“We need a new international governance approach…”
Gordon Brown, Summit of London, 2009.
Nos encontramos ante la emergencia, supuestamente, de un “nuevo orden económico mundial”. Con motivo de redefinir la política financiera internacional, e incluso, la monetaria, durante esta semana (28 de marzo al 2 de abril de 2009), se reunieron en Londres los líderes que encabezan los países del llamado Grupo de los 20 (países industrializados y emergentes)[1]. Las conclusiones a las que llegaron, tras un arduo proceso de negociación, fueron: a) que se debe negociar una política fiscal global, en proporción a los países, para evitar la emergencia de la especulación, b) una nueva política de regulación bancaria para evitar la existencia de los llamados “paraísos bancarios” (los no regulados), c) evitar la especulación en las bolsas de valores domésticas, y d) fortalecer los organismos económicos internacionales, la Organización Mundial de Comercio, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional[2].
Amenaza para algunos, garantía para otros, este “nuevo orden”, parece ser una posible solución a la crisis mundial que está operando en la actualidad. El argumento central de un remodelado Bretton Woods, pero esta vez, con posible sede en Bruselas, consiste en el acuerdo de una serie de medidas económicas para aumentar el control financiero del mundo y para que la actual crisis, no se repita de nuevo. Sin embargo, vimos durante la semana de discusión en Londres, que los países, a pesar de concordar en el establecimiento de “reglas globales del juego”, no dejaron atrás sus discursos de identidad económica nacionales, al momento de mostrar sus posturas y sugerencias para el “nuevo orden”. Podemos, a nivel macro, dividir en tres, los discursos mostrados en Londres. En primera instancia, tenemos el discurso europeo, que con sus respectivas diferencias de país a país, fue emulado por Gordon Brown, Nicolás Sarkozy y Angela Merkel, el discurso latinoamericano en segunda instancia, que fue expuesto por Brasil y México, y el discurso estadounidense, que fue representado por el Presidente Barack Obama. Cada una de estas tres grandes facciones, pretendieron hibridar su discurso nacional, político y económico, con las necesidades financieras globales, que suponen la construcción de un nuevo discurso, un unidiscurso, que es el de la llamada “gobernanza internacional”: neoliberalismo vigilado por instituciones paraestatales, transparencia de estas instituciones en el rendimiento de cuentas, reglas fiscales y de inversión internacional, y obediencia a poderes económicos supranacionales (ONU, OMC, BM y FMI). Aunque hay un cuarto discurso, el de las llamadas potencias emergentes (India, China, Rusia), éste no es esencialmente relevante. El discurso de identidad de estos países obedece, o bien al autoritarismo de los años comunistas (Rusia, China), o bien, a la preocupación por el desarrollo (India, Turquía). Reino Unido y Francia “cabildearon” (lobbying process) sus argumentos previamente a la Cumbre, en el Palacio de Buckingham, con estos países. Por ende, podemos decir que las llamadas “potencias intermedias”, en esta particular ocasión, se promulgaron a favor del discurso europeo.
Hasta antes de la Segunda Guerra Mundial, el discurso europeo era el predominante en el escenario mundial. El eje de poder Londres-París-Berlín definía los acontecimientos de trascendencia y establecía las pautas de comportamiento internacional. El discurso eurocéntrico, manejado desde el principio de los tiempos por el estudio del comercio internacional y de las relaciones interestatales, entraba en franca decadencia, después de las guerras mundiales, debido a las diferencias entre las tres potencias, haciendo que el mundo cambiara su configuración de “centros de poder”, al otro lado del Atlántico. Como diría Fernand Braudel (La dinámica del capitalismo, 1962), Nueva York se convertiría, después de 1945, en lo que antes era el Mediterráneo, el máximo centro de expansión comercial y de negociaciones.
Durante más de noventa años, Europa vio relegada su posición primordial en el mundo, tan sólo a los libros de historia y al estudio de las promisorias civilizaciones de antaño que tuvieron su auge en aquel territorio. Sin embargo, hoy día, la conformación de la Unión Europea, con todos sus mecanismos de sofisticación institucional e integración pacífica, ha dejado en claro que Europa posee una oportunidad histórica para la “reivindicación” como centro del capital y ejemplo de los procesos de negociación política. El papel protagónico que ha querido retomar el “viejo continente” en el escenario internacional, no sólo se congracia con un “formativo discurso imperialista” que pugna por la expansión económica, salvaguardando la soberanía europea, sino que es también, un arma ideológica de vanguardia para “legitimar” sus deseos de un nuevo orden económico mundial.
Uno de los ejemplos más claros es la celebración de foros internacionales dentro de territorio europeo, como lo ha sido la Cumbre de Derechos Humanos en Calcaterra, las de Davós, o la actual, de Londres. En el marco de la reunión de los 20 países más desarrollados y de las economías emergentes, Europa fija posiciones a nivel mundial que expresan sus “deseos” para un futuro, pero que también declaran el triunfal regreso de una Europa unificada y más fuerte que nunca. Sin embargo, esta vez, no mediante una postura colonialista, sino usando el “liberalismo europeo” en lo político y en lo económico (instituciones bien establecidas, protección a los derechos humanos) y la famosa “solidaridad de facto” (confianza a través de la firma de tratados concretos), que tanto ha caracterizado el discurso de política exterior de la Unión Europea.
En un principio, Angela Merkel, canciller alemana, en una entrevista con el Financial Times, ha declarado: “We are coming together to make joint decisions, not to compete against each other,' she said. 'We all want the same thing: to put the world economy back on its feet as fast as possible and to prevent such a crisis from happening again.[3]” Se puede observar en esta declaración las dos posiciones alemanas por excelencia que dieron forma a su discurso después de la Segunda Guerra Mundial: la cooperación sobre la competencia y la prevención a futuro. Después de la división de Alemania en dos (1946), y su posterior reunificación (1989), Alemania ha buscado por todos los medios, prevenir el retorno de la historia a los tiempos del partido nazi. La prevención de una repetición de los errores del pasado, forma parte de la cultura alemana forjada después de las dos guerras mundiales. En cambio, lograron establecer un nuevo modelo, que a pesar de su autoritarismo subjetivo (el canciller, como en tiempos de Hitler, es el portador de los intereses de la nación), pugna por el establecimiento de instituciones responsables, transparentes y conciliadoras. Merkel, por su parte, es famosa por su oposición al “establishment” político estadounidense. En tiempos de la mancuerna Reagan-Thatcher, Merkel se declaró en contra de un liberalismo que humillara a las naciones necesitadas. Hoy, sucede algo similar. La postura final de Alemania se inclina hacia la instauración de nuevos organismos supranacionales, con capacidad de acción, que sean regidos y vigilados por el Derecho Internacional.
Por otro lado, dentro de la Unión Europea, Alemania ha jugado un papel sumamente importante en la unificación e integración de los diferentes países. A diferencia de su discurso de pre-guerra, Alemania ha sabido mediar ahora con diferencias de todo tipo y ha tenido la batuta de integrar a Europa dentro del marco de la cooperación, y muy por encima de la competencia.
Gordon Brown, Primer Ministro inglés, también ha puesto en claro los objetivos del Reino Unido: “Starting at our debate today as we prepare for the London summit next week, I propose that we as Europe take a central role replacing what was called the old Washington consensus with a new consensus for our times. I am confident that at the
La segunda línea del discurso de Brown, refleja el juego de poder Europa-América: remplazar el Consenso de Washington por uno más acorde a los tiempos modernos (¡que aparte sea creado en Europa!). Otra vez el Reino Unido habla por toda Europa, siendo fiel a su discurso de antaño en el que esta nación es la potencia por excelencia dentro del territorio europeo y por nada va a dar paso a que sea otra y no esta, la que proponga las soluciones más escuchadas en el mundo.
Por último, Reino Unido ha tenido en los últimos años un problema con la creación de empleos que se ha convertido en un problema a nivel nacional que ha afectado sobremanera la política interior del país. “Creando los trabajos que se necesitan” reflejan la necesidad inglesa de anteponer sus intereses en foros internacionales como siempre lo ha hecho y sobre todo, dándole una especial atención a la clase trabajadora, que curiosamente, nació en esta nación a partir del triunfo de la Revolución Industrial.
El caso francés es bastante particular. Sarkozy se promulga a favor de una “gobernanza internacional”, de un nuevo régimen monetario que reemplace al dólar y a Bretton Woods, y de un nuevo tipo cambiario global. De por sí, Sarkozy es un líder polémico, que en su afán por buscar el protagonismo, tiende a declarar siempre usando su país como bandera, o incluso, a la Unión Europa, sin embargo, no debemos perder de vista que Sarkozy, es también al respuesta a un discurso de identidad francesa. El líder declaró:
The London summit should not be purely mechanical; moreover it should be a political summit where we question whether to reform capitalism or leave the field clear for those who want to destroy it. We know where anti-capitalism leads. Surely we do not want to recreate the dramas of the past? Now let us not delay any longer. The current attitude of excess and drifting along must come to an end.[5]
Primeramente, Sarkozy declara que Francia es un país capitalista, y que no confía en el anti-capitalismo, y a posteriori, destaca la necesidad de crear un “nuevo orden”. En estas frases, el presidente francés se congracia con las grandes construcciones ideológicas de su país, ya que desde tiempos de la Revolución Francesa, éste pugnaba por la libertad, la igualdad y la fraternidad. A diferencia de Brown, Sarkozy no impone que él o que su país, nieguen la efectividad de Bretton Woods, pero destaca que, si el mal manejo de las instituciones que de esta junta de antaño se derivaron, pone en riesgo la “autodeterminación económica”, sí hay que intervenir. Por otra parte, emula la “fraternidad” al desear crear un nuevo sistema en donde todos los pueblos puedan determinar sus necesidades y sean escuchados por un nuevo orden supranacional e institucionalizado.
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Los Estados Unidos, por su parte, están manejando un discurso doble. Barack Obama, deseando no romper diplomáticamente con los países de la Cumbre, debe establecer una idea de “poder blando” (soft-power). Debe congraciarse con los discursos de los demás, pero defender la soberanía de su nación, por lo que ha terminado aceptando la necesidad de nuevas políticas económicas mundiales y el riesgo de la especulación. Sin embargo, Obama no puede apoyar a Sarkozy en la creación de la moneda común. Esto representaría negar la efectividad del dólar como tipo cambiario y desear ceder el poder a una nueva moneda cuya acuñación, esté fuera de Estados Unidos. Pero es más profundo: si la acuñación es en Bruselas, Europa tendría el control monetario internacional, por lo que el dominio hegemónico estadounidense peligraría severamente. Obama posee entonces, una doble tarea: la reformulación del sistema financiero, por una parte, pero por otra, la defensa del dólar como tipo cambiario, y de la identidad estadounidense como gran hegemón internacional.
Abordemos finalmente, el caso mexicano. Felipe Calderón, como los presidentes priístas del pasado, fue a declarar que quiere entrar en el juego, pero que carece de fichas. Aparentemente, México no puede sumarse a las políticas establecidas por la Cumbre, si esto generará que su inversión extranjera huya del país. Esto le provocaría a nuestra nación una nueva crisis económica. ¿La solución? Una nueva línea de crédito que excede incluso la deuda externa nacional. Calderón, recuperando la “confianza” con este ofrecimiento, se ha dado a la tarea de apoyar los designios de Brown y de Sarkozy. Nuestro presidente fue, tal vez, el más congruente de todos, con nuestro discurso histórico de identidad. Como la misma raza nacional, denotó su complejo de inferioridad al declararse incapaz de participar, sin dinero alguno. Emuló una especie de “heroísmo latinoamericano” iconográfico, al sentirse orgulloso de participar en el nuevo orden, de construir el futuro. La realidad, es que como nuestros políticos y “héroes de antaño”, Calderón fue cooptado por Europa, comprado. Al ver solventadas las necesidades nacionales –egoísta, como buen mexicano-, aprobó los designios de la junta, sin un discurso incisivo, capaz de aportar nuevas ideas o políticas. Una vez más, México se sometió a lo que “otros dijeron”. Como establece en su política exterior (Doctrinas Calvo y Estrada), México “no intervino”. Es el país de la “no intervención”. Poco participativo, poco propositivo, poco proactivo. Y así, es que México pierde. Porque jamás será un parteaguas de cambio, sino desgraciadamente, el eco de otras voces.
Recursos utilizados:
http://www.londonsummit.gov.uk/en/
www.ft.com/ 4658.html
[1] Los países que integran este grupo, son: Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil, China, India, Indonesia, México, Corea, Sudáfrica, Turquía y los G-8 originales: Estados Unidos, Francia, Alemania, Rusia, Japón, Italia, Canadá y el Reino Unido.
[2] Tomado de la declaración de Brown en: http://www.londonsummit.gov.uk/en/
[3] www.ft.com/ 4658.html
[4] http://www.londonsummit.gov.uk/en/ . Lo resaltado en la nota, es nuestro.
[5] Ibídem.
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