El teniente yacía, boca abajo, envuelto en un mar de sangre. La punta de la espada que salía por debajo de su nuca lo dotaba de cierta relevancia. (…) Ella avanzó hasta alcanzar su manga. Limpiándose la sangre de los labios, lo besó por última vez.
-Mishima, Yukio, Patriotismo.
Proemio: El último samurái
Una mañana de 1961, el escritor japonés Yukio Mishima hurga entre sus archivos personales, en la búsqueda de una idea para elaborar un cuento. Encuentra fotografías de su pasado familiar, recortes de revistas y periódicos, borradores de su novela Tōzoku, es decir, Ladrones (1946), y un cúmulo de papeles amarillos donde parafrasea a sus autores predilectos, Rainer María Rilke y Oscar Wilde[1]. Repentinamente, entre distintas torres de papel halla una nota periodística que, por el asombro que le causara cuando niño, había decidido guardar por casi dos décadas:
26 de febrero, 1936, 10:00. El Teniente Shinji Takeyama, miembro del batallón nacional de transportes, profundamente perturbado debido a que sus colegas más cercanos se encontraban en connivencia con un motín anti-imperial, organizado desde inicios del mes presente, e indignado ante la inminente perspectiva del ataque de tropas imperiales contra las mismas tropas imperiales, tomó su espada oficial por la mañana y ceremoniosamente se vació las entrañas en una habitación tatami[2] de su residencia privada, en la sexta manzana de Aoba o´cho, en el distrito de Yotsuya. Su esposa Reiko, orgullosa, seguiría sus pasos al clavarse un puñal hasta morir, minutos después. (…) Lo único que pudo encontrarse del Teniente fue una nota de despedida con dos leyendas idénticas que decían ¡Vivan las fuerzas imperiales! (…) La nota que, posteriormente escribiera la esposa del General, diría temblorosamente: “Ha llegado el día para la mujer de un soldado” (Mishima, 1992, p. 17).
Tras un suspiro, Mishima teclea vigorosamente en su destartalada máquina de escribir, el inicio de una narración corta: “Los últimos momentos de la pareja abnegada y heroica de la historia que sigue, pudieron haber hecho llorar a los mismos dioses. Es menester comenzar con sus edades: él tenía treinta y un años, y era Teniente de la armada nacional. Ella, tendría tan sólo unos veintitrés” (Ibíd., pp. 17-18). Este sería el inicio de Patriotismo (Yukoku, 1962), el cuento más famoso y comentado del escritor japonés. En su argumento, Mishima describiría cómo una joven pareja, Shinji y Reiko, en medio de la indignación, deciden quitarse la vida utilizando, con suma calma, el ritual seppuku[3] de los samuráis japoneses. Desconcertante para algunos y venerado por otros, el texto se convertiría en la máxima novedad editorial del Japón de los años sesenta (Yourcenar, 1982), demostrando a su vez que, en plena modernidad industrial, económica y política -una aparente apertura democrática en el gobierno japonés, aunque maniatada por el Partido Conservador-, existían aún personajes que, aferrados a la cultura tradicional del shogunato, y guardando sumo respeto al Emperador de Japón, fuesen capaces de autoflagelarse, movidos por su incomprensión ante los repentinos cambios en el pensamiento social.
Sobre Patriotismo, Vallejo Nájera (1995) destacaría que “(…) confronta de forma explícita dos Japón, el arcaico, que guarda sumo honor y sinceridad[4], y el novedoso, basado en la occidentalización y el progreso económico” (p. 27). Guiñazu (1987), por su parte, destacaría que el cuento generaría una gran polémica: “los altos militares japoneses, y sobre todo los ultra conservadores, aplaudieron a Mishima, (…) en la sociedad civil en cambio, con énfasis en las juventudes revolucionarias de los años sesenta, causaría vómitos y desmayos; (…) sería tildado de anticuado y hasta de pornográfico” (pp. 181-182).
En 1965, movido por la inspiración que sentía por la historia de Shinji y de Reiko, Mishima dirigiría y protagonizaría una película corta y homónima de su famoso relato (Yukoku), en donde durante treinta y cinco minutos, el escritor simularía su propio seppuku. El cortometraje sería ampliamente criticado y nunca se estrenaría en los cines comerciales (Yourcenar, 1982). Irónicamente, en el cenit de los años setenta, Yukio Mishima se volvería el protagonista de un nuevo Patriotismo, esta vez articulado en la “vida real”, y movido por la entera desesperación. El 25 de noviembre de 1970, los noticieros japoneses dieron la noticia mundial del suicidio del escritor Yukio Mishima, quien se practicó el seppuku en el distrito de Ichigaya, en Tokio, en el cuartel general de las tropas de autodefensa de Japón, en la oficina de Comandos Orientales. “Tal parecía que Mishima había irrumpido en las oficinas y desenvainado una katana[5], y que, enterrando este artefacto en su vientre, aguantaba las lágrimas” (Stokes, 1974, p. 312).
Buscando restituir al Emperador Hirohito en su carácter de máximo líder de las fuerzas armadas japonesas, y “luchando por la recuperación del linaje divino del Emperador” (Yourcenar, 1982), Mishima estaba organizando un golpe militar en contra de los Parlamentos japoneses, y en pos de la destitución de los altos generales de Ichigaya, que según él, habían demostrado su falta de carácter al ser derrotados en 1946 por la armada estadounidense, a finales de la Segunda Guerra Mundial. La pretensión del movimiento era entrar en las oficinas de los altos mandos militares y asesinarlos, precisamente el 25 de noviembre. La revuelta de Mishima, sin embargo, se vería frustrada: los pocos militares que acompañaban su causa se arrepentirían justo antes de la envestida (Stokes, 1974), e incluso el mismo Emperador, según se rumoraba entre la alta milicia japonesa, tenía miedo de ser restituido en sus poderes militares y divinos, ya que esto podría causar un futuro conflicto con los Estados Unidos y las potencias vecinas. Sabiéndose traicionado y acabado, y consciente de que luchaba por una causa perdida, Mishima preferiría, a la usanza de un samurái del siglo XVIII, quitarse la vida a saberse cobarde. Admirador del Shinji Takeyama de los años treinta que inmortalizara en Patriotismo, decidiría seguir los pasos del Teniente al terminar con su vida mediante una estocada certera, y así hallar, a partir de su filosofía bakkufu[6], la inmortalidad y la gloria. Pero, ¿por qué Mishima se comporta como un samurái[7] en pleno siglo XX?, ¿por qué, contrario a la continua occidentalización en la vida cultural y económica del Japón post-Meiji[8], Mishima recurre a un suicidio ritual, prácticamente desaparecido ciento cincuenta años antes de su nacimiento?
Resultaría imposible responder a estas cuestiones sin un estudio riguroso de la educación, vida y obra de Yukio Mishima. Anacrónico y hasta retrógrada para algunos, pero heroico para otros, Mishima demostraría en el último tercio del siglo pasado, que el Japón milenario del shogunato, en una era de aviones y trenes bala, estaba más vivo que nunca a través del clamor de una minoría de japoneses que no podían perdonarse el gran fracaso militar de 1946, ante las tropas del General estadounidense Douglas Mac-Arthur. Después de Mishima no ha existido en la Historia contemporánea de Japón otro seppuku, salvo el caso del judoca[9] Isao Inokuma, que decidió suicidarse en el 2001, tras perder su puesto administrativo en la Federación Japonesa de Judo (Sato, 2009). El suicidio de Mishima ha sido, sin embargo, el caso más citado y polémico de los últimos tiempos, pues según establece Vallejo Nájera (1995), “no sólo ha implicado numerosos artículos periodísticos, notas biográficas o reflexiones, sino también, profundos intentos de psicoanálisis” (p. 32). Ha generado curiosamente, asimismo, distintas manifestaciones culturales, a manera de homenaje. La ópera Ongaku[10] de 1976, por ejemplo, trataría sobre un psicoanalista (curiosamente, llamado Shinji) que se practicara un seppuku junto con su paciente (Reiko), emulando una metáfora del orgasmo. En 1985, el director estadounidense Paul Schrader, por su parte, dirigiría el filme Mishima: vida en cuatro actos, producida por George Lucas, en donde a lo largo de la película Mishima se suicida, entrecortando su seppuku con cuatro historias, derivadas de sus más famosas novelas. En el 2006, finalmente, el español Luis de Pablo dirigiría la obra teatral Parque, basada en el último día de vida de Mishima, desde su incursión en las oficinas de Ichigaya, hasta su muerte.
Figura notable de las letras japonesas, polémico referente de la difícil adaptación de Japón a su modernización reciente, y doloroso estrago viviente –o moribundo- de la derrota post-Segunda Guerra Mundial, Yukio Mishima fue un japonés emérito, y es un espécimen de estudio casi imprescindible en un Japón que lidia con dejar a los samuráis en el pasado, y orientar su arte, economía y educación, hacia la postmodernidad[11]. Es ante todo, sin embargo, un ser humano que dotado de una amplia sensibilidad, y anteponiendo su tradición ante cualquier otra cosa, decidió defender su honor por medio de la muerte, al no poder envestir su causa con el beneplácito de su pueblo. Ésta, es su impactante historia.
Un drama que se esparce en tres episodios
“Cuando la vida del escritor ha sido tan variada y a veces tan sabiamente calculada como su obra misma, podemos advertir en ambos, los mismos fallos, pero a la vez las mismas virtudes, y en especial, la grandeza en ambos” (Yourcenar, 1982, p. 10). La vida del escritor Yukio Mishima fue un camino tortuoso y lleno de vericuetos, cuyos problemas, desatinos, o también, grandes éxitos, reflejarían las circunstancias del contexto histórico japonés de principios del siglo XX. Como un espejo de su tiempo, la obra de Mishima refleja hábilmente a un joven confundido que no sabe si optar por el modo de vida y pensamiento del Occidente, o bien, si arraigarse en su pasado japonés milenario. Nacido en una generación caracterizada por la ruptura en lo político, económico y cultural, a Mishima le tocan vivir tres grandes episodios de la Historia contemporánea de Japón que moldearán inefablemente, su filosofía personal y carácter. Primeramente, debe considerarse que nace tan sólo una década después de que terminara la Era Meiji, máximo periodo de industrialización, apertura comercial y reformas políticas en la Historia japonesa. En segundo lugar, se debe tomar en cuenta a un Mishima que a los quince años presencia el génesis de la Segunda Guerra Mundial, y que por tanto, se forja en las filas de la cultura militarista, elogiando el nacionalismo y glorificando la grandeza del Imperio nipón. En tercer grado, se debe observar a un Mishima de veintiún años que observa la derrota de Japón ante las fuerzas de los aliados, y que debe sobrevivir a la decepción de su pueblo, aceptando que el Emperador abdique a su linaje divino, que Japón limite sus recursos militares, y que el nombre de su nación sea degradado. En los años sesenta, gracias al trauma de la posguerra, Mishima decide regenerar la gloria japonesa mediante una sociedad secreta y organizar un golpe militar, capaz de reformar políticamente a Japón y eliminar la naciente democratización. El final será trágico: fracasará en sus pretensiones y, movido por la sombra de la vergüenza, decidirá quitarse la vida.
Puede compararse, según Francisco Rosas Novalbos (2002), la vida de Yukio Mishima con la vida del Japón contemporáneo. La Era Meiji representaría en ambos ciclos vitales, la inocencia de la niñez. Las reformas del Emperador Mutsuhito y el aparecimiento de empresas privadas, así como la continua urbanización y esplendor arquitectónico de Tokio a la entrada del siglo veinte, bien pueden relacionarse con los primeros años de educación de Mishima, en los que asiste a una escuela donde aprende inglés y ciencias avanzadas, a la usanza de los liceos occidentales (Yourcenar, 1982). El adolescente Mishima rechaza su pasado en pos de la modernidad. Olvida los consejos de su abuela, que se forjara en las escuelas del shogunato, y opta por aprender poesía y por leer a autores ingleses como Herman Melville (Moby Dick, 1870). La guerra, y la posterior derrota de la armada japonesa, sin embargo, cambiarán la forma de vida de Mishima y de Japón abruptamente. Ambos incrementarán su nacionalismo y bravura en un principio, pero al verse perdidos, se sumirán en la indignación y, al final, en un incesante ánimo de desaparición que los llevará al suicidio. Mishima se suicidará físicamente, con una katana, mientras que Japón lo hará socio-culturalmente, al transfigurar sus costumbres en híbridos que mezclarán el sintoísmo clásico con referencias occidentales, sobretodo, de origen estadounidense: “(…) llegaría junto con la derrota de Japón y las bombas nucleares, la dependencia económica del capital estadounidense para la reconstrucción y una nueva sociedad, amante del baseball y de los electrodomésticos” (Frank, 1990, p. 90).
Después de la decadencia de un régimen imperial inmaculado, “Mishima y Japón son, en la década de los setenta, algo muy parecido. Son estatuas gloriosas que perdieron su brillo y en el desconcierto, desean seguir viviendo a pesar de saber en el fondo, que ya no existe su fulgor, su característico fuego artificial” (Rosas Novalbos, 2002, p. 1).
Episodio 1: El muchacho que escribía poemas
La niñez y adolescencia de Yukio Mishima es fundamental para el entendimiento pleno de su personalidad, y la posible explicación de que, aún considerándose un hombre de la modernidad, se distinguiera siempre por amar a su país, y al pasado de éste, sobretodo en lo que competía a la grandeza del bakkufu. Sin duda, Mishima no tendría una niñez fácil. Yourcenar (1982) destaca que Mishima enfrentaría, durante sus dos primeras décadas de vida, una serie de acontecimientos trágicos que lo sumirían en una notoria vulnerabilidad: la muerte de su hermana en 1943, el desprecio que sentía su padre hacia él, debido a su gusto por la literatura y no precisamente por la abogacía o por la función pública, el cariño, complicidad y sobreprotección de su madre, y la recia e implacable figura de su abuela como matriarca de la familia.
Yukio Mishima nació en la provincia de Shinjuku, un 14 de enero de 1925, bajo el nombre de Kimitake Hiraoka (平岡公威). La familia de su padre era de un origen campesino que, con esfuerzos, había salido de la vida rural para instalarse en las filas obreras, hacia la década de 1880. Su padre específicamente, trabajaba como funcionario de gobierno, dentro de la burocracia parlamentaria (Yourcenar, 1982, p. 16) y su madre, por su parte, se dedicaría a las labores del hogar, caracterizándose por su silencio y sumisión. El abuelo de Mishima habría sido gobernador de una de las islas más pequeñas de Kyushu, al sur de Japón. Stokes (1974) describe a la familia de Mishima como una decepción: “el abuelo se distinguía por haber sido uno de los gobernantes más corruptos, y el padre no era más que un burócrata mediocre y acomedido, cuyo último fin en la vida era lavar el nombre de la familia, manchado por el anciano” (p. 28). De niño, Mishima sería víctima de maltrato por parte de su padre, que lo humillaba y golpeaba, buscando que éste fuese perfecto (Yourcenar, 1982). Según Stokes (1974), cuando el pequeño Hiraoki (Yukio) se mal portaba, su padre le prohibía ver a su madre, haciéndole llorar por horas (pp. 32-33).
La educación de Mishima durante sus primeros diez años, correría a cargo de su abuela paterna, Natsu, “una mujer aristocrática mal casada con un gobernador de una isla; una mujer excéntrica” (Mishima, 1955, p. 32). Según cuenta Yourcenar (1982), la abuela era un vestigio del shogunato y, por tanto, amante de la tradición beligerante que palideciera durante los años del Japón Meiji. Durante los años de niñez, educaría a Mishima bajo los códigos del bakkufu.
La abuela sí que era un personaje. Nacida en una buena familia de samuráis, biznieta de un daimio (que equivale en nuestros tiempos a un príncipe), y emparentada incluso con la dinastía de los Tokugawa; todo el Japón antiguo, pero ya en parte olvidado, perduraba en ella en forma de una criatura enfermiza, un poco histérica, sujeta a reumatismos y neuralgias craneanas, casada tarde a la falta de algo mejor, con un funcionario de ínfimo rango (Yourcenar, 1982, pp. 18-19)
Mishima sería, de alguna manera, privado de su libertad, al ser transformado en el principal enfermero de su abuela, así como en objeto de catarsis de la misma, para el desfogue de sus frustraciones. Lo vestía de niña para humillarlo y le forzaba a aprender rituales sangrientos, como el asesinato de animales a manera de entrenamiento. La abuela fue posiblemente “el grano de demencia que antaño se consideraba necesario para el genio” (Ibíd., p. 19). Lo llamaba “pequeño guerrero” y lo educaba conforme a los principios samuráis de sus antepasados. “Natsu favorecería la fascinación de Mishima por la muerte; le repletaría la cabeza con relatos sobre un universo de kamis[12] y demonios. Lo incitó a jugar con máscaras y a cargar con trajes ancestrales” (Ibídem). Le enseñó el sintoísmo y, sobretodo, el respeto al Emperador como máxima autoridad, no sólo política, sino también religiosa. “Un Emperador no era un líder, sino el nieto de la diosa del sol, Amaterasu” (Ibídem).
Con el paso del tiempo, Yukio aprendería a amar a su patria y a su pasado. “Su conocimiento del Japón clásico era, se nos dice, muy superior al de la mayoría de sus contemporáneos, exceptuando a los eruditos, naturalmente. Pero su familiaridad con las literaturas europeas, no sería menor” (Ibíd., 26). Y es que, en un Japón en el que la admiración a Occidente se hacía cada vez más patente, vivir completamente como un samurái era cada día más imposible, por lo que gracias a su madre, el pequeño Yukio empezaría a conocer textos provenientes de la modernidad europea, desde El Quijote hasta el teatro de Goethe (Stokes, 1974)
Hacia 1940, en vísperas de terminar con la escolaridad básica en casa, y casi en edad de entrar al bachillerato, el joven Mishima continuaba explotando su talento para la literatura. Debido a que era un muchacho muy aplicado, su abuela buscaría que el joven Yukio ingresara a la Escuela Peers, en Tokio, donde acudía la aristocracia japonesa, los hijos de una naciente burguesía de industriales japoneses, y los jóvenes extranjeros, o japoneses hijos de extranjeros. “La familia de Mishima no era rica, sin embargo, Natsu lucharía porque Yukio entrara a la escuela más cara de la ciudad (…) sólo así, podría conseguir, en el futuro, codearse con la alta clase de Japón, y con un poco de suerte, asistir a la Universidad” (Guiñazu, p. 26).
Según Stokes (1974) las dos más grandes pasiones de Mishima durante estos años eran los cuentos y el teatro. Como la mayoría de los muchachos de los años cuarenta, Mishima vive en medio del pasado y del presente. Por una parte, aprende escuetamente inglés al leer a Oscar Wilde y a James Joyce, autor de Ulises (1922) y de El retrato del artista adolescente (1916), conociendo las modas europeas y los inventos de la modernidad, como el automóvil, los bailes estadounidenses, o el cine. Por otra parte, sin embargo, practica el arte del kabuki[13] al ingresar al grupo de teatro escolar, e incluso escribe, para una presentación a compañeros y padres de familia, una versión moderna de El mito de Noh (能), un tradicional drama lírico japonés.
El autor connacional predilecto de Mishima a sus quince años de edad, según Yourcenar (1982), era el poeta Tachihara Michizo, quien sería descubierto por el Yukio adolescente, una vez de que éste se percatara de su fallecimiento, en 1939. Contrario al Japón al que Mishima estaba acostumbrado, lleno de industrias, construcciones de cristal y níquel, y eficientes redes ferroviarias, los poemas de Michizo transportarían al joven escritor a otros tiempos y entornos. Privilegiando a los campesinos y girando en torno a los temas bucólicos, Michizo había crecido en las colinas de Shinano, en lo que es hoy Nagano, y “escribía usando referentes profundos, pero naturales y sumamente sencillos: árboles, pastizales, aves pequeñas, cielos inalcanzables y, sobretodo, el viento, que representaba su imagen poética predilecta” (Epp, 2001, p. 464). En Otoño (1922), por ejemplo, Michizo destacaba a través de imágenes de la naturaleza, el tema del desamor: “vendrías al fin, y por eso / dejaría ir a las libélulas / que había conservado cautivas / como los dedos de mis manos / al amanecer del otoño” (p. 122).
Michizo abriría para el joven Mishima, un género que para la modernidad del siglo veinte era poco popular, pero que a Yukio le parecería impresionante, el waka (和歌, poesía cantada), del cual, los poemas tanka (短歌, “muy cortos”) se volverían sus predilectos. Llegarían entonces a la vida de Mishima, junto con la década de los cuarenta, poetas como Yosano Tekkan o Kokin Wasashu, ambos, de finales del shogunato, cuyos fragmentos, a manera de pequeñas parábolas, pretendían dejar una moraleja. Posteriormente, Mishima descubriría a dos contemporáneos cuyo estilo le atraparía: Ishikawa Takuboku, fallecido en 1912, y la poeta Akiko Yosano, quien muy anciana, fundaría en 1941 la revista de poesía Myojo[14]. El poema favorito de Mishima a los dieciséis años, según Yourcenar (1982), era precisamente de Takuboku y se titulaba Arena (1892): “En el filo de la blanca, blanca arena / juego en la esquina de una playa muy blanca / en una isla muy pequeña, al Este. / Estamos solos, mis lágrimas y yo… / tal vez nos acompañan un par de cangrejos” (en Scott, 1980, p. 20). A Mishima le gustaba mucho este poema, tal vez, porque retrataba su personalidad: “era un muchacho escuálido, sensible, imaginativo y muy melancólico. No parecía estar de acuerdo con los jóvenes de su generación (…) enérgicos y revolucionarios, sino que prefería una vida tranquila, de ocio y contemplación” (Stokes, 1974, p. 77).
En 1940, con quince años de edad, Mishima escribiría un relato autorreferencial, El muchacho que escribía poemas, en donde se mostraría la convulsión que el Yukio adolescente sintiera al aprender inglés y waka al mismo tiempo. Carente de una identidad solida, oscilante entre la modernidad y el elogio constante a la sencillez, Mishima relataba:
Poema tras poema fluía de su pluma con pasmosa facilidad. Le llevaba poco tiempo llenar las treinta páginas de uno de los cuadernos de la Escuela de Peers. ¿Cómo era posible, se preguntaba el muchacho, que pudiera escribir dos o tres poemas por día? Una semana que estuvo enfermo en cama, compuso "Una semana: Antología". Recortó un óvalo en la cubierta de su cuaderno para destacar la palabra "poemas" en la primera página. Abajo, escribió en inglés, por mera costumbre: "12th. 18th: May, 1940". (…) Sus poemas empezaban a llamar la atención de los estudiantes de los últimos años. "La algarabía es por mis 15 años", se decía. Pero el muchacho confiaba en su genio. Empezó a ser atrevido cuando hablaba con los mayores. Era tímido al inicio, pero fue tomando fuerza y portento. Quería dejar de decir "es posible"; tenía que decir siempre "sí". (Mishima, 1940, p. 22)
Como el muchacho del cuento, el joven poeta Mishima decidió adquirir confianza en sí mismo y comenzar a mostrarle sus escritos al mundo. Junto con profesores que confiaron en su intelecto, y compañeros de escuela, conformaría Bungei Bunka (“Cultura literaria”), una especie de taller de lectura y creación literaria, donde comenzó a redactarse una revista homónima, que para 1942 había salido de las aulas escolares para publicarse de manera formal, en un pequeño taller. Más tarde, en 1944, Mishima ganaría el Premio de Escolares de Tokio por su cuento Hanazakari No Mori (Bosque en todo su esplendor), el cual nunca le sería entregado, debido a que la Segunda Guerra Mundial se encontraba, ya para entonces, en su máximo auge.
Episodio 2: Huyendo de un terrible demonio llamado guerra
La paz de la poesía y la impavidez de los años escolares se verían interrumpidas cuando Japón entrara a la Segunda Guerra Mundial y los jóvenes fueran obligados a enlistarse en el ejército nacional. Mishima sería llamado a unirse a la Armada en 1944, pero temeroso, buscando huir de un cruento destino, se esforzó en adquirir un resfriado para no pasar los exámenes médicos correspondientes al reclutamiento. Tras una revisión médica, sería declarado como posible tuberculoso, y se ahorraría el tener que enfrentar a las fuerzas de los países aliados en batalla. Para no ser juzgado por su padre por haber huido de su deber patriótico, le prometería que estudiaría para ingresar a la Universidad de Tokio, a la cual logró entrar formalmente a inicios de 1946, matriculándose en la carrera de Derecho. Contento, su padre, le conseguiría un trabajo burocrático de medio tiempo como asistente del Ministro de Finanzas de la municipalidad de Tokio, “consolidándole, a su manera, una carrera prometedora en la función pública” (Yourcenar, 1982, p. 79).
La pasión secreta de Mishima, sin embargo, seguían siendo las letras, por lo que con la complicidad de su madre se propondría no dejar de escribir, completando dos novelas para los primeros seis meses de 1946: Ladrones (Tōzoku) y Kamen no Kokuhaku (Confesiones de una máscara). Esta última, según Yourcenar (1982) refiere a un episodio clave y atormentador en la vida de Mishima: el descubrimiento de su propia homosexualidad. Mishima decidió ocultar su gusto por los varones por temor a su padre, que simpatizaba con el nazismo alemán hacia los años cuarenta, por no defraudar las enseñanzas bakkufu de su abuela, y por no ser discriminado en una sociedad estudiantil donde predominaban los varones, y por ende, su estereotipo de hombría. “Mishima calló su homosexualidad e incluso, la guardó hasta forzarla al desaparecer, intentando salir con muchachas y fijarse en el sexo opuesto, acarreándose confusión y tormento” (Stokes, 1974, p. 97).
El 15 de agosto de 1945, tras la entrada de los Estados Unidos en alianza con la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial, la derrota de Japón era inminente, por lo que el Emperador, Hirohito Showa, decidió anunciar la rendición formal del ejército japonés. Las potencias del eje (socios militares de los japoneses), Alemania e Italia, estaban muy debilitadas, por lo que era ilusorio que su capital bélico pudiese salvar a Japón de un notable fracaso. El año de 1946 es clave para la vida de Mishima, y también para la Historia de Japón. Hirohito anuncia vía radiofónica, no sólo que Japón dejará de ser un Imperio para convertirse en una monarquía parlamentaria y democrática, bajo la cual existirán partidos políticos populares y leyes por encima del mismo Emperador, sino también, que renuncia a su linaje divino, volviéndose tan mortal como cualquier ciudadano japonés (Frank, 1991). Mishima, que creía por encima de todo, en la divinidad del Emperador, fue golpeado emocionalmente de forma terrible por este anuncio. “Se sabría un perdedor por no haber ido a la guerra, porque habiendo podido defender a su Emperador, no lo hizo, por lo que pasaría, desde ese momento, el resto de su vida intentando perdonarse, viviendo como un guerrero y preparándose como tal” (Yourcenar, 1982, p. 127).
Para colmo, Japón recibiría en agosto de 1946 el impacto de dos bombas nucleares estadounidenses en las islas de Hiroshima y Nagasaki, dejando un saldo de cientos de miles muertos y heridos, a causa de la radiación. “Sería en ese momento, en que Mishima sabría que Japón, tal y como lo conocía, estaba en decadencia, y que, de ser posible salvarlo de alguna forma, debía intentarse el esfuerzo, no obstante éste representara una lucha sobrehumana contra las potencias más poderosas sobre la faz de la tierra” (Ibídem).
Episodio 3: De hombre de letras a samurái moderno
Fue tal la obsesión de Mishima por la recuperación de Japón después de su derrota, tras la Segunda Guerra Mundial, que prácticamente dedicaría “su vida entera, de 1949 hasta el día de su muerte, en el afán de pretender honrar a Japón y salvarlo de la vergüenza” (Ibíd., p. 177). Para poder lograr su sueño de restituir la grandeza nipona, Mishima se forjaría dos objetivos: el primero, de corte literario, sería convertirse en un gran escritor, capaz de llegar a ganar el Premio Nobel (cosa que no consiguió, a pesar de haber sido nominado tres veces); el segundo, de pretensiones estrictamente militares, se basaría en fundar “una nueva generación de japoneses, capaz de regenerar el Imperio y terminar con la decadencia moral y política del pueblo japonés” (Escudos, 2007, p. 3). Con el fin de lograr el primer objetivo, Mishima buscaría ser apadrinado por el más grande autor de su tiempo, Yasunari Kawabata, además de publicar en pasquines y publicaciones de bajo presupuesto, un sinfín de ensayos, notas periodísticas, cuentos, poemas y hasta obras de teatro. Asimismo, trabaría una cercana amistad con varios autores contemporáneos suyos, como Shintaro Ishisaza, dramaturgo y, actualmente, alcalde de Japón. Para poder culminar con el segundo de sus objetivos, Mishima se propuso convertirse en un guerrero: “se obsesionó con el fisicoculturismo y se volvió amante de las pesas. Aprendió artes marciales y entrenaba hasta cerca de trece horas diarias para ganar portento y agilidad. Se alimentaba, además, como un samurái” (Ibídem).
En 1955, Mishima se inmortalizó bajo el seudónimo que hoy le otorga nombre, y consiguió publicar Confesiones de una máscara, la cual fue rápidamente exportada a Occidente, y le permitiría ganar una gran popularidad. El “glamour” de la vida del escritor, sin embargo, no iba con el nuevo bakkufu profesado por Mishima, por lo que cedería sus derechos a las editoriales y comercializadoras de la novela. Para 1962, Confesiones de una máscara se había traducido a diez idiomas diferentes, incluyendo el griego, el polaco y el inglés. Mishima esto, no sólo le tenía sin cuidado, sino que era de su repudio. Por tanto, si el tema de un adolescente homosexual había logrado éxito en Occidente, Mishima se procuraría escribir sobre temas “estrictamente japoneses”, a inicios de la década de los sesenta. En 1958 publicaría Sed de amor, donde pretendería retratar el modo de vida de una familia japonesa tradicionalista; en 1954, Colores prohibidos, donde denunciaba al Estado japonés como traidor y corrupto; en 1963, El marino que perdería la gracia de la mar, que relataba en el más puro estilo costumbrista, los hábitos de los pescadores japoneses; y en 1965 publicaría, finalmente, El pabellón de oro, una novela en la que conviene nos detengamos, a manera de análisis. El protagonista de El pabellón de oro es un monje sordomudo encargado de limpiar y vigilar un pasillo dorado del templo Shinto más famoso de Japón: el Kinkajú (金閣寺). El novicio ama al pabellón más que a su vida, y prácticamente ha invertido más de veinte años en el cuidado del pabellón. Un día, sin embargo, profana el pabellón con una doncella que lo incita a tener relaciones sexuales bajo uno de los altares del recinto. Frustrado y en plena desesperación, decide quemar, no sólo el pabellón, sino a sí mismo en medio de él. “El pabellón de oro simboliza la tradición y Japón en sí, mientras que Mitzogucho el novicio, son los japoneses encargados del cuidado de su templo nacional. (…) Al profanar a Japón mediante el fracaso en la guerra, el pueblo japonés debe flagelarse para salvar a Japón, que parece quemarse inminentemente ante el asomo de las bombas, ante la avanzadas estadounidense y ante el dolor de su propio pueblo” (Yourcenar, 1982, p. 182).
Hacia 1965, Mishima era uno de los autores más prolíferos de su tiempo, habiendo escrito cerca de 40 novelas, 18 libretos para teatro, cine y televisión y 20 ensayos académicos (Scott, 1980). Destacaba de su producción, para entonces, una trilogía de novelas que no se publicarían, sino hasta después de su muerte: Nieve de primavera, Caballos desbocados y Templo del alba. 1965 sería también para Yukio Mishima, el año del comienzo de su activismo político. Con base en sus ensayos se declararía ultra-conservador y exigiría el respeto ineludible al Emperador japonés como institución política y moral. Declararía en 1966: “la sociedad japonesa está en decadencia, al punto de que sus principios parecen ser ahora vergüenza para una modernización que no tiene sentido” (Mishima, 1966, p. 112).
Mishima no creía que para cambiar a la sociedad japonesa, bastaba con las letras. En su ensayo Introducción a la filosofía de la acción (1968), base fundamental de su pensamiento político, la acción debe ser la base de todo cambio significativo, aunque a veces se deba recurrir a la violencia:
La acción tiene el misterioso poder de compendiar una larga vida en la explosión de un fuego de artificio. Se tiende a honrar a quien ha dedicado toda su vida a una única empresa, lo cual es justo, pero quien quema toda su vida en un fuego de artificio, que dura un instante, testimonia con mayor precisión y pureza los valores auténticos de la vida humana. (…) La acción más pura y esencial logra retratar los valores de la vida y las cuestiones eternas de la humanidad con una profundidad mucho mayor que un esfuerzo humilde y constante (Ibíd., p. 169).
Según Rosas Novalbos (2001), las tesis filosóficas que se volverían los pilares para la acción que pretendía Mishima, fueron: a) el rechazo de las leyes japonesas impuestas por los Estados Unidos, de las cuales figuraba la restricción del capital militar de Japón, b) el repudio a la democracia, pues significaba la injerencia del pueblo a élites gubernamentales que sólo debían ocupar el Emperador y sus designados, c) el desdén por la economía de libre mercado, pues pervertía la pureza cultural de la nación japonesa, d) la nostalgia por el shogunato como régimen político, y e) la desconfianza de los extranjeros, casi a punto de xenofobia (p. 16). Convencido de que con estos principios, Mishima se volvería el portavoz de una nueva generación japonesa de corte ultra-conservador, decidiría formar en 1968 una sociedad secreta en pos de la restauración de Japón: la Tatenokai (楯の会) o Sociedad de los escudos. Ésta mantenía, entre otras funciones, la captación de jóvenes universitarios de tendencia conservadora, la mitigación secreta –asesinato, venganza- de intelectuales demócratas y miembros parlamentarios, el entrenamiento secreto con el fin de atizar un futuro golpe militar a los altos mandos japoneses, y la publicación de una revista clandestina donde, en clave, se divulgaban las actividades de la Sociedad: el Ronso o Negro. “Se trataba de una comunidad bélica de puros varones, conformada por alrededor de noventa. Algunos, sabían a fondo los planes reformistas de Yukio Mishima, mientras que otros, se limitaban a tomar la agrupación a juego, como un espacio lúdico para aprender artes marciales y valores samurái” (Escudos, 2007, p. 2). Mishima se auto designaría “máximo General” de esta sociedad secreta, y colocaría como segundos al mando a dos de sus más fieles seguidores: Masakatsu Morita e Hiroyasu Koga.
Epílogo: ¿Epítome de un fracaso o senda de gloria?
De 1968 y hasta 1970, los miembros de la Tatenokai habían entrenado arduamente para irrumpir en los cuarteles centrales del ejército japonés y asesinar a los oficiales, para posteriormente, forzar al Emperador Hirohito a restituir su providencia divina y su carácter de líder político y militar, único. Casi al mediodía del 25 de noviembre de 1970, un pequeño grupo de hombres –no más de cincuenta- se paró enfrente de los cuarteles de Ichigaya, el distrito militar de Tokio, a la expectativa de recibir órdenes. Frente a ellos, se detuvo un hombre delgado con una banda blanca en la cabeza. Éste era Yukio Mishima, quien alentó a los concurrentes con una arenga sobre el honor, la valentía y el brindar la vida en pos de una nación. Después de tres “hurras” finales para el Emperador, los rebeldes alcanzaron a escuchar abucheos y risas de los militares que estaban apostillados en los cuarteles. Fue en ese momento en donde decidieron atacar.
Entrando a la oficina de uno de los máximos Generales, Kanetoshi Mashita, logran tomarlo como prisionero. Entran, sin embargo, segundos más tarde, los militares japoneses. Los rebeldes se encuentran rodeados, por lo que se saben perdidos. Es en ese momento, en el que Yukio Mishima sabe que el momento de ofrendar su vida por su causa ha llegado: es hora del seppuku. Nadie sabía qué haría Mishima esa mañana, salvo su compañero Masakatsu Morita, a quien Mishima le había encargado le cortase la cabeza. La mejor crónica de cómo Mishima se autoflageló aquella mañana es la que expone Ángeles López (1999) en Mishima: locura para algunos, transcrita directamente de los registros militares japoneses. A pesar de su longitud, vale la pena su lectura:
(…) (Mishima) de forma pausada y sumido en el más absoluto silencio ritual se despoja de la chaqueta y, tras quitarse las botas apartándolas a un lado, se desabrocha el pantalón que cae sobre los muslos flexionados. A dos metros del general (Mashita), se arrodilla pausadamente. Toma en su mano derecha la espada corta, mientras Morita, a su espalda, levanta en alto la katana que cercenará su cuello. Mishima inicia el balanceo de torsión, mientras, con los tres dedos centrales de la mano izquierda localiza el punto del abdomen al que apuntará su daga. Da tres nuevos vivas al Emperador, esta vez en voz baja. Tras una inspiración profunda contrae la musculatura del tórax. Un grito seco y gutural. La daga entra a fondo y cruza rápidamente el abdomen empujada por una fuerza y una voluntad hercúleas. La sangre sale a borbotones acompañando a las entrañas. Cuando en un último esfuerzo, Mishima logra llegar al lado derecho, cae hacia delante. Morita ha esperado demasiado para segarle con un corte la cabeza, y ahora, la posición no es la adecuada. Resulta difícil decapitar un cuerpo caído. La punta de la espada tropieza contra el suelo y el cuello profundamente herido no se secciona. Lo intenta una vez más mientras el cuerpo de Mishima yace convulso sobre sus propios intestinos. Fracasa un tercer golpe hasta que, temblando, entrega la katana a Koga, quien de forma hábil corta limpiamente la cabeza del fundador del Tate-no-kai.
(…) El general se inclina todo lo que le permiten sus ligaduras y murmura la oración sintoísta para los muertos: “Manu Amida Butsu” (Llévenme al otro mundo). Ogawa, un joven fiel al movimiento, despega reverentemente la daga de la mano de Mishima y se la entrega a Morita, que se ha desvestido y arrodillado, también para hacerse el seppuku. Koga ya está a su lado con la katana en alto. “No me dejes sufrir mucho tiempo”, suplica Morita. Su cabeza rueda al primer golpe de katana. Tres jóvenes supervivientes no pueden dominar su emoción y estallan en llanto. No porque Mishima se hubiera practicado el ritual de suicidio, sino porque sus líderes han hecho “el supremo sacrificio de renunciar a morir” (pp. 188-189).
Yukio Mishima se suicidó en 1970, a la manera seppuku de los antiguos guerreros japoneses. El evento causó sorprendió y alarmó a muchos, dentro de Japón y en las sociedades extranjeras. El evento también sostenía varias similitudes con el intento de golpe de Estado de 1936, en el que un grupo ultranacionalista se levantó en armas en Tokio. Con el suicidio de Mishima algunos presagiaban el revivificación del militarismo en Japón, pero al ver las verdaderas conexiones de Mishima con las esferas políticas, la probabilidad de tal revivificación era muy remota (Yamanouchi, 1972). Sin embargo el suicidio de Mishima implicó una declaración política contra ese cambio artificial, como también lo cree Buruma, hacia la democratización. En sus implicaciones políticas fue un reto a la estabilidad y prosperidad del Japón actual en donde el Primer Ministro era el representante del gobierno. Mishima detestaba a los intelectuales de izquierda, y tampoco quería alinearse con el Partido Liberal Democrático (Yamanouchi). Por eso fundó su propio grupo, el Tatenokai o Sociedad del Escudo, una milicia dedicada a los valores tradicionales japoneses y a la veneración del Emperador. Condenaba las limitaciones constitucionales a la rama militar como una amenaza a la cultural japonesa (Abelsen, 1996).
El fin que perseguía Mishima con su suicidio, inspirar a las fuerzas armadas a sublevarse para revisar la constitución y permitir el rearme, no tuvo ningún efecto en el gobierno. Después de la Segunda Guerra Mundial el nacionalismo japonés tuvo que competir con otras formas de individualismo que se implantaron con la apertura de Japón hacia el mundo liberal. Pero los grupos nacionalistas, de extrema derecha, o imperialistas no se evaporaron con la derrota en 1945. Un ejemplo es el escritor y profesor de la Universidad de Tokio Fujioka Nobukatsu, quien fundó un grupo para la revisión de la historia de Japón con fines nacionalistas.
Fujioka y su grupo Escuela Liberal de Historia[15], hecho de historiadores no profesionales, han hecho serios intentos para reposicionar al Estado como el centro del discurso político en la actualidad. Para este autor la historia no es algo que solamente involucra el descubrimiento de fuentes y sus interpretaciones, sino que es algo que debe rescribirse de acuerdo a la realidad cambiante del presente (Kersten 1999). El objetivo de Fujioka y su grupo es legitimar la participación de Japón en la guerra, en oposición a la educación actual que posiciona las acciones pasadas de Japón bajo un contexto de crítica al carácter brutal del imperialismo. Para la Escuela Liberal de Historia esta historia sirve para satisfacer los intereses de occidente y para atacar indirectamente a la conciencia colectiva japonesa por parte de las naciones extranjeras que envidian la prosperidad de Japón (Kersten).
El grupo de Fujioka comenzó a publicar y a ganar notoriedad a finales de la década de los noventa, periodo en el que Japón sufrió una fuerte caída económica con fuertes descontentos de la población. Una serie de libros del grupo en los que proponían un supuesto revisionismo a los hechos de antes de la guerra, cubriendo historias sobre héroes, sucesos gloriosos, y varios escenarios contrafactuales (¿qué hubiera pasado si…?), tenían como objetivo exponer manipulaciones que se habían hecho sobre su historia. Decían que para obliterar a los japoneses se había borrado su historia para reemplazarla con otra, y así las personas olvidarían su presente y su pasado (Kersten).
El autor Rikki Kersten reflexiona sobre el caso de Fujioka y su Escuela Liberal de Historia. Para el autor Fujioka no representa un neo-nacionalismo en Japón, sino que es un heredero del pensamiento nacionalista tradicional, del periodo de antes de la guerra. Y lo alarmante no es eso, sino que no ha habido una voz que se contraponga al discurso de Fujioka sobre la historia nacional. Además el estado actual de la política en Japón, con grandes cambios de la mayoría del Partido Liberal Democrático, ofrece oportunidades, o exigencias, para un nuevo estilo de liderazgo político. Con estos actuales elementos en Japón puede resultar alarmante que este revisionismo de Fujioka identifique a la democracia de la post-guerra como su enemigo ideológico, variación que puede atraer estados de ánimo colectivos.
¿Qué significa que Mishima haya cometido suicidio al estilo seppuku en 1970, durante el apogeo del Partido Liberal Democrático? ¿O que existan autoproclamados historiadores como Fujioka que quiera justificar el imperialismo del Japón del pasado? Estos sucesos pueden verse como desconectados uno del otro, pero pueden ser también interpretados como rasgos del nacionalismo aún latente en la sociedad japonesa. Aunque sean eventos individuales, sin repercusiones a gran escala, existe la posibilidad de llegar a esferas, sean altas o bajas, de la población en Japón.
Referencias (por orden de aparición):
· Mishima, Yukio, Patriotismo (1961, reed. 1996) en La corrupción de los ángeles: los cuentos completos, Ediciones Shinsishosa.
· Freelang, Ronaldson (2007) The Japanese-English Dictionary, Webster, Canadá.
· Yourcenar, Margarite (1982) Mishima o la visión del vacío, Ediciones Cátedra, Madrid.
· Vallejo, Nájera, Juan Antonio (1978, reed. 1995) Mishima, o el placer de morir: una mirada psicoanalítica, Planeta de Agostini, Madrid.
· Guiñazu, Ruiz, Magdalena (1987) Mishima: una perla de la narrativa japonesa, en Mishima, Yukio (1996) La corrupción de los ángeles: los cuentos completos, Op. Cit.
· Stokes, Scott Henry (1974) La vida y la muerte de Yukio Mishima, Ediciones Solar, México.
· Sato, Ohlenkamp (2009) Isao Inokuma: never give up fighting, en Japanese Judo Federation: http://www.judoinfo.com/inokuma.htm, visitado el 27 de noviembre de 2009, 21:30.
· Bolitho, Harold (1985) Japón Meiji, The Learning English Group, Misesotta, Estados Unidos.
· Miyoshi, Masao (2005) Postmodernism and Japan, Rutledge Editions, California, Estados Unidos.
· Rincón Soto, Beroska Iridna (1996, reed. 2006), El impacto científico-tecnológico de Japón en una sociedad postmoderna: hacia una comprensión holística de la educación y de la economía en Universidad Complutense de Madrid: http://www.gestiopolis.com/administracion-estrategia/impacto-cientifico-y-tecnologico-en-la-sociedad-postmoderna.htm, visitado el 27 de noviembre, 21:30.
· Epp, Robert (2001) Of Dusk and dream: the poetry of Tachihara Michizo, Penguin Books, Estados Unidos.
· Scott, Harland (1980) Verses of Japan and melancholy, New York Times, Nueva York.
· Rosas Novalbos, Francisco (2001) Filosofía y fascismo en Yukio Mishima, Cuaderno de Materiales y Ciencias Humanas: Universidad Complutense de Madrid, España.
· Frank, Robert (1991) Why did Japan surrendered? Princeton, Estados Unidos.
· Escudos, Jacinta (2007) El ultimo samurái: Yukio Mishima, en http://www.filmica.com/jacintaescudos/archivos/006827.html, visitado el 28 de noviembre, 8:00.
· López, Ángeles (1999) Mishima: locura para algunos,
- Abelsen, Peter. (1996). Irony and Purity: Mishima. Modern Asian Studies, 30 (03), pp. 651-679. doi:10.1017/S0026749X00016632
- Buruma, Ian. (2003). Inventing Japan, 1853-1964. New York: Modern Library.
- Kersten, Rikki. (1999). Neo-Nationalism and the ‘Liberal School of History’. En Christopher P. Hood (Ed.), The Politics of Modern Japan, vol. III. London: Routledge.
- Yamanouchi, Hissaki. (1972). Mishima Yukio and his Suicide. Modern Asian Studies, 06 (01), pp. 1-16. doi: 10.1017/S0026749X00000287
[1] Rainer María Rilke (1875-1926) fue un narrador y ensayista checoslovaco, famoso por sus obras Elegías de Duino (1923) y Cartas a un joven poeta (1903). Oscar Wilde (1854-1900), por su parte, fue un narrador, poeta y dramaturgo inglés, cuyos trabajos más reconocidos son El retrato de Dorian Gray (1890) y De profundis (1905).
[2] Tatami (たたみ): “(…) habitación de no más de veinticinco metros cuadrados (originalmente, 1.80 metros por 90 centímetros; espacio únicamente para dos personas), famosa en la arquitectura japonesa, usada a manera de estudio, o para tomar té y relajarse” (Freelang, 2007, p. 876).
[3] Seppuku (切腹): “conocido vulgarmente como harakiri (腹切り), consiste en la práctica samurái de la muerte gloriosa, que se basaba en un suicidio meticuloso, a través del cual un samurái que había indignado a su linaje (el bakkufu), podía ser recordado con respeto. Proviene de dos palabras, “cortar” y “muerte”. (…) Es la práctica de cortar el vientre propio con un sable de metro y medio, dejando fluir a través de la abertura ventral, los intestinos propios (tsuifuku), adquiriendo la muerte por hemorragia” (Freelang, 2007, p. 792).
[4] Vallejo Nájera (1995) menciona que sinceridad se traduce del japonés como makoto (まこと), que en Freelang (2007) es “honor máximo, suma confianza e incorruptibilidad” (p. 191).
[5] Katana: “(daito o kunyomi, 刀) sable tradicional japonés samurái curvado, de mucho filo, de 1.2 metros de longitud y de alrededor de un kilogramo de peso” (Freelang, 2007, p. 87)
[6] Bakkufu: “se traduce textualmente como el gobierno de las tiendas de tela (幕府), y se refiere al shogunato como periodo político e histórico de Japón. (…) Es un sistema económico y político del siglo XVIII en el cual el máximo líder militar o shogun, se dedicaba a perpetuar su poder a través de una milicia personal conocida como samurái” (Freelang, 2007, p. 57).
[7] Samurái (侍): “guerrero provincial o élite de la alta milicia, textualmente, soldado valiente o aguerrido” (Freelang, 2007, p. 730).
[8] Se refiere al Japón que, después del periodo 1868-1912 (Era Meiji o “de culto a las reglas”, 明治時代) se modernizara en lo económico (industrialización) y en lo político (Constitución de corte liberal, y aparecimiento de los partidos políticos). Ver Bolitho, 1985.
[9] Judoca (柔道): “que practica o enseña judo” (Freelang, 2007, p. 121).
[10] Ongaku (音楽ガ): “literalmente, música o baile. Se refiere, históricamente, al baile teatral y de máscaras que se originara en Japón en el siglo XIV” (Freelang, 2007, p. 176).
[11] El argumento de que la economía, educación, arte y arquitectura de Japón son un ejemplo de la postmodernidad –postmaterialismo, pérdida de las utopías y absurdo-, ha sido mantenido por varios autores en los últimos tiempos. Recomendamos, para adentrarse en este tema, dos textos: Postmodernism and Japan, de Masao Miyoshi (2005), y el artículo El impacto científico-tecnológico de Japón en una sociedad postmoderna: hacia una comprensión holística de la educación y de la economía, de Iridna Beroska Rincón Soto (1996).
[12] Kami: “(神) deidad japonesa con forma de hombre, mujer, animal o enteramente imaginaria” (Freelang, 2007, p. 87).
[13] Kabuki: “teatro japonés tradicional, surgido en Tokio hacia el siglo XII, que consiste en personajes estilizados que usan máscaras, y que aluden a mitos tradicionales de la religión sintoísta: historias sobre héroes y demonios. (…) Literalmente, kabuki significa fantástico o extraordinario” (Freelang, 2007, p. 85).
[14] Myōjō: “literalmente, estrella de la mañana o estrella brillante (明星)” (Freelang, 2007, p. 102).
[15] Es interesante el uso del término liberal en la interpretación nacionalista de la historia de Fujioka. Las nociones de autonomía, libertas e individualismo son usadas para describir la sociedad ideal prevista por el grupo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario