuestión gay, Anagrama, México-Madrid, 2002.

-Lizárraga Cruchaga, Xabier, Y sin embargo se mueven…, en Una historia sociocultural de la

homosexualidad, Paidós Comunicación y Debate, España, 2001.

-Mira, Alberto, La mirada gay, en Miradas insumisas: gays y lesbianas a través del cine, Editorial Egales,

Madrid-Oxford, 2007.

-Calderón Vallejo, Fernando, Prólogo, en Yagruma: Amores prohibidos en tiempos de tiranía, en su edición

preliminar en http://www.literaturalibre.com/2008/11/28/yagruma-amores-prohibidos-tirania/, 13 de

marzo de 2009.

- Kulawik, Krzysztof. "Biblioteca Digital ITESM ." julio 2008. Prisma,

http://0-prisma.chadwyck.com.millenium.itesm.mx/search/journal, 12 de marzo de 2009.

-Forster, William David, The homoerotic diasphora in Latin America, en Latin American perspectives, No. 2,

Gender and sexuality special, pp. 163-189.

-Epps, Brad, Writing, Death, and the Space of the Subject (Between Michel de Montaigne and Reinaldo

Arenas) , The Journal of the Midwest Modern Language Association, Vol. 28, No. 1, Identities (Spring,

1995), pp. 38-55.



[1] Cabe destacar que el Lezama de la novela de Arenas, y lo que de él se dice, no deben asociarse necesariamente con el “escritor de la vida real”. Los juicios sobre Lezama son propios de Arenas, y deben considerarse como tales.

Yukio Mishima o el elogio de la gloria

El teniente yacía, boca abajo, envuelto en un mar de sangre. La punta de la espada que salía por debajo de su nuca lo dotaba de cierta relevancia. (…) Ella avanzó hasta alcanzar su manga. Limpiándose la sangre de los labios, lo besó por última vez.

-Mishima, Yukio, Patriotismo.

Proemio: El último samurái

Una mañana de 1961, el escritor japonés Yukio Mishima hurga entre sus archivos personales, en la búsqueda de una idea para elaborar un cuento. Encuentra fotografías de su pasado familiar, recortes de revistas y periódicos, borradores de su novela Tōzoku, es decir, Ladrones (1946), y un cúmulo de papeles amarillos donde parafrasea a sus autores predilectos, Rainer María Rilke y Oscar Wilde[1]. Repentinamente, entre distintas torres de papel halla una nota periodística que, por el asombro que le causara cuando niño, había decidido guardar por casi dos décadas:

26 de febrero, 1936, 10:00. El Teniente Shinji Takeyama, miembro del batallón nacional de transportes, profundamente perturbado debido a que sus colegas más cercanos se encontraban en connivencia con un motín anti-imperial, organizado desde inicios del mes presente, e indignado ante la inminente perspectiva del ataque de tropas imperiales contra las mismas tropas imperiales, tomó su espada oficial por la mañana y ceremoniosamente se vació las entrañas en una habitación tatami[2] de su residencia privada, en la sexta manzana de Aoba o´cho, en el distrito de Yotsuya. Su esposa Reiko, orgullosa, seguiría sus pasos al clavarse un puñal hasta morir, minutos después. (…) Lo único que pudo encontrarse del Teniente fue una nota de despedida con dos leyendas idénticas que decían ¡Vivan las fuerzas imperiales! (…) La nota que, posteriormente escribiera la esposa del General, diría temblorosamente: “Ha llegado el día para la mujer de un soldado” (Mishima, 1992, p. 17).

Tras un suspiro, Mishima teclea vigorosamente en su destartalada máquina de escribir, el inicio de una narración corta: “Los últimos momentos de la pareja abnegada y heroica de la historia que sigue, pudieron haber hecho llorar a los mismos dioses. Es menester comenzar con sus edades: él tenía treinta y un años, y era Teniente de la armada nacional. Ella, tendría tan sólo unos veintitrés” (Ibíd., pp. 17-18). Este sería el inicio de Patriotismo (Yukoku, 1962), el cuento más famoso y comentado del escritor japonés. En su argumento, Mishima describiría cómo una joven pareja, Shinji y Reiko, en medio de la indignación, deciden quitarse la vida utilizando, con suma calma, el ritual seppuku[3] de los samuráis japoneses. Desconcertante para algunos y venerado por otros, el texto se convertiría en la máxima novedad editorial del Japón de los años sesenta (Yourcenar, 1982), demostrando a su vez que, en plena modernidad industrial, económica y política -una aparente apertura democrática en el gobierno japonés, aunque maniatada por el Partido Conservador-, existían aún personajes que, aferrados a la cultura tradicional del shogunato, y guardando sumo respeto al Emperador de Japón, fuesen capaces de autoflagelarse, movidos por su incomprensión ante los repentinos cambios en el pensamiento social.

Sobre Patriotismo, Vallejo Nájera (1995) destacaría que “(…) confronta de forma explícita dos Japón, el arcaico, que guarda sumo honor y sinceridad[4], y el novedoso, basado en la occidentalización y el progreso económico” (p. 27). Guiñazu (1987), por su parte, destacaría que el cuento generaría una gran polémica: “los altos militares japoneses, y sobre todo los ultra conservadores, aplaudieron a Mishima, (…) en la sociedad civil en cambio, con énfasis en las juventudes revolucionarias de los años sesenta, causaría vómitos y desmayos; (…) sería tildado de anticuado y hasta de pornográfico” (pp. 181-182).

En 1965, movido por la inspiración que sentía por la historia de Shinji y de Reiko, Mishima dirigiría y protagonizaría una película corta y homónima de su famoso relato (Yukoku), en donde durante treinta y cinco minutos, el escritor simularía su propio seppuku. El cortometraje sería ampliamente criticado y nunca se estrenaría en los cines comerciales (Yourcenar, 1982). Irónicamente, en el cenit de los años setenta, Yukio Mishima se volvería el protagonista de un nuevo Patriotismo, esta vez articulado en la “vida real”, y movido por la entera desesperación. El 25 de noviembre de 1970, los noticieros japoneses dieron la noticia mundial del suicidio del escritor Yukio Mishima, quien se practicó el seppuku en el distrito de Ichigaya, en Tokio, en el cuartel general de las tropas de autodefensa de Japón, en la oficina de Comandos Orientales. “Tal parecía que Mishima había irrumpido en las oficinas y desenvainado una katana[5], y que, enterrando este artefacto en su vientre, aguantaba las lágrimas” (Stokes, 1974, p. 312).

Buscando restituir al Emperador Hirohito en su carácter de máximo líder de las fuerzas armadas japonesas, y “luchando por la recuperación del linaje divino del Emperador” (Yourcenar, 1982), Mishima estaba organizando un golpe militar en contra de los Parlamentos japoneses, y en pos de la destitución de los altos generales de Ichigaya, que según él, habían demostrado su falta de carácter al ser derrotados en 1946 por la armada estadounidense, a finales de la Segunda Guerra Mundial. La pretensión del movimiento era entrar en las oficinas de los altos mandos militares y asesinarlos, precisamente el 25 de noviembre. La revuelta de Mishima, sin embargo, se vería frustrada: los pocos militares que acompañaban su causa se arrepentirían justo antes de la envestida (Stokes, 1974), e incluso el mismo Emperador, según se rumoraba entre la alta milicia japonesa, tenía miedo de ser restituido en sus poderes militares y divinos, ya que esto podría causar un futuro conflicto con los Estados Unidos y las potencias vecinas. Sabiéndose traicionado y acabado, y consciente de que luchaba por una causa perdida, Mishima preferiría, a la usanza de un samurái del siglo XVIII, quitarse la vida a saberse cobarde. Admirador del Shinji Takeyama de los años treinta que inmortalizara en Patriotismo, decidiría seguir los pasos del Teniente al terminar con su vida mediante una estocada certera, y así hallar, a partir de su filosofía bakkufu[6], la inmortalidad y la gloria. Pero, ¿por qué Mishima se comporta como un samurái[7] en pleno siglo XX?, ¿por qué, contrario a la continua occidentalización en la vida cultural y económica del Japón post-Meiji[8], Mishima recurre a un suicidio ritual, prácticamente desaparecido ciento cincuenta años antes de su nacimiento?

Resultaría imposible responder a estas cuestiones sin un estudio riguroso de la educación, vida y obra de Yukio Mishima. Anacrónico y hasta retrógrada para algunos, pero heroico para otros, Mishima demostraría en el último tercio del siglo pasado, que el Japón milenario del shogunato, en una era de aviones y trenes bala, estaba más vivo que nunca a través del clamor de una minoría de japoneses que no podían perdonarse el gran fracaso militar de 1946, ante las tropas del General estadounidense Douglas Mac-Arthur. Después de Mishima no ha existido en la Historia contemporánea de Japón otro seppuku, salvo el caso del judoca[9] Isao Inokuma, que decidió suicidarse en el 2001, tras perder su puesto administrativo en la Federación Japonesa de Judo (Sato, 2009). El suicidio de Mishima ha sido, sin embargo, el caso más citado y polémico de los últimos tiempos, pues según establece Vallejo Nájera (1995), “no sólo ha implicado numerosos artículos periodísticos, notas biográficas o reflexiones, sino también, profundos intentos de psicoanálisis” (p. 32). Ha generado curiosamente, asimismo, distintas manifestaciones culturales, a manera de homenaje. La ópera Ongaku[10] de 1976, por ejemplo, trataría sobre un psicoanalista (curiosamente, llamado Shinji) que se practicara un seppuku junto con su paciente (Reiko), emulando una metáfora del orgasmo. En 1985, el director estadounidense Paul Schrader, por su parte, dirigiría el filme Mishima: vida en cuatro actos, producida por George Lucas, en donde a lo largo de la película Mishima se suicida, entrecortando su seppuku con cuatro historias, derivadas de sus más famosas novelas. En el 2006, finalmente, el español Luis de Pablo dirigiría la obra teatral Parque, basada en el último día de vida de Mishima, desde su incursión en las oficinas de Ichigaya, hasta su muerte.

Figura notable de las letras japonesas, polémico referente de la difícil adaptación de Japón a su modernización reciente, y doloroso estrago viviente –o moribundo- de la derrota post-Segunda Guerra Mundial, Yukio Mishima fue un japonés emérito, y es un espécimen de estudio casi imprescindible en un Japón que lidia con dejar a los samuráis en el pasado, y orientar su arte, economía y educación, hacia la postmodernidad[11]. Es ante todo, sin embargo, un ser humano que dotado de una amplia sensibilidad, y anteponiendo su tradición ante cualquier otra cosa, decidió defender su honor por medio de la muerte, al no poder envestir su causa con el beneplácito de su pueblo. Ésta, es su impactante historia.

Un drama que se esparce en tres episodios

“Cuando la vida del escritor ha sido tan variada y a veces tan sabiamente calculada como su obra misma, podemos advertir en ambos, los mismos fallos, pero a la vez las mismas virtudes, y en especial, la grandeza en ambos” (Yourcenar, 1982, p. 10). La vida del escritor Yukio Mishima fue un camino tortuoso y lleno de vericuetos, cuyos problemas, desatinos, o también, grandes éxitos, reflejarían las circunstancias del contexto histórico japonés de principios del siglo XX. Como un espejo de su tiempo, la obra de Mishima refleja hábilmente a un joven confundido que no sabe si optar por el modo de vida y pensamiento del Occidente, o bien, si arraigarse en su pasado japonés milenario. Nacido en una generación caracterizada por la ruptura en lo político, económico y cultural, a Mishima le tocan vivir tres grandes episodios de la Historia contemporánea de Japón que moldearán inefablemente, su filosofía personal y carácter. Primeramente, debe considerarse que nace tan sólo una década después de que terminara la Era Meiji, máximo periodo de industrialización, apertura comercial y reformas políticas en la Historia japonesa. En segundo lugar, se debe tomar en cuenta a un Mishima que a los quince años presencia el génesis de la Segunda Guerra Mundial, y que por tanto, se forja en las filas de la cultura militarista, elogiando el nacionalismo y glorificando la grandeza del Imperio nipón. En tercer grado, se debe observar a un Mishima de veintiún años que observa la derrota de Japón ante las fuerzas de los aliados, y que debe sobrevivir a la decepción de su pueblo, aceptando que el Emperador abdique a su linaje divino, que Japón limite sus recursos militares, y que el nombre de su nación sea degradado. En los años sesenta, gracias al trauma de la posguerra, Mishima decide regenerar la gloria japonesa mediante una sociedad secreta y organizar un golpe militar, capaz de reformar políticamente a Japón y eliminar la naciente democratización. El final será trágico: fracasará en sus pretensiones y, movido por la sombra de la vergüenza, decidirá quitarse la vida.

Puede compararse, según Francisco Rosas Novalbos (2002), la vida de Yukio Mishima con la vida del Japón contemporáneo. La Era Meiji representaría en ambos ciclos vitales, la inocencia de la niñez. Las reformas del Emperador Mutsuhito y el aparecimiento de empresas privadas, así como la continua urbanización y esplendor arquitectónico de Tokio a la entrada del siglo veinte, bien pueden relacionarse con los primeros años de educación de Mishima, en los que asiste a una escuela donde aprende inglés y ciencias avanzadas, a la usanza de los liceos occidentales (Yourcenar, 1982). El adolescente Mishima rechaza su pasado en pos de la modernidad. Olvida los consejos de su abuela, que se forjara en las escuelas del shogunato, y opta por aprender poesía y por leer a autores ingleses como Herman Melville (Moby Dick, 1870). La guerra, y la posterior derrota de la armada japonesa, sin embargo, cambiarán la forma de vida de Mishima y de Japón abruptamente. Ambos incrementarán su nacionalismo y bravura en un principio, pero al verse perdidos, se sumirán en la indignación y, al final, en un incesante ánimo de desaparición que los llevará al suicidio. Mishima se suicidará físicamente, con una katana, mientras que Japón lo hará socio-culturalmente, al transfigurar sus costumbres en híbridos que mezclarán el sintoísmo clásico con referencias occidentales, sobretodo, de origen estadounidense: “(…) llegaría junto con la derrota de Japón y las bombas nucleares, la dependencia económica del capital estadounidense para la reconstrucción y una nueva sociedad, amante del baseball y de los electrodomésticos” (Frank, 1990, p. 90).

Después de la decadencia de un régimen imperial inmaculado, “Mishima y Japón son, en la década de los setenta, algo muy parecido. Son estatuas gloriosas que perdieron su brillo y en el desconcierto, desean seguir viviendo a pesar de saber en el fondo, que ya no existe su fulgor, su característico fuego artificial” (Rosas Novalbos, 2002, p. 1).

Episodio 1: El muchacho que escribía poemas

La niñez y adolescencia de Yukio Mishima es fundamental para el entendimiento pleno de su personalidad, y la posible explicación de que, aún considerándose un hombre de la modernidad, se distinguiera siempre por amar a su país, y al pasado de éste, sobretodo en lo que competía a la grandeza del bakkufu. Sin duda, Mishima no tendría una niñez fácil. Yourcenar (1982) destaca que Mishima enfrentaría, durante sus dos primeras décadas de vida, una serie de acontecimientos trágicos que lo sumirían en una notoria vulnerabilidad: la muerte de su hermana en 1943, el desprecio que sentía su padre hacia él, debido a su gusto por la literatura y no precisamente por la abogacía o por la función pública, el cariño, complicidad y sobreprotección de su madre, y la recia e implacable figura de su abuela como matriarca de la familia.

Yukio Mishima nació en la provincia de Shinjuku, un 14 de enero de 1925, bajo el nombre de Kimitake Hiraoka (平岡公威). La familia de su padre era de un origen campesino que, con esfuerzos, había salido de la vida rural para instalarse en las filas obreras, hacia la década de 1880. Su padre específicamente, trabajaba como funcionario de gobierno, dentro de la burocracia parlamentaria (Yourcenar, 1982, p. 16) y su madre, por su parte, se dedicaría a las labores del hogar, caracterizándose por su silencio y sumisión. El abuelo de Mishima habría sido gobernador de una de las islas más pequeñas de Kyushu, al sur de Japón. Stokes (1974) describe a la familia de Mishima como una decepción: “el abuelo se distinguía por haber sido uno de los gobernantes más corruptos, y el padre no era más que un burócrata mediocre y acomedido, cuyo último fin en la vida era lavar el nombre de la familia, manchado por el anciano” (p. 28). De niño, Mishima sería víctima de maltrato por parte de su padre, que lo humillaba y golpeaba, buscando que éste fuese perfecto (Yourcenar, 1982). Según Stokes (1974), cuando el pequeño Hiraoki (Yukio) se mal portaba, su padre le prohibía ver a su madre, haciéndole llorar por horas (pp. 32-33).

La educación de Mishima durante sus primeros diez años, correría a cargo de su abuela paterna, Natsu, “una mujer aristocrática mal casada con un gobernador de una isla; una mujer excéntrica” (Mishima, 1955, p. 32). Según cuenta Yourcenar (1982), la abuela era un vestigio del shogunato y, por tanto, amante de la tradición beligerante que palideciera durante los años del Japón Meiji. Durante los años de niñez, educaría a Mishima bajo los códigos del bakkufu.

La abuela sí que era un personaje. Nacida en una buena familia de samuráis, biznieta de un daimio (que equivale en nuestros tiempos a un príncipe), y emparentada incluso con la dinastía de los Tokugawa; todo el Japón antiguo, pero ya en parte olvidado, perduraba en ella en forma de una criatura enfermiza, un poco histérica, sujeta a reumatismos y neuralgias craneanas, casada tarde a la falta de algo mejor, con un funcionario de ínfimo rango (Yourcenar, 1982, pp. 18-19)

Mishima sería, de alguna manera, privado de su libertad, al ser transformado en el principal enfermero de su abuela, así como en objeto de catarsis de la misma, para el desfogue de sus frustraciones. Lo vestía de niña para humillarlo y le forzaba a aprender rituales sangrientos, como el asesinato de animales a manera de entrenamiento. La abuela fue posiblemente “el grano de demencia que antaño se consideraba necesario para el genio” (Ibíd., p. 19). Lo llamaba “pequeño guerrero” y lo educaba conforme a los principios samuráis de sus antepasados. “Natsu favorecería la fascinación de Mishima por la muerte; le repletaría la cabeza con relatos sobre un universo de kamis[12] y demonios. Lo incitó a jugar con máscaras y a cargar con trajes ancestrales” (Ibídem). Le enseñó el sintoísmo y, sobretodo, el respeto al Emperador como máxima autoridad, no sólo política, sino también religiosa. “Un Emperador no era un líder, sino el nieto de la diosa del sol, Amaterasu” (Ibídem).

Con el paso del tiempo, Yukio aprendería a amar a su patria y a su pasado. “Su conocimiento del Japón clásico era, se nos dice, muy superior al de la mayoría de sus contemporáneos, exceptuando a los eruditos, naturalmente. Pero su familiaridad con las literaturas europeas, no sería menor” (Ibíd., 26). Y es que, en un Japón en el que la admiración a Occidente se hacía cada vez más patente, vivir completamente como un samurái era cada día más imposible, por lo que gracias a su madre, el pequeño Yukio empezaría a conocer textos provenientes de la modernidad europea, desde El Quijote hasta el teatro de Goethe (Stokes, 1974)

Hacia 1940, en vísperas de terminar con la escolaridad básica en casa, y casi en edad de entrar al bachillerato, el joven Mishima continuaba explotando su talento para la literatura. Debido a que era un muchacho muy aplicado, su abuela buscaría que el joven Yukio ingresara a la Escuela Peers, en Tokio, donde acudía la aristocracia japonesa, los hijos de una naciente burguesía de industriales japoneses, y los jóvenes extranjeros, o japoneses hijos de extranjeros. “La familia de Mishima no era rica, sin embargo, Natsu lucharía porque Yukio entrara a la escuela más cara de la ciudad (…) sólo así, podría conseguir, en el futuro, codearse con la alta clase de Japón, y con un poco de suerte, asistir a la Universidad” (Guiñazu, p. 26).

Según Stokes (1974) las dos más grandes pasiones de Mishima durante estos años eran los cuentos y el teatro. Como la mayoría de los muchachos de los años cuarenta, Mishima vive en medio del pasado y del presente. Por una parte, aprende escuetamente inglés al leer a Oscar Wilde y a James Joyce, autor de Ulises (1922) y de El retrato del artista adolescente (1916), conociendo las modas europeas y los inventos de la modernidad, como el automóvil, los bailes estadounidenses, o el cine. Por otra parte, sin embargo, practica el arte del kabuki[13] al ingresar al grupo de teatro escolar, e incluso escribe, para una presentación a compañeros y padres de familia, una versión moderna de El mito de Noh (), un tradicional drama lírico japonés.

El autor connacional predilecto de Mishima a sus quince años de edad, según Yourcenar (1982), era el poeta Tachihara Michizo, quien sería descubierto por el Yukio adolescente, una vez de que éste se percatara de su fallecimiento, en 1939. Contrario al Japón al que Mishima estaba acostumbrado, lleno de industrias, construcciones de cristal y níquel, y eficientes redes ferroviarias, los poemas de Michizo transportarían al joven escritor a otros tiempos y entornos. Privilegiando a los campesinos y girando en torno a los temas bucólicos, Michizo había crecido en las colinas de Shinano, en lo que es hoy Nagano, y “escribía usando referentes profundos, pero naturales y sumamente sencillos: árboles, pastizales, aves pequeñas, cielos inalcanzables y, sobretodo, el viento, que representaba su imagen poética predilecta” (Epp, 2001, p. 464). En Otoño (1922), por ejemplo, Michizo destacaba a través de imágenes de la naturaleza, el tema del desamor: “vendrías al fin, y por eso / dejaría ir a las libélulas / que había conservado cautivas / como los dedos de mis manos / al amanecer del otoño” (p. 122).

Michizo abriría para el joven Mishima, un género que para la modernidad del siglo veinte era poco popular, pero que a Yukio le parecería impresionante, el waka (和歌, poesía cantada), del cual, los poemas tanka (短歌, “muy cortos”) se volverían sus predilectos. Llegarían entonces a la vida de Mishima, junto con la década de los cuarenta, poetas como Yosano Tekkan o Kokin Wasashu, ambos, de finales del shogunato, cuyos fragmentos, a manera de pequeñas parábolas, pretendían dejar una moraleja. Posteriormente, Mishima descubriría a dos contemporáneos cuyo estilo le atraparía: Ishikawa Takuboku, fallecido en 1912, y la poeta Akiko Yosano, quien muy anciana, fundaría en 1941 la revista de poesía Myojo[14]. El poema favorito de Mishima a los dieciséis años, según Yourcenar (1982), era precisamente de Takuboku y se titulaba Arena (1892): “En el filo de la blanca, blanca arena / juego en la esquina de una playa muy blanca / en una isla muy pequeña, al Este. / Estamos solos, mis lágrimas y yo… / tal vez nos acompañan un par de cangrejos” (en Scott, 1980, p. 20). A Mishima le gustaba mucho este poema, tal vez, porque retrataba su personalidad: “era un muchacho escuálido, sensible, imaginativo y muy melancólico. No parecía estar de acuerdo con los jóvenes de su generación (…) enérgicos y revolucionarios, sino que prefería una vida tranquila, de ocio y contemplación” (Stokes, 1974, p. 77).

En 1940, con quince años de edad, Mishima escribiría un relato autorreferencial, El muchacho que escribía poemas, en donde se mostraría la convulsión que el Yukio adolescente sintiera al aprender inglés y waka al mismo tiempo. Carente de una identidad solida, oscilante entre la modernidad y el elogio constante a la sencillez, Mishima relataba:

Poema tras poema fluía de su pluma con pasmosa facilidad. Le llevaba poco tiempo llenar las treinta páginas de uno de los cuadernos de la Escuela de Peers. ¿Cómo era posible, se preguntaba el muchacho, que pudiera escribir dos o tres poemas por día? Una semana que estuvo enfermo en cama, compuso "Una semana: Antología". Recortó un óvalo en la cubierta de su cuaderno para destacar la palabra "poemas" en la primera página. Abajo, escribió en inglés, por mera costumbre: "12th. 18th: May, 1940". (…) Sus poemas empezaban a llamar la atención de los estudiantes de los últimos años. "La algarabía es por mis 15 años", se decía. Pero el muchacho confiaba en su genio. Empezó a ser atrevido cuando hablaba con los mayores. Era tímido al inicio, pero fue tomando fuerza y portento. Quería dejar de decir "es posible"; tenía que decir siempre "sí". (Mishima, 1940, p. 22)

Como el muchacho del cuento, el joven poeta Mishima decidió adquirir confianza en sí mismo y comenzar a mostrarle sus escritos al mundo. Junto con profesores que confiaron en su intelecto, y compañeros de escuela, conformaría Bungei Bunka (“Cultura literaria”), una especie de taller de lectura y creación literaria, donde comenzó a redactarse una revista homónima, que para 1942 había salido de las aulas escolares para publicarse de manera formal, en un pequeño taller. Más tarde, en 1944, Mishima ganaría el Premio de Escolares de Tokio por su cuento Hanazakari No Mori (Bosque en todo su esplendor), el cual nunca le sería entregado, debido a que la Segunda Guerra Mundial se encontraba, ya para entonces, en su máximo auge.

Episodio 2: Huyendo de un terrible demonio llamado guerra

La paz de la poesía y la impavidez de los años escolares se verían interrumpidas cuando Japón entrara a la Segunda Guerra Mundial y los jóvenes fueran obligados a enlistarse en el ejército nacional. Mishima sería llamado a unirse a la Armada en 1944, pero temeroso, buscando huir de un cruento destino, se esforzó en adquirir un resfriado para no pasar los exámenes médicos correspondientes al reclutamiento. Tras una revisión médica, sería declarado como posible tuberculoso, y se ahorraría el tener que enfrentar a las fuerzas de los países aliados en batalla. Para no ser juzgado por su padre por haber huido de su deber patriótico, le prometería que estudiaría para ingresar a la Universidad de Tokio, a la cual logró entrar formalmente a inicios de 1946, matriculándose en la carrera de Derecho. Contento, su padre, le conseguiría un trabajo burocrático de medio tiempo como asistente del Ministro de Finanzas de la municipalidad de Tokio, “consolidándole, a su manera, una carrera prometedora en la función pública” (Yourcenar, 1982, p. 79).

La pasión secreta de Mishima, sin embargo, seguían siendo las letras, por lo que con la complicidad de su madre se propondría no dejar de escribir, completando dos novelas para los primeros seis meses de 1946: Ladrones (Tōzoku) y Kamen no Kokuhaku (Confesiones de una máscara). Esta última, según Yourcenar (1982) refiere a un episodio clave y atormentador en la vida de Mishima: el descubrimiento de su propia homosexualidad. Mishima decidió ocultar su gusto por los varones por temor a su padre, que simpatizaba con el nazismo alemán hacia los años cuarenta, por no defraudar las enseñanzas bakkufu de su abuela, y por no ser discriminado en una sociedad estudiantil donde predominaban los varones, y por ende, su estereotipo de hombría. “Mishima calló su homosexualidad e incluso, la guardó hasta forzarla al desaparecer, intentando salir con muchachas y fijarse en el sexo opuesto, acarreándose confusión y tormento” (Stokes, 1974, p. 97).

El 15 de agosto de 1945, tras la entrada de los Estados Unidos en alianza con la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial, la derrota de Japón era inminente, por lo que el Emperador, Hirohito Showa, decidió anunciar la rendición formal del ejército japonés. Las potencias del eje (socios militares de los japoneses), Alemania e Italia, estaban muy debilitadas, por lo que era ilusorio que su capital bélico pudiese salvar a Japón de un notable fracaso. El año de 1946 es clave para la vida de Mishima, y también para la Historia de Japón. Hirohito anuncia vía radiofónica, no sólo que Japón dejará de ser un Imperio para convertirse en una monarquía parlamentaria y democrática, bajo la cual existirán partidos políticos populares y leyes por encima del mismo Emperador, sino también, que renuncia a su linaje divino, volviéndose tan mortal como cualquier ciudadano japonés (Frank, 1991). Mishima, que creía por encima de todo, en la divinidad del Emperador, fue golpeado emocionalmente de forma terrible por este anuncio. “Se sabría un perdedor por no haber ido a la guerra, porque habiendo podido defender a su Emperador, no lo hizo, por lo que pasaría, desde ese momento, el resto de su vida intentando perdonarse, viviendo como un guerrero y preparándose como tal” (Yourcenar, 1982, p. 127).

Para colmo, Japón recibiría en agosto de 1946 el impacto de dos bombas nucleares estadounidenses en las islas de Hiroshima y Nagasaki, dejando un saldo de cientos de miles muertos y heridos, a causa de la radiación. “Sería en ese momento, en que Mishima sabría que Japón, tal y como lo conocía, estaba en decadencia, y que, de ser posible salvarlo de alguna forma, debía intentarse el esfuerzo, no obstante éste representara una lucha sobrehumana contra las potencias más poderosas sobre la faz de la tierra” (Ibídem).

Episodio 3: De hombre de letras a samurái moderno

Fue tal la obsesión de Mishima por la recuperación de Japón después de su derrota, tras la Segunda Guerra Mundial, que prácticamente dedicaría “su vida entera, de 1949 hasta el día de su muerte, en el afán de pretender honrar a Japón y salvarlo de la vergüenza” (Ibíd., p. 177). Para poder lograr su sueño de restituir la grandeza nipona, Mishima se forjaría dos objetivos: el primero, de corte literario, sería convertirse en un gran escritor, capaz de llegar a ganar el Premio Nobel (cosa que no consiguió, a pesar de haber sido nominado tres veces); el segundo, de pretensiones estrictamente militares, se basaría en fundar “una nueva generación de japoneses, capaz de regenerar el Imperio y terminar con la decadencia moral y política del pueblo japonés” (Escudos, 2007, p. 3). Con el fin de lograr el primer objetivo, Mishima buscaría ser apadrinado por el más grande autor de su tiempo, Yasunari Kawabata, además de publicar en pasquines y publicaciones de bajo presupuesto, un sinfín de ensayos, notas periodísticas, cuentos, poemas y hasta obras de teatro. Asimismo, trabaría una cercana amistad con varios autores contemporáneos suyos, como Shintaro Ishisaza, dramaturgo y, actualmente, alcalde de Japón. Para poder culminar con el segundo de sus objetivos, Mishima se propuso convertirse en un guerrero: “se obsesionó con el fisicoculturismo y se volvió amante de las pesas. Aprendió artes marciales y entrenaba hasta cerca de trece horas diarias para ganar portento y agilidad. Se alimentaba, además, como un samurái” (Ibídem).

En 1955, Mishima se inmortalizó bajo el seudónimo que hoy le otorga nombre, y consiguió publicar Confesiones de una máscara, la cual fue rápidamente exportada a Occidente, y le permitiría ganar una gran popularidad. El “glamour” de la vida del escritor, sin embargo, no iba con el nuevo bakkufu profesado por Mishima, por lo que cedería sus derechos a las editoriales y comercializadoras de la novela. Para 1962, Confesiones de una máscara se había traducido a diez idiomas diferentes, incluyendo el griego, el polaco y el inglés. Mishima esto, no sólo le tenía sin cuidado, sino que era de su repudio. Por tanto, si el tema de un adolescente homosexual había logrado éxito en Occidente, Mishima se procuraría escribir sobre temas “estrictamente japoneses”, a inicios de la década de los sesenta. En 1958 publicaría Sed de amor, donde pretendería retratar el modo de vida de una familia japonesa tradicionalista; en 1954, Colores prohibidos, donde denunciaba al Estado japonés como traidor y corrupto; en 1963, El marino que perdería la gracia de la mar, que relataba en el más puro estilo costumbrista, los hábitos de los pescadores japoneses; y en 1965 publicaría, finalmente, El pabellón de oro, una novela en la que conviene nos detengamos, a manera de análisis. El protagonista de El pabellón de oro es un monje sordomudo encargado de limpiar y vigilar un pasillo dorado del templo Shinto más famoso de Japón: el Kinkajú (金閣寺). El novicio ama al pabellón más que a su vida, y prácticamente ha invertido más de veinte años en el cuidado del pabellón. Un día, sin embargo, profana el pabellón con una doncella que lo incita a tener relaciones sexuales bajo uno de los altares del recinto. Frustrado y en plena desesperación, decide quemar, no sólo el pabellón, sino a sí mismo en medio de él. “El pabellón de oro simboliza la tradición y Japón en sí, mientras que Mitzogucho el novicio, son los japoneses encargados del cuidado de su templo nacional. (…) Al profanar a Japón mediante el fracaso en la guerra, el pueblo japonés debe flagelarse para salvar a Japón, que parece quemarse inminentemente ante el asomo de las bombas, ante la avanzadas estadounidense y ante el dolor de su propio pueblo” (Yourcenar, 1982, p. 182).

Hacia 1965, Mishima era uno de los autores más prolíferos de su tiempo, habiendo escrito cerca de 40 novelas, 18 libretos para teatro, cine y televisión y 20 ensayos académicos (Scott, 1980). Destacaba de su producción, para entonces, una trilogía de novelas que no se publicarían, sino hasta después de su muerte: Nieve de primavera, Caballos desbocados y Templo del alba. 1965 sería también para Yukio Mishima, el año del comienzo de su activismo político. Con base en sus ensayos se declararía ultra-conservador y exigiría el respeto ineludible al Emperador japonés como institución política y moral. Declararía en 1966: “la sociedad japonesa está en decadencia, al punto de que sus principios parecen ser ahora vergüenza para una modernización que no tiene sentido” (Mishima, 1966, p. 112).

Mishima no creía que para cambiar a la sociedad japonesa, bastaba con las letras. En su ensayo Introducción a la filosofía de la acción (1968), base fundamental de su pensamiento político, la acción debe ser la base de todo cambio significativo, aunque a veces se deba recurrir a la violencia:

La acción tiene el misterioso poder de compendiar una larga vida en la explosión de un fuego de artificio. Se tiende a honrar a quien ha dedicado toda su vida a una única empresa, lo cual es justo, pero quien quema toda su vida en un fuego de artificio, que dura un instante, testimonia con mayor precisión y pureza los valores auténticos de la vida humana. (…) La acción más pura y esencial logra retratar los valores de la vida y las cuestiones eternas de la humanidad con una profundidad mucho mayor que un esfuerzo humilde y constante (Ibíd., p. 169).

Según Rosas Novalbos (2001), las tesis filosóficas que se volverían los pilares para la acción que pretendía Mishima, fueron: a) el rechazo de las leyes japonesas impuestas por los Estados Unidos, de las cuales figuraba la restricción del capital militar de Japón, b) el repudio a la democracia, pues significaba la injerencia del pueblo a élites gubernamentales que sólo debían ocupar el Emperador y sus designados, c) el desdén por la economía de libre mercado, pues pervertía la pureza cultural de la nación japonesa, d) la nostalgia por el shogunato como régimen político, y e) la desconfianza de los extranjeros, casi a punto de xenofobia (p. 16). Convencido de que con estos principios, Mishima se volvería el portavoz de una nueva generación japonesa de corte ultra-conservador, decidiría formar en 1968 una sociedad secreta en pos de la restauración de Japón: la Tatenokai (楯の会) o Sociedad de los escudos. Ésta mantenía, entre otras funciones, la captación de jóvenes universitarios de tendencia conservadora, la mitigación secreta –asesinato, venganza- de intelectuales demócratas y miembros parlamentarios, el entrenamiento secreto con el fin de atizar un futuro golpe militar a los altos mandos japoneses, y la publicación de una revista clandestina donde, en clave, se divulgaban las actividades de la Sociedad: el Ronso o Negro. “Se trataba de una comunidad bélica de puros varones, conformada por alrededor de noventa. Algunos, sabían a fondo los planes reformistas de Yukio Mishima, mientras que otros, se limitaban a tomar la agrupación a juego, como un espacio lúdico para aprender artes marciales y valores samurái” (Escudos, 2007, p. 2). Mishima se auto designaría “máximo General” de esta sociedad secreta, y colocaría como segundos al mando a dos de sus más fieles seguidores: Masakatsu Morita e Hiroyasu Koga.

Epílogo: ¿Epítome de un fracaso o senda de gloria?

De 1968 y hasta 1970, los miembros de la Tatenokai habían entrenado arduamente para irrumpir en los cuarteles centrales del ejército japonés y asesinar a los oficiales, para posteriormente, forzar al Emperador Hirohito a restituir su providencia divina y su carácter de líder político y militar, único. Casi al mediodía del 25 de noviembre de 1970, un pequeño grupo de hombres –no más de cincuenta- se paró enfrente de los cuarteles de Ichigaya, el distrito militar de Tokio, a la expectativa de recibir órdenes. Frente a ellos, se detuvo un hombre delgado con una banda blanca en la cabeza. Éste era Yukio Mishima, quien alentó a los concurrentes con una arenga sobre el honor, la valentía y el brindar la vida en pos de una nación. Después de tres “hurras” finales para el Emperador, los rebeldes alcanzaron a escuchar abucheos y risas de los militares que estaban apostillados en los cuarteles. Fue en ese momento en donde decidieron atacar.

Entrando a la oficina de uno de los máximos Generales, Kanetoshi Mashita, logran tomarlo como prisionero. Entran, sin embargo, segundos más tarde, los militares japoneses. Los rebeldes se encuentran rodeados, por lo que se saben perdidos. Es en ese momento, en el que Yukio Mishima sabe que el momento de ofrendar su vida por su causa ha llegado: es hora del seppuku. Nadie sabía qué haría Mishima esa mañana, salvo su compañero Masakatsu Morita, a quien Mishima le había encargado le cortase la cabeza. La mejor crónica de cómo Mishima se autoflageló aquella mañana es la que expone Ángeles López (1999) en Mishima: locura para algunos, transcrita directamente de los registros militares japoneses. A pesar de su longitud, vale la pena su lectura:

(…) (Mishima) de forma pausada y sumido en el más absoluto silencio ritual se despoja de la chaqueta y, tras quitarse las botas apartándolas a un lado, se desabrocha el pantalón que cae sobre los muslos flexionados. A dos metros del general (Mashita), se arrodilla pausadamente. Toma en su mano derecha la espada corta, mientras Morita, a su espalda, levanta en alto la katana que cercenará su cuello. Mishima inicia el balanceo de torsión, mientras, con los tres dedos centrales de la mano izquierda localiza el punto del abdomen al que apuntará su daga. Da tres nuevos vivas al Emperador, esta vez en voz baja. Tras una inspiración profunda contrae la musculatura del tórax. Un grito seco y gutural. La daga entra a fondo y cruza rápidamente el abdomen empujada por una fuerza y una voluntad hercúleas. La sangre sale a borbotones acompañando a las entrañas. Cuando en un último esfuerzo, Mishima logra llegar al lado derecho, cae hacia delante. Morita ha esperado demasiado para segarle con un corte la cabeza, y ahora, la posición no es la adecuada. Resulta difícil decapitar un cuerpo caído. La punta de la espada tropieza contra el suelo y el cuello profundamente herido no se secciona. Lo intenta una vez más mientras el cuerpo de Mishima yace convulso sobre sus propios intestinos. Fracasa un tercer golpe hasta que, temblando, entrega la katana a Koga, quien de forma hábil corta limpiamente la cabeza del fundador del Tate-no-kai.
(…) El general se inclina todo lo que le permiten sus ligaduras y murmura la oración sintoísta para los muertos: “Manu Amida Butsu” (Llévenme al otro mundo). Ogawa, un joven fiel al movimiento, despega reverentemente la daga de la mano de Mishima y se la entrega a Morita, que se ha desvestido y arrodillado, también para hacerse el seppuku. Koga ya está a su lado con la katana en alto. “No me dejes sufrir mucho tiempo”, suplica Morita. Su cabeza rueda al primer golpe de katana. Tres jóvenes supervivientes no pueden dominar su emoción y estallan en llanto. No porque Mishima se hubiera practicado el ritual de suicidio, sino porque sus líderes han hecho “el supremo sacrificio de renunciar a morir” (pp. 188-189).

Yukio Mishima se suicidó en 1970, a la manera seppuku de los antiguos guerreros japoneses. El evento causó sorprendió y alarmó a muchos, dentro de Japón y en las sociedades extranjeras. El evento también sostenía varias similitudes con el intento de golpe de Estado de 1936, en el que un grupo ultranacionalista se levantó en armas en Tokio. Con el suicidio de Mishima algunos presagiaban el revivificación del militarismo en Japón, pero al ver las verdaderas conexiones de Mishima con las esferas políticas, la probabilidad de tal revivificación era muy remota (Yamanouchi, 1972). Sin embargo el suicidio de Mishima implicó una declaración política contra ese cambio artificial, como también lo cree Buruma, hacia la democratización. En sus implicaciones políticas fue un reto a la estabilidad y prosperidad del Japón actual en donde el Primer Ministro era el representante del gobierno. Mishima detestaba a los intelectuales de izquierda, y tampoco quería alinearse con el Partido Liberal Democrático (Yamanouchi). Por eso fundó su propio grupo, el Tatenokai o Sociedad del Escudo, una milicia dedicada a los valores tradicionales japoneses y a la veneración del Emperador. Condenaba las limitaciones constitucionales a la rama militar como una amenaza a la cultural japonesa (Abelsen, 1996).

El fin que perseguía Mishima con su suicidio, inspirar a las fuerzas armadas a sublevarse para revisar la constitución y permitir el rearme, no tuvo ningún efecto en el gobierno. Después de la Segunda Guerra Mundial el nacionalismo japonés tuvo que competir con otras formas de individualismo que se implantaron con la apertura de Japón hacia el mundo liberal. Pero los grupos nacionalistas, de extrema derecha, o imperialistas no se evaporaron con la derrota en 1945. Un ejemplo es el escritor y profesor de la Universidad de Tokio Fujioka Nobukatsu, quien fundó un grupo para la revisión de la historia de Japón con fines nacionalistas.

Fujioka y su grupo Escuela Liberal de Historia[15], hecho de historiadores no profesionales, han hecho serios intentos para reposicionar al Estado como el centro del discurso político en la actualidad. Para este autor la historia no es algo que solamente involucra el descubrimiento de fuentes y sus interpretaciones, sino que es algo que debe rescribirse de acuerdo a la realidad cambiante del presente (Kersten 1999). El objetivo de Fujioka y su grupo es legitimar la participación de Japón en la guerra, en oposición a la educación actual que posiciona las acciones pasadas de Japón bajo un contexto de crítica al carácter brutal del imperialismo. Para la Escuela Liberal de Historia esta historia sirve para satisfacer los intereses de occidente y para atacar indirectamente a la conciencia colectiva japonesa por parte de las naciones extranjeras que envidian la prosperidad de Japón (Kersten).

El grupo de Fujioka comenzó a publicar y a ganar notoriedad a finales de la década de los noventa, periodo en el que Japón sufrió una fuerte caída económica con fuertes descontentos de la población. Una serie de libros del grupo en los que proponían un supuesto revisionismo a los hechos de antes de la guerra, cubriendo historias sobre héroes, sucesos gloriosos, y varios escenarios contrafactuales (¿qué hubiera pasado si…?), tenían como objetivo exponer manipulaciones que se habían hecho sobre su historia. Decían que para obliterar a los japoneses se había borrado su historia para reemplazarla con otra, y así las personas olvidarían su presente y su pasado (Kersten).

El autor Rikki Kersten reflexiona sobre el caso de Fujioka y su Escuela Liberal de Historia. Para el autor Fujioka no representa un neo-nacionalismo en Japón, sino que es un heredero del pensamiento nacionalista tradicional, del periodo de antes de la guerra. Y lo alarmante no es eso, sino que no ha habido una voz que se contraponga al discurso de Fujioka sobre la historia nacional. Además el estado actual de la política en Japón, con grandes cambios de la mayoría del Partido Liberal Democrático, ofrece oportunidades, o exigencias, para un nuevo estilo de liderazgo político. Con estos actuales elementos en Japón puede resultar alarmante que este revisionismo de Fujioka identifique a la democracia de la post-guerra como su enemigo ideológico, variación que puede atraer estados de ánimo colectivos.

¿Qué significa que Mishima haya cometido suicidio al estilo seppuku en 1970, durante el apogeo del Partido Liberal Democrático? ¿O que existan autoproclamados historiadores como Fujioka que quiera justificar el imperialismo del Japón del pasado? Estos sucesos pueden verse como desconectados uno del otro, pero pueden ser también interpretados como rasgos del nacionalismo aún latente en la sociedad japonesa. Aunque sean eventos individuales, sin repercusiones a gran escala, existe la posibilidad de llegar a esferas, sean altas o bajas, de la población en Japón.

Referencias (por orden de aparición):

· Mishima, Yukio, Patriotismo (1961, reed. 1996) en La corrupción de los ángeles: los cuentos completos, Ediciones Shinsishosa.

· Freelang, Ronaldson (2007) The Japanese-English Dictionary, Webster, Canadá.

· Yourcenar, Margarite (1982) Mishima o la visión del vacío, Ediciones Cátedra, Madrid.

· Vallejo, Nájera, Juan Antonio (1978, reed. 1995) Mishima, o el placer de morir: una mirada psicoanalítica, Planeta de Agostini, Madrid.

· Guiñazu, Ruiz, Magdalena (1987) Mishima: una perla de la narrativa japonesa, en Mishima, Yukio (1996) La corrupción de los ángeles: los cuentos completos, Op. Cit.

· Stokes, Scott Henry (1974) La vida y la muerte de Yukio Mishima, Ediciones Solar, México.

· Sato, Ohlenkamp (2009) Isao Inokuma: never give up fighting, en Japanese Judo Federation: http://www.judoinfo.com/inokuma.htm, visitado el 27 de noviembre de 2009, 21:30.

· Bolitho, Harold (1985) Japón Meiji, The Learning English Group, Misesotta, Estados Unidos.

· Miyoshi, Masao (2005) Postmodernism and Japan, Rutledge Editions, California, Estados Unidos.

· Rincón Soto, Beroska Iridna (1996, reed. 2006), El impacto científico-tecnológico de Japón en una sociedad postmoderna: hacia una comprensión holística de la educación y de la economía en Universidad Complutense de Madrid: http://www.gestiopolis.com/administracion-estrategia/impacto-cientifico-y-tecnologico-en-la-sociedad-postmoderna.htm, visitado el 27 de noviembre, 21:30.

· Epp, Robert (2001) Of Dusk and dream: the poetry of Tachihara Michizo, Penguin Books, Estados Unidos.

· Scott, Harland (1980) Verses of Japan and melancholy, New York Times, Nueva York.

· Rosas Novalbos, Francisco (2001) Filosofía y fascismo en Yukio Mishima, Cuaderno de Materiales y Ciencias Humanas: Universidad Complutense de Madrid, España.

· Frank, Robert (1991) Why did Japan surrendered? Princeton, Estados Unidos.

· Escudos, Jacinta (2007) El ultimo samurái: Yukio Mishima, en http://www.filmica.com/jacintaescudos/archivos/006827.html, visitado el 28 de noviembre, 8:00.

· López, Ángeles (1999) Mishima: locura para algunos,

  • Abelsen, Peter. (1996). Irony and Purity: Mishima. Modern Asian Studies, 30 (03), pp. 651-679. doi:10.1017/S0026749X00016632
  • Buruma, Ian. (2003). Inventing Japan, 1853-1964. New York: Modern Library.
  • Kersten, Rikki. (1999). Neo-Nationalism and the ‘Liberal School of History’. En Christopher P. Hood (Ed.), The Politics of Modern Japan, vol. III. London: Routledge.
  • Yamanouchi, Hissaki. (1972). Mishima Yukio and his Suicide. Modern Asian Studies, 06 (01), pp. 1-16. doi: 10.1017/S0026749X00000287


[1] Rainer María Rilke (1875-1926) fue un narrador y ensayista checoslovaco, famoso por sus obras Elegías de Duino (1923) y Cartas a un joven poeta (1903). Oscar Wilde (1854-1900), por su parte, fue un narrador, poeta y dramaturgo inglés, cuyos trabajos más reconocidos son El retrato de Dorian Gray (1890) y De profundis (1905).

[2] Tatami (たたみ): “(…) habitación de no más de veinticinco metros cuadrados (originalmente, 1.80 metros por 90 centímetros; espacio únicamente para dos personas), famosa en la arquitectura japonesa, usada a manera de estudio, o para tomar té y relajarse” (Freelang, 2007, p. 876).

[3] Seppuku (切腹): “conocido vulgarmente como harakiri (腹切り), consiste en la práctica samurái de la muerte gloriosa, que se basaba en un suicidio meticuloso, a través del cual un samurái que había indignado a su linaje (el bakkufu), podía ser recordado con respeto. Proviene de dos palabras, “cortar” y “muerte”. (…) Es la práctica de cortar el vientre propio con un sable de metro y medio, dejando fluir a través de la abertura ventral, los intestinos propios (tsuifuku), adquiriendo la muerte por hemorragia” (Freelang, 2007, p. 792).

[4] Vallejo Nájera (1995) menciona que sinceridad se traduce del japonés como makoto (まこと), que en Freelang (2007) es “honor máximo, suma confianza e incorruptibilidad” (p. 191).

[5] Katana: “(daito o kunyomi, ) sable tradicional japonés samurái curvado, de mucho filo, de 1.2 metros de longitud y de alrededor de un kilogramo de peso” (Freelang, 2007, p. 87)

[6] Bakkufu: “se traduce textualmente como el gobierno de las tiendas de tela (幕府), y se refiere al shogunato como periodo político e histórico de Japón. (…) Es un sistema económico y político del siglo XVIII en el cual el máximo líder militar o shogun, se dedicaba a perpetuar su poder a través de una milicia personal conocida como samurái” (Freelang, 2007, p. 57).

[7] Samurái (,): “guerrero provincial o élite de la alta milicia, textualmente, soldado valiente o aguerrido” (Freelang, 2007, p. 730).

[8] Se refiere al Japón que, después del periodo 1868-1912 (Era Meiji o “de culto a las reglas”, 明治時代) se modernizara en lo económico (industrialización) y en lo político (Constitución de corte liberal, y aparecimiento de los partidos políticos). Ver Bolitho, 1985.

[9] Judoca (柔道): “que practica o enseña judo” (Freelang, 2007, p. 121).

[10] Ongaku (音楽ガ): “literalmente, música o baile. Se refiere, históricamente, al baile teatral y de máscaras que se originara en Japón en el siglo XIV” (Freelang, 2007, p. 176).

[11] El argumento de que la economía, educación, arte y arquitectura de Japón son un ejemplo de la postmodernidad –postmaterialismo, pérdida de las utopías y absurdo-, ha sido mantenido por varios autores en los últimos tiempos. Recomendamos, para adentrarse en este tema, dos textos: Postmodernism and Japan, de Masao Miyoshi (2005), y el artículo El impacto científico-tecnológico de Japón en una sociedad postmoderna: hacia una comprensión holística de la educación y de la economía, de Iridna Beroska Rincón Soto (1996).

[12] Kami: “() deidad japonesa con forma de hombre, mujer, animal o enteramente imaginaria” (Freelang, 2007, p. 87).

[13] Kabuki: “teatro japonés tradicional, surgido en Tokio hacia el siglo XII, que consiste en personajes estilizados que usan máscaras, y que aluden a mitos tradicionales de la religión sintoísta: historias sobre héroes y demonios. (…) Literalmente, kabuki significa fantástico o extraordinario” (Freelang, 2007, p. 85).

[14] Myōjō: “literalmente, estrella de la mañana o estrella brillante (明星,)” (Freelang, 2007, p. 102).

[15] Es interesante el uso del término liberal en la interpretación nacionalista de la historia de Fujioka. Las nociones de autonomía, libertas e individualismo son usadas para describir la sociedad ideal prevista por el grupo.