viernes, 30 de abril de 2010

Partido Revolucionario Institucional: auge, caída...¿resurrección?

Hacia el año de 1929, Estados Unidos pasaba por una terrible crisis económica (la Gran Depresión), caracterizada por el cierre colectivo de empresas, por el desempleo y por la incapacidad de alcanzar altos estándares productivos. En Venezuela, estalló una guerrilla local que llevaría al líder popular Emilio Arévalo Cerdeño al poder, tras un golpe de Estado. El revolucionario León Trotsky llega a Francia en búsqueda de asilo político, tras el exilio que le dictaminara el gobierno estalinista. Más tarde (1936), optará por refugiarse en México. Chile y Perú, que habían peleado por territorios fronterizos desde 1856 (Tacna y Arica), sellan su línea divisoria formal a través del Tratado de Lima en ese mismo año, bajo la vigilancia de los Estados Unidos. En Nicaragua, el Partido Conservador pierde su hegemonía a manos del primer liberal, José María Moncada, y cerca de ese mismo año, Argentina derrocaría también a los conservadores a través de la Unión Cívica Radical (UCR), de corte liberal y encabezada por Hipólito Irigoyen, que posteriormente (1943), sería derrocado por Juan Domingo Perón[1]. ¿Qué pasaba en México a la entrada de la década de los treinta? Si bien no atravesaba por una agravante crisis como los Estados Unidos, ni por una “guerra de guerrillas” como América del Sur, ni tampoco, vio la emergencia de grandes caudillos populistas que se pronunciaban presidentes a través del golpe de Estado –los agraristas Zapata y Villa, jamás aspiraron a la silla presidencial[2]-, sí enfrentaba a su manera, uno de los cambios más grandes y trascendentes de su historia. Fue en ese neurálgico año de 1929 que se fundó el partido político mexicano que gobernara al país por más de setenta años: el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que en sus inicios, ostentaba el nombre de Partido Nacional Revolucionario.

¿Qué es lo que hace al PRI, tan interesante? Además de haber marcado una época en la historia nacional, esta institución fue (y es aún) mucho más que un partido político. Se trató de una superestructura autoritaria que, a través de sus quince periodos presidenciales, modeló y consolidó el sistema político mexicano, tal y como lo conocemos. Si México tiene un gobierno presidencialista y nacionalista, y un modelo económico de Estado interventor, es consecuencia de las decisiones del PRI. Ni siquiera los gobernantes más volcados a la derecha ideológica, como lo fueron Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) o Ernesto Zedillo Ponce de León (1994-2000), pudieron “deconstruir” del todo el “PRI-Sistema”. Si bien modificaron las relaciones económicas entre México y el mundo, lo hicieron bajo el beneplácito del partido que los invistió con la banda presidencial. Y es que para comprender a nuestro país, sus cimientos formativos en materia de economía política y su supuesta modernización reciente (a raíz del ingreso al GATT en los años ochenta y al TLC en los noventa[3]), debe entenderse antes, el proyecto de ese “sistema político” que llamamos PRI.

Mientras los países de América Latina, durante la década de los cuarenta erigían dictaduras populistas como la de Perón, Rosas o Getulio Vargas, México se sumergió en otro modelo dictatorial mucho más efectivo y duradero. En los años sesenta los populistas se habían erradicado y sustituido por dictaduras militares como la de Stroessner en Paraguay o Pinochet en Chile. México continuaba bajo el PRI. En los ochenta, el pueblo latinoamericano había derrocado a las dictaduras militares apoyadas por los Estados Unidos, y estaba por instituir multipartidismos transitorios. México continuaba bajo el PRI. En los noventa, el ingreso de América Latina al Consenso de Washington planteaba su posible modernización, aún con el rezago histórico que la caracterizaba. La caída del socialismo a nivel mundial, aumentó la confiabilidad de distintos países para la adquisición de ofertas y préstamos, y comenzó el posicionamiento económico de Europa del Este como agente comercial. México, aún seguía bajo el PRI. Pareciera que el poder de este partido hegemónico en nuestro país era insondable. No se trataba ni siquiera de un régimen, sino de una dictadura perfecta –como le llamó el peruano Mario Vargas Llosa-. Es un experimento político poco observado en la historia del mundo, un organismo que supo mutar de acuerdo a las circunstancias históricas mundiales para perpetuarse en la silla presidencial. Ni siquiera el nazismo de Hitler (1939-1945) o el fascismo de Mussolini (1918-1939 y 1940-1943) con su mano firme y coerción militar pudieron durar tanto como el PRI. Más que partido, el PRI era una máquina, un aparato que accionaba las instituciones gubernamentales mexicanas, la economía nacional y hasta la sociedad civil. Por casi un siglo, el PRI era México, y México, carente de otra identidad, sin otra máscara política que ponerse, era el PRI.

En el momento histórico que hoy nos compete, el siglo veintiuno, ¿sigue siendo sustancial el PRI para entender la política nacional? Sin duda alguna. Al grado de observar que, a pesar de los esfuerzos del partido que hoy gobierna (Partido Acción Nacional) por reconstruir el sistema –se ha hablado incluso de una Reforma del Estado, como lo veremos más adelante-, el gobierno mexicano siga construyéndose sobre los vestigios del antiguo hegemón. Y por si esto fuera poco, tras dos administraciones de alternancia (la de Vicente Fox Quezada, 2000-2006, y Felipe Calderón Hinojosa, 2006-2012), se habla de un resurgimiento del PRI. Se vislumbra un posible reposicionamiento del partido en la silla presidencial, para los próximos comicios electorales del 2012. ¿Es esto posible?, es decir, ¿podrá la sociedad civil mexicana volver al pasado? La hipótesis que la presente y modesta argumentación sostiene es un tanto fatalista y de corte crítico: “no es que el PRI regrese a la Residencia Oficial de los Pinos, sino más bien, que jamás salió de ella. El gobierno panista no fue el eco de una sociedad civil harta del PRI que buscaba la apertura democrática del país, sino más bien, una extraña articulación del partido hegemónico para poder seguir perpetuándose en el poder. Los dos sexenios que el PRI no fue parte del gabinete presidencial sirvieron como un periodo estratégico de reorganización del partido y de articulación de una “estrategia de reposicionamiento”. El PRI no salió de la vida política nacional, ya que seguía teniendo representación mayoritaria en las cámaras legislativas (Congreso de la Unión). Por otro lado, sus miembros, que agremian una importante facción de líderes sindicales y corporativos nacionales aún en nuestros días, no dejaron los reflectores de los medios de comunicación masiva ni algunas gubernaturas o posiciones locales. No tuvimos tiempo de extrañar al PRI porque no sabemos aún, qué es ser un México sin el partido.

A continuación, veremos cómo es que el PRI construyó a México política, económica e iconográficamente y evaluaremos esta extraña resurrección del partido. Pero antes, debemos entender que el PRI no es precisamente un ser mágico que está a punto de resurgir del inframundo. Sería ingenuo pensar que es un “ave Fénix”. Es un sistema altamente funcional que, cuando se sabía ineficiente y en decadencia, decidió colapsar con miras de autoreparación y autodepuración. No basta con entender un PRI-gobierno (las reglas y administraciones priistas), sino que debemos entender un PRI-Sistema.

Definiendo el PRI-Sistema: una nueva aproximación al partido hegemónico

En 1928, Ludwig Von Bertalanffy articuló lo que las ciencias denominan Teoría General de los Sistemas[4]. El biólogo austriaco observó que en la clasificación de seres vivos de Aristóteles y en la taxonomía de Leewenhoek (los “reinos” de lo que vive), había cierta relación entre especies que podía ser vista como un todo. Aquellas especies más fuertes sobrevivían a partir de las más pequeñas, que a su vez, dependían de las que les precedían en evolución. Todos los seres vivos estaban interconectados, formando algo como una máquina perfecta: un ecosistema o sistema vivo. En1960, esta premisa “sistémica” fue utilizada por el teórico estadounidense David Easton para articular una nueva tesis acerca de las relaciones políticas, económicas y sociales de un Estado en específico: la Teoría del Sistema Político[5].

Easton retoma las premisas de otros politólogos como Weber[6], que estipulaba que el gobierno no puede ser visto como un “todo”, sino como un conjunto instrumental de instituciones (politbureau o burocracia), Kelsen[7], que establecía que “gobierno” no es un régimen sino un complejo de relaciones políticas entre corporaciones, y Jellinek, que planteaba un modelo tripartito de Estado: “el Estado no es un sinónimo de gobierno (…) posee tres elementos formativos: gobierno, sociedad o nación y territorio o demarcación política” (p. 32)[8]. De acuerdo a Easton, el “sistema político” es una especie de máquina articulada a base de instituciones y una estructura de balance de poder. Todo gobierno es en sí, la parte medular de un sistema político, que no puede prescindir de otras “partes” como la sociedad civil, los grupos sindicales, la iniciativa privada o bien, otros gobiernos del exterior. De acuerdo a Easton, cuando un sistema político es efectivo perdura y cuando no, tiende a morir y ser sustituido por otro (visión dialéctica). Las teorías de Easton fueron retomadas por teóricos de la postmodernidad como Talcott Parsons y Niklas Luhmann[9], que sumaban al “sistema político”, nuevos sub-sistemas como la cultura, la identidad nacional, la sociedad civil aparentemente desinteresada y los medios de comunicación.

Muchos libros de los años noventa como La Herencia (1994) de Jorge Castañeda o La Presidencia Imperial (1996) de Enrique Krauze definieron al PRI como una especie de imperio, como una “monarquía presidencial”. Para estos autores la sucesión presidencial era elegida por el partido. Los candidatos a presidentes designados por el aparato administrativo debían ser congruentes con la visión del mismo y con su proyecto nacional. La política en México se construía por unas cuantas mentes que decidían el devenir político y económico. Un cúmulo de militares, intelectuales, industriales y estrategas políticos cuyo trabajo era perpetuar un régimen. A la cadena de presidentes priistas apoyados por estas “mentes secretas” –entre las que podemos enlistar figuras tan enigmáticas como la de Fernando Gutiérrez Barrios o Joseph Marie Córdoba Montoya[10]-, los libros y artículos le denominaban “PRI-gobierno”. Se decía que no podía concebirse el gobierno mexicano sin la articulación del PRI. Sin embargo, el PRI fue mucho más que un gobierno, e incluso, se podría decir con atrevimiento, mucho más que una monarquía presidencial. El partido en sus años mozos, no sólo controlaba economía, política, cámaras legislativas y gubernaturas de las entidades, sino también, otros ámbitos como la opinión pública (a través de la represión mediática), la identidad nacional (por medio de fiestas y campañas) y los paradigmas doctrinales en relaciones internacionales (la “Doctrina Estrada” o “de la no intervención”, por ejemplo).

De ser sólo un régimen o estilo de gobierno, el PRI hubiese caído como cualquier tipo de administración, obedeciendo a la “dialéctica natural” de la política universal. Pensémoslo así: cualquier país e historia se dividen en “periodos políticos”, caracterizados por lineamientos y formas de gobernar específicos. En el caso de Argentina, por ejemplo, tenemos primero, la dictadura de Irigoyen, luego, el populismo peronista, después, un nuevo gobierno liberal, posteriormente el regreso del peronismo a través de un Partido Peronista de corte “centro-derecha” (Raúl Menem), y finalmente, un “nuevo peronismo” más volcado hacia la izquierda (los Kirchner). Son distintos partidos, gobernantes y regímenes, no un todo absoluto. Lo mismo pasa en Chile, Paraguay, los Estados Unidos… resulta sumamente extraño ver un partido que se haya posicionado durante setenta años, salvo el caso de la Unión Soviética, que duró casi cincuenta. ¿Qué hace al PRI, mucho más que un régimen?, ¿qué puede hacer que lo veamos como sistema? Que el PRI no establecía reglas absolutas ni una cara definida, sino más bien, lineamientos generales, adaptables a las circunstancias históricas mundiales y de México. El PRI se acomodaba, por así decirlo, a un “ambiente político”.

En nociones de Luhmann, el ambiente son aquellas condiciones exteriores e incontrolables que “mutan” un sistema. Si un sistema desea sobrevivir, debe ser lo suficientemente ingenioso como para conciliar su estructura interna con los impulsos provenientes de su exterior. El PRI fue muy hábil en su posicionamiento político. No sólo supo construirse hacia adentro, sino también, cambiar conforme a las necesidades de México. Llegó un punto en donde incursionó en un peculiar “círculo virtuoso”: el PRI observaba las necesidades nacionales y veía cuáles podía solventar y le convenía solucionar a manera de campaña política; después, procuraba “eliminar” o “vedar” aquellas necesidades que le era imposible cubrir; al final, mantenía a la nación engañada, ya que esta creía que el PRI solucionaba sus necesidades. Pero, ¿cómo erradicar algunas necesidades y elegir otras? No resultaba tan sencillo. El PRI requería salir de lo meramente político para poder injerir en ámbitos estrictamente sociales. Debía lavar los cerebros y ganar las consciencias; debía convencer al pueblo de qué era lo que requería y bajo qué términos. Por ende, el PRI manipuló durante cerca de cuarenta años (de los cincuenta a los ochenta), qué empresas podían entrar al país y cuáles no, la producción estratégica de cada rubro nacional y las competencias económicas del país, los sindicatos y corporaciones, los medios de comunicación y el ejército. A diferencia de las dictaduras militares apoyadas por Estados Unidos, en México no hubo generales-presidentes después de 1952, sin embargo, la represión y violación a los derechos humanos fue similar. El Estado tuvo hasta entrados los noventa, el monopolio legítimo de la fuerza. La diferencia es que el aparato represor no fue tan descarado como en los Estados militares, por lo cual perduró. Fuera de la masacre estudiantil de Tlatelolco en 1968, que en su momento no se boletinó en ningún medio nacional, no existe un registro adecuado de la innumerable cantidad de desaparecidos, asesinados, torturados, exiliados o en el mejor de los casos, cooptados, por el gobierno mexicano. México se convirtió, bajo el gobierno del PRI en un país de “doble juego”. Por una parte, se supeditaba a un gobierno autoritario y centralista, por otro, era el país de no pasa nada.

A continuación esbozaremos el PRI-Sistema a través de cada una de sus partes, que involucraba a su vez, un complejo aparato de instituciones, corporaciones, empresas, líderes de opinión e ideologías políticas:

A) Aparato principal: el Partido y las “mentes ocultas”:

A.1: asesores políticos externos a los cargos públicos: ideólogos, politólogos, ex presidentes, expertos en desarrollo industrial, asesores comerciales.

A.2: gobierno externos que reconocían, legitimaban y daban su beneplácito al PRI. Muchos de estos Estados externos, asesores y dictaminadores[11].

A.3: presidentes del partido encargados de definir y difundir “la imagen del PRI”. Estructura del Partido.

A.4: Los “genios de Estado” o “ideólogos orgánicos”: se trataba de aquellos pensadores que, a través de sus críticas pre pagadas o ideas, eran los principales profetas del partido. Octavio Paz, por ejemplo, después de 1992, fungió como estratega clave del partido que veinte años antes había criticado severamente. Algo parecido sucedió con Héctor Aguilar Camín y el Dr. Jorge Carpizo, que fungiría como Comisionado de los Derechos Humanos (Ombudsman ante las Naciones Unidas).

B) Aparato secundario: Presidencia de la República:

B.1: Presidente de la República: fungía como el principal responsable de la política nacional y figura fundamental del aparato de Estado. Se creía que era un ente autoritario, pero se trataba más bien, de un “portavoz” de una serie de intereses de partido y élite económica.

B.2: Secretaría de gobernación, Inteligencia Militar.

C) Aparato gubernamental-Parte A: Secretarías e instituciones centrales

C.1: Ejército Mexicano: Secretaría de Marina y de la Defensa Nacional (papel preponderante).

C.2: Poder legislativo y poder judicial.

C.2: Secretarías y dependencias centrales.

C.2: Institutos aparentemente independientes, como el Federal Electoral (desde 1994) o el de la Función Pública (desde los ochenta).

D) Aparato gubernamental-Parte B: Organismos centralizados y Paraestatales

D.1: Paraestatales básicas para la economía nacional: TELMEX (hasta antes de 1995-1996), PEMEX y las Comisiones de Luz y Agua federales.

D.2: Instituciones de seguridad pública creadas por el Estado: Consejo Nacional de Sustento a la Población (CONASUPO, ya desaparecido), Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) o Instituto del Seguro Social al Servicio de los Trabajadores del Estado (ISSSTE). En este rubro se ubicaban aquellas instituciones que constituían el papel del Estado priista como un “Estado benefactor”.

D.3: Planes de asistencia social y de apoyo agrario (como el “Solidaridad” salinista).

E) Corporaciones y demás organismos “des-centralizados”:

E.1: Corporaciones, cámaras e institutos: CANACINTRA (Cámara Nacional de la Industria de la Transformación), COPARMEX (Confederación Patronal de la República Mexicana), CANACO (Cámara Nacional de Comercio), CTM (Confederación de Trabajadores Mexicanos), y otros grupos sindicales como el SNTE (Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Educación) o el STPM (Sindicato de Trabajadores de Petróleos Mexicanos).

F) Empresas locales y extranjeras privadas (órgano interventor): Cuando llegaban las empresas extranjeras desde una parcial apertura económica en 1952 –el “alemanismo” del “milagro mexicano”-, se estableció un sistema concesionario mediante el cual, el Estado vigilaría la expansión de la iniciativa privada y le cobraría por su estadía en el país. Asimismo, establecería la nacionalización de esas empresas a través de la compra de acciones estratégicas o utilizando “prestanombres del Estado” (magnates cuyo capital era, en parte, propiedad de la nación). Muchas empresas, de esta manera, le rendían cuentas incondicionales al Estado.

G) Medios de comunicación y fuentes de información pública: Grupo Televisa, cadenas de radio, periódicos-monopolio. Control por medio de la Cámara Nacional de la Industria del Radio y la Televisión.

H) Cultura, identidad y sociedad civil: El partido tuvo injerencia también, en la construcción de una “iconografía del mexicano o de lo mexicano[12]”. Gracias a los programas de educación pública, las campañas mediáticas, las fiestas nacionales, los logotipos, el fomento al cine nacional, organismos educativos como “El Colegio de México”, el “Instituto José María Luis Mora” o el “Centro de Estudios Mexicanos” de la UNAM, o bien, a publicaciones como “Cuadernos CONASUPO” (con obras de Martín Luis Guzmán o José Revueltas) o “Cuadernos Mexicanos” (manejados por Alfonso Reyes), el partido logró crear un referente abstracto y tricolor de lo que es México y del deber civil y político de cada uno de los que componemos este país.

Este intento de estructuramiento del PRI-Sistema, cabe señalar, es bastante burdo. Un desglose adecuado de cada elemento que integraba la compleja maquinaria priista, y que aún la compone, nos llevaría años de investigación. Sin embargo, a grandes rasgos, estos eran los elementos fundamentales que hacían de este aparente partido político, el eje constructor de la política y economía nacionales.

La construcción del PRI-Sistema y su auge: de los años treinta y cuarenta al milagro mexicano

Plutarco Elías Calles (Presidente, 1924-1928) sentó las bases ideológicas y de ejercicio político-económico, de lo que más tarde generaría el PRI-Sistema. El periodo presidencial que se conoce en nuestro país como “Maximato” (1928-1934, presidencias de Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez), no fue otra cosa que la legitimación del naciente sistema político, a través de tres gobernantes débiles que sólo dieron órdenes manejados por Calles, para la escrituración del aparato institucional que vislumbraba el partido, como el medio para integrar un gobierno altamente funcional. En un discurso de Calles durante su último año de gobierno, declaró que deseaba “institucionalizar la Revolución”, que “México debía pasar de ser un país de revolucionarios, a un país de instituciones”. Y así lo hizo. Ganando el apoyo de la mayoría de las confederaciones obreras, a través de la cooptación de la CROM (Confederación Regional de Obreros Mexicanos) y de nuevos lineamientos de lucha sindical, agregados a la Constitución Política (artículo 123[13]), Calles pudo construir un nuevo México, que materializaba al menos en el discurso, los sueños de la revolución.

En el periodo 1929-1930 y bajo las órdenes del presidente Portes Gil, se etiquetó el aparato callista bajo el membrete de un partido político: el Partido Nacional Revolucionario. Hacia este entonces, México tenía cerca de 300 clubes políticos y pocos partidos formales, de los cuales figuraban únicamente, el Partido Liberal Mexicano, el Partido Comunista (de tendencias magonistas) y el Partido Anti reeleccionista, que estaba casi desaparecido. El comunismo mexicano, principal membrete de la izquierda nacional, fue rápidamente cooptado por el naciente PNR. El líder comunista yucateco Carrillo Puerto fue reprimido por el partido en el poder y Tomás Garrido Canabal, revolucionario de izquierda en Tabasco, fue inteligentemente “comprado” por el PNR. Garrido Canabal representó el movimiento de “las camisas rojas” en Tabasco ya convertido en gobernador del Estado. Esta facción priista volcada hacia la izquierda, que planteaba la institución al servicio de la mayoría, fue también liderada, ya hacia los años cincuenta, por Carlos Madrazo, padre del ex candidato a la presidencia, Roberto Madrazo Pintado. Actualmente, el que políticos y candidatos priistas usen una camisa roja no es coincidencia, sino más bien, una especie de “reconciliación con el pensamiento de izquierda” de los años treinta. Si el Partido Acción Nacional tiene fama de “derecha”, de estar afiliado al clero nacional y de solventar la iniciativa privada, el “nuevo PRI” debe oponerse manteniendo una política de centro-izquierda. Muchos priistas actuales no saben de dónde proviene la camisa roja, pero lo cierto es que la figura grana viene de un Garrido Canabal a caballo que forzaba a sus ejércitos irregulares a gritar “Dios no existe”, para él responder, “ni existirá”.

Sin embargo, si algo puede reconocérsele al PNR-PRI de los años treinta, que adoptó el nombre de Partido de la Revolución Mexicana (PRM) durante el régimen de Lázaro Cárdenas, fue la congruencia que en el ejercicio mantuvo con su ideología formativa. El lema priista de 1929 es “por la seguridad, la paz y la justicia social”. Si bien no había seguridad absoluta, el gobierno cardenista sí doto a las mayorías de oportunidades de trabajo y de bienestar económico, a través de un modelo de Sustitución de Importaciones (ISI), que no es un invento del PRI ni de Cárdenas, sino más bien, un acto de solidaridad con la política económica de toda América Latina durante los treinta. Las dictaduras populistas eran tan fuertes en esta época, que Cárdenas debió agremiarse a su visión económica y utilizar la crisis estadounidense de 1929, para potenciar el desarrollo nacional. Desarrollo que, a la larga, salió bastante caro, ya que el sistema de paraestatales impuesto durante esta época y el endeudamiento progresivo de la nación gracias al cierre del comercio exterior y a la producción nacional en exceso, provocarían que México se diera cuenta más tarde, hasta los años ochenta, que era un país poco competitivo y con un modelo económico cerrado. Aún así, el gobierno del PRM pretende instituir un “modelo de Estado benefactor” y corporativista, bajo el cual el obrero nacional contara con derechos laborales y privilegios del gobierno, y el campesino pudiera adueñarse de la tierra que siempre había deseado en los años de lucha revolucionaria.

La represión militar no hizo falta en los treinta. Nombres como Saturnino Cedillo, Escobar o Almazán no son muy conocidos por la historia nacional, pero se trató de revolucionarios anti-cardenistas, capturados por el ejército mexicano. Claro está que, el partido jamás le quedó a deber a nadie y, cabalmente, le ha respondido con el paso de las generaciones a cada familia, privilegiando a los descendientes de los reprimidos. Se dice que la familia de Escobar se encuentra en Europa, que Ernesto Zedillo Ponce de León es genealógicamente, sucesor de Cedillo, y que Juan Andrew Almazán, joven científico becado por el Estado nacional, es la cuarta generación del homónimo general[14]. Esto nos muestra que el PRI mantuvo una política parecida a la porfirista. Fue un sistema de “pan y palo”, por una parte, daba seguridad social a aquellos que en las urnas y las marchas lo apoyaran, pero por otra, desaparecía a sus enemigos y silenciaba a sus familias a través de la seguridad social.

Los años cuarenta representan la fundación legítima del PRI como partido político. Éste, ya no estaba solo, pues había surgido en 1939, el Partido Acción Nacional (PAN) a través de las ideas de un abogado chihuahuense, Manuel Gómez Morín. El PAN era la consolidación de un proyecto de Juan Andrew Almazán, el Partido Revolucionario de la Unificación Nacional, y se vislumbraba como un partido de cuadros que pugnaba por la apertura económica del país, y que era apoyado por la clase alta y la alta clase media. Desde su fundación, este partido se vinculó al financiamiento del clero, que tras la guerra cristera, se había declarado abiertamente antipriista. El PRI, sin embargo, no vio en los panistas una amenaza, debido a que hacia 1941, fue apoyado por cerca de 126 confederaciones trabajadoras y sindicatos, así como la fuerza campesina. En un país predominantemente obrero y campesino, en el que la clase media no es un móvil político preponderante, el PRI parecía consolidarse como el “partido de masas” por excelencia.

Los cuarenta representaron para el PRI, el posicionamiento dentro del trono. Después del cardenismo, la política de seguridad social se encontraba en decadencia, ya que con la entrada a la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos no veía con buenos ojos un autoritarismo tan cerca de su territorio. Recordemos que hacia 1946, Franklin Delano Roosevelt pronunció hacia el Senado estadounidense el discurso de las “Cuatro libertades” (religión, tránsito, seguridad y apoyo a la patria), en donde claramente se definió como un anti-autoritarista. Manuel Ávila Camacho (1940-1946), que tuvo a su hermano Maximino como una de las “mentes detrás de la cabeza”, intentó dejar atrás la política marcadamente benefactora del gobierno para establecer un sistema más ordenado de paraestatales y concesiones. El gobierno ya no “otorgaría todas las oportunidades al pueblo”, sino que lo “echaría andar” para forjarse un mejor futuro, a través de la creación de empleos y políticas laborales. En materia de relaciones internacionales, Ávila Camacho se alió inteligentemente con los Estados Unidos durante la guerra. Envió provisiones y productos estratégicos (algodón, enlatados) a las tropas combatientes, e incluso apoyó con un “batallón kamikaze” (fuerzas de carnada) de inexpertos, que sobrevoló Filipinas y atacó a los japoneses: el Escuadrón 201 de la Fuerza Aérea Mexicana. Ávila Camacho fue mucho más moderado que su predecesor, y esto nos muestra una de las estrategias claves del priismo para poder perpetuarse: la obediencia a una “ley del péndulo”. Cuando algunos presidentes se volcaban hacia el aumento del gasto público o hacían estallar crisis económicas, los sucesores debían moderarse en gastos y políticas. Si un presidente era carismático y extrovertido, debía seguir en la lista, un pensador estratégico y meticuloso. Los gobiernos brillantes eran seguidos por periodos grises.

El inicio de lo que económicamente se conoce como “el milagro mexicano”, consistió en dos gobiernos carismáticos que aumentaron considerablemente el gasto público: Miguel Alemán (1946-1952) y Adolfo López Mateos (1958-1964). Alemán es recordado como “dandi” por excelencia, como un gran orador, como “el presidente caballero”. Compró tecnologías como la hidroeléctrica y el cableado telefónico y trajo al país las primeras empresas automovilísticas de vanguardia bajo sistemas concesionarios y altos cobros de impuestos. La economía mexicana seguía siendo cerrada, pero daba pie a que cayeran, dentro de ese “gulag productivo”, ciertos bienes del exterior que resultaban atractivos para las ciudades nacionales. Es en este periodo, que nace la clase media nacional y la vida urbana tal y como la conocemos. Es el México de “Pepe el Toro”, de la Torre Latinoamericana y de los grandes monumentos públicos. Surgen grupos intelectuales como “Los Contemporáneos”, con Xavier Villaurrutia, José Gorostiza y Torres Bodet, todos, intelectuales orgánicos. Adolfo López Mateos, por su parte, moderó más el gasto y las obras públicas, pero mantuvo el perfil carismático, mujeriego y brillante de su antecesor. Formó el Instituto Mexicano del Seguro Social, abrió el Museo Nacional de Antropología y llevó a Chapultepec un espectáculo de renombre internacional: “el Lago de los Cisnes”.

Entre Alemán y López Mateos, vendría un gobierno gris, sin embargo, prudente, basado en la previsión social más que en el gasto: el de Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958), el “viejito”. Con su política de “austeridad económica cuidada”, Ruiz Cortines moderó el sistema de concesiones y modificó la ley para aumentar las oportunidades de empleo. Modificó el artículo 34 (ley de voto) para otorgar a la mujer mexicana, el sufragio. Cabe destacar que Ruiz Cortines, Alemán y López Mateos, los llamados “cachorros de la revolución”, fueron “preparados para gobernar”, acorde a las necesidades del partido y de su tiempo. Como en una monarquía, el sucesor debía aprender cómo gobernar. Los Maquiavelos del siglo veintiuno, como Gutiérrez Barrios, Agustín Yáñez y Torres Bodet, preparaban estratégicamente a los jóvenes, a los “delfines”, como les llamaba el PRI de los cincuenta y sesenta. Se les educaba en el extranjero, se les creaba una flamante imagen política y hasta de vida familiar, se les enseñaban las reglas básicas de protocolo y oratoria, y se procuraba incentivarlos con mujeres, viajes y vicios, con tal de que mantuvieran la política estipulada por el partido.

Las décadas de los sesenta y setenta, representan una nueva mutación del PRI, de su política de previsión social, urbanización y modernización, a un sistema más volcado hacia la izquierda. Son años oscuros. El sistema es represor y se maneja con cuidado, porque debe aplicar políticas de izquierda en plena Guerra Fría. Por ende, cuida no incentivar a los comunistas ni pintarse de rojo, y en cambio, mantiene relaciones diplomáticas amistosas y estables con los Estados Unidos. Dos presidentes representan esta “política de tensión”: Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) y Luis Echeverría Álvarez (1970-1976). En ambos regímenes, aumentó la represión militar y los asesinatos, además de marcarse por una notoria escisión entre la clase media organizada y las clases rurales que seguían recibiendo apoyo del Estado. En el ámbito internacional, las Olimpiadas ayudaron a posicionar a México en el exterior y posteriormente, el aumento de tensiones entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, ayudaría a que nuestro país se declarara no alineado, e invitara a manera de “visita amistosa”, a Joseph Broz “Tito”, líder yugoslavo, y a Fidel Castro.

Los ochenta representan el inicio de la decadencia del PRI-Sistema como se había formado. Los partidos de oposición socialistas (el Partido del Trabajo, PT y el Popular Socialista, PPS, los más famosos, así como el Frente Cardenista) habían convencido a la mayoría de los co-optados sindicales del partido hegemónico, y las clases alta y media ya no se promulgaban a favor del PRI, sino que mostraban tendencias panistas. México, según evaluó el sistema, debía modernizarse lo antes posible, para dejar de ser un país atrasado de izquierda, rural y obrero, y comenzar a ser un país de capital, de ciudades y de profesionistas. El intento de López Portillo (1976-1982) por potenciar la economía nacional, sin embargo, fue un rotundo fracaso. México entró en la crisis más severa de su historia en 1982, después de que entrara una crisis mundial en la Bolsa de Valores de los Estados Unidos, donde México había ubicado su capital en especulación. El peso mexicano comenzó a devaluarse contra el dólar, y esto no se detuvo hasta los años noventa, e incluso continúa devaluándose actualmente –aunque por otros motivos, como la crisis mundial que hoy nos compete-. Miguel de la Madrid Hurtado (1982-1988) no pudo rescatar el sistema económico que articuló el PRI. Abrió la economía nacional al ingresar al GATT y firmó acuerdos de transacción con empresas estadounidenses. Aún así, la economía nacional era poco competitiva y un terremoto terrible de 8.5 grados Richter azotó la Ciudad de México justo en 1985, imposibilitando el desarrollo.

Resquebrajamiento: los noventa y el “respiro sistemático”

El PRI-Sistema no podía mantenerse más después de los ochenta. El México neoliberal y de vanguardia no era congruente con el sistema de paraestatales e instituciones de Estado planteadas por el PRI de antaño. En las elecciones de 1988, el ganador fue hasta cerca de las diez de la noche del 2 de julio, Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del ex presidente Lázaro, que a través del Frente Cardenista planteaba llegar al poder. Sin embargo, un supuesto fraude electoral articulado por el entonces Secretario de Gobernación Manuel Bartlett, permitió la llegada de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994). La presidencia de Salinas tuvo la oposición conjunta de los cardenistas, del PT y del PAN, que entonces postuló a Manuel “Maquío” Clouthier. Esto hacía ver que el Sistema-PRI se tambaleaba, necesitaba un cambio estructural para perpetuarse. Consciente de que no duraría mucho tiempo, Salinas utilizó su régimen presidencial para ejercer cambio estratégicos de política económica y social. Reestructuró las relaciones con el Vaticano, firmó un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, y fomentó un plan de apoyo social basado en la modernización con maquinaria e infraestructura, y en la capacitación de los trabajadores. Sin embargo, su experimento de apertura no funcionó. En 1994 se devaluó la moneda terriblemente, en casi 120%, y todo, porque una devaluación gradual y controlada le dio miedo a Salinas, pues iba en contra de las reglas autoritarias del PRI-Sistema. Ernesto Zedillo (1994-2000), por su parte, aplicó un plan de recuperación económica basado en el cierre de la economía y en su gradual apertura posterior. Zedillo, sin embargo, estaba consciente de que eran los últimos días del PRI-Sistema tal y como había sido concebido, por lo que se pronunció en 1999 a favor de la “apertura democrática” de México, anteponiendo su “imparcialidad” en la competencia electoral que hacia el 2000 se avecinaba.

Resulta inverosímil que el PRI se hubiese destruido a sí mismo para después, poder recuperarse, durante las elecciones del 2000, sin embargo, las elecciones del 2006 sí nos muestran un PRI que prefiere mantener un bajo perfil para después contraatacar en el 2012. Vicente Fox Quezada (200-2006) como panacea económica y política, opacó a Francisco Labastida Ochoa, que fue asociado con el “viejo mando” del PRI; los llamados “dinosaurios”. Además, Labastida había sido el producto de un ineficiente experimento priista de elección entre cuatro precandidatos no oficiales, de donde sólo Roberto Madrazo podía considerarse un “presidenciable”, ya que figuras como Bartlett o Roque Villanueva, no tenían esperanza ante la opinión pública. Por otra parte, los altos mandos del PRI se corporativizaron a través del empoderamiento de Elba Esther Gordillo, alias “La Maestra”, que buscó aliarse con Roberto Madrazo, y que posteriormente, se opuso a él en los comicios del 2006 a través de la búsqueda de su desprestigio. Como se diría vulgarmente, el PRI “chafeó”. De un cúmulo de estrategas que propinaban temor y respeto, quedó un cúmulo de payasos. Caricaturas de un sistema político intocable que terminaron por matarlo y darle al PAN, las riendas del gobierno.

En el 2006, el PRI está consciente de dos cosas: a) de que su situación es precaria, y b) de que no tiene posibilidad de ganar las elecciones. Sabe que la competencia está polarizada entre la derecha y la izquierda, y que no tiene juego. Es entonces, que decide tocar fondo. Que se provoca la muerte para poder renacer más tarde. Aplicará una política que tiene bien aprendida: utilizar una etapa de caos (la revolución) para fungir posteriormente como el gran salvador institucional (el callismo). En pocas palabras, eso es lo que hacia el 2012, el PRI pretende hacer.

A manera de conclusión: El resurgimiento del “Ave Fénix”

Se han festejado los ochenta años del nacimiento del PRI y, al Teatro de la República, han acudido luminarias como Beatriz Paredes (presidenta del partido), Manuel Bartlett y Francisco Labastida. Así también, se puede ver a Manlio Fabio Beltrones, presidente de la bancada legislativa del PRI y a José Calzada Rovirosa, senador por el estado de Querétaro. El ambiente es tricolor y de mucha alegría. Parece que todos se vieran seguros, como los niños cuando se traen algo entre manos. Todos saben que ganarán, que el 2012 es de ellos, pero ¿por qué?

Como todo sistema, el PRI muta una vez más para su propia supervivencia. Hacia el 2012, vemos un PRI que parece haber aprendido de los errores y que desea dar una imagen de transparencia y buena fe, algo que el PRD (Partido de la Revolución Democrática) no tiene después del alboroto post-electoral del 2006, y que el PAN ha perdido después de sus dos periodos presidenciales. Pareciera que vemos en el “nuevo PRI” a un partido de experiencia, de flamante imagen política –incluso tiene un rediseño en su logo e imagen corporativa- y de nuevos ideales…pero, ¿es realmente así? No. El PRI sólo plantea hacer una vez más, lo que hizo desde 1929 y hasta los ochenta: hacer creernos como ciudadanos que lo necesitamos, que la política de seguridad social, corporativismo y presidencialismo autoritario, son la solución. ¿Es en verdad así? Muchos piensan que sí. Bajo el pensamiento de que en los años priistas “las cosas no estaban tan mal”, están abrazando la política callista de reparto agrario y confederaciones obreras de antaño. Sin embargo, estos ciudadanos esperanzados se encuentran inconscientes de que tarde o temprano, lo sueños se desvanecerán y quedará de ellos sólo el rezago. La crisis económica es inminente y puede existir una transformación de orden monetario cambiario mundial. De entrar en una política recesiva y callista, México está perdido, no se estaría potenciando hacia la modernización.

Otra posible razón para que el PRI resucite, radica en el renacimiento de la imagen del “político promesa” que instituyeran López Mateos y Alemán. Enrique Peña Nieto es joven, guapo y tiene carisma, según comentan las votantes del Estado de México, de donde es gobernador. Como “presidenciable”, Peña Nieto es un “nuevo delfín”, es una especie de mesías de clase media para las masas y un resurgimiento del “presidente rey”, de la institución presidencial priista. El problema es que Peña Nieto es un político “bling-bling”, como denominan a Sarkozy en Francia. Es una articulación mediática que carece de sustancia y que sólo es y hace, por lo que los medios destacan que es y hace. Sin embargo, debe motivar a la reflexión la forma en que su modelo político (el plan “Compromiso: gobierno que cumple”) está funcionando. Se trata de un pequeño sistema paternalista que suma sindicatos y uniones campesinas para fomentar la seguridad social, y está adquiriendo gran éxito. ¿Qué sigue para México?, ¿un “nuevo PRI”? No, más bien, un viejo PRI con un nuevo rostro.

Bibliografía:

-Thorp, Rosemary, América Latina en la década de los treinta: el papel de la periferia en la crisis mundial, Fondo de Cultura Económica, México, 1999.

-Bertalanffy, Ludwig Bon, Teoría General de los Sistemas, Fondo de Cultura Económica, México, 1998.

-Easton, David, Nuevo Esquema para el Análisis Político, Amorrourtu, Argentina, 1964.

-Weber, Max, Economía y Sociedad, Fondo de Cultura Económica, México, 1922.

-Jellinek, Georg, Teoría General del Estado, Fondo de Cultura Económica, México, 1918 re ed. 1999.

-Luhmann, Niklas, Sistemas Sociales: fundamentos para una teoría general, Fondo de Cultura Económica, México, 1992.

-Castañeda, Jorge, La Herencia: arqueología de la sucesión presidencial en México, Punto de Lectura, México, 1992.

-Krauze, Enrique, La presidencia imperial, Tusquets, México, 1999.

-González Pedrero, Enrique, México: transiciones múltiples, gobernabilidad y Estado nacional, INAP, Fondo de Cultura Económica, México, 2003.

-León, Miguel, De fuerzas políticas y partidos políticos, Plaza y Valdés, UNAM, EP, México, 1998.

-Villalvazo, Rocío, Partidos políticos: ¿negocio o vocación?, IFE, México, 2003.

-González Casanova, El Estado y los partidos políticos en México, Era, México, 2002.

-Medina Piña, La invención del sistema político mexicano, Fondo de Cultura Económica, México, 2004.



[1] Para más acontecimientos de 1929-1930, revisar América Latina en la década de los treinta: el papel de la periferia en la crisis mundial (1999).

[2] Según Meyer y Aguilar Camín (1989), Villa y Zapata no deseaban tomar la presidencia sino por el contrario, apoyar al líder agrario Eulalio Gutiérrez, y no a Venustiano Carranza, que tras la lucha “constitucionalista” de 1913-1915 se planteaba como el más fuerte candidato al cargo. Carranza, por su parte, era apoyado por la clase media mexicana, por la facción agrarista de Pablo González en el norte y por las guarniciones del General Álvaro Obregón. En la Convención de Aguascalientes de 1914, los rancheros y agricultores se negaron a que Carranza asumiera la presidencia y decidieron proclamar a Gutiérrez como presidente legítimo. Carranza se levantó en armas desde Veracruz para ocupar el cargo a como diera lugar, y entró triunfante a la Ciudad de México, a finales de ese mismo año (ver A la sombra de la revolución mexicana, “1915: el año de la chinga”, p. 56). Según el historiador Alejandro Rosas (2002), cuando Zapata y Villa se entrevistaron en Chapultepec, en el Distrito Federal, el 6 de diciembre de 1914, el último le dijo al primero: “yo nomás me siento en la Silla Presidencial para la foto, pero nunca para siempre, este rancho está muy grande para mí y hay que dejárselo a alguien que sí sepa gobernar.” (La ciudad ocupada, en el Archivo Histórico de los Pinos:

http://www.presidencia.gob.mx/mexico/sabiasque/?contenido=26566&pagina=2 ).

[3] GATT: General Agreement on Tariffs and Trade (Acuerdo General en Aranceles y Comercio). México ingresa en 1985, hoy ha sido sustituido por los acuerdos de la Organización Mundial del Comercio (World Trade Organization). TLC: Tratado de Libre Comercio. También TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte) o NAFTA (North America Free Trade Agreement). Se firma en 1994-1995 entre México, Estados Unidos y Canadá.

[4] Conviene revisar Kritische Theorie der Formbildung (1928), traducido como Teoría General de los Sistemas (1998).

[5] Ver Nuevo Esquema para el Análisis político (1964).

[6] Economía y Sociedad (1922).

[7] No pude encontrar el libro de Kelsen como tal ni una antología de sus escritos, pero remito al libro La idea del Estado (1976) de Mario de la Cueva, en donde se explican las ideas de Platón, Santo Tomás, Hegel, Feuerbach, Marx y Kelsen.

[8] Teoría general del Estado (1918).

[9] De Luhmann, Sistemas sociales: fundamentos para una teoría general (1992).

[10] Gutiérrez Barrios fue jefe de la policía judicial durante el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), miembro clave del poder judicial durante la década de los setenta y ochenta y asesor en materia penal y de justicia para Carlos Salinas de Gortari (1994-2000), como Secretario de Gobernación. Según se cuenta –entrevistas en el Archivo General de la Nación develadas por Sergio Aguayo (2004)-, Gutiérrez Barrios entrenó clandestinamente a los revolucionarios cubanos (Castro, Ché y compañía) en los altos de la selva chiapaneca y fue consejero de tortura para la represión estudiantil de 1968 y el “Halconazo” del jueves negro en Chorpus Christi, en el régimen de Echeverría. Córdoba Montoya, por su parte, fue asesor de Salinas de Gortari sin cargo alguno y consejero personal durante su mandato. En algunas fuentes “no oficiales”, como entrevistas con la esposa de Raúl Salinas de Gortari, se sospecha una relación homosexual entre el ex presidente y su asesor.

[11] En este punto cabe destacar que existieron presidentes extranjeros que de forma determinante se introdujeron en la política nacional, debido a que el partido se los permitía y hasta pedía. Destaca el caso de Lyndon B. Johnson, amigo de Gustavo Díaz Ordaz, que lo asesoró en la organización y mantenimiento de las Olimpiadas de 1968, o bien, el caso de George Bush Sénior, que co-organizó el Tratado de Libre Comercio junto a Carlos Salinas de Gortari.

[12] Al respecto, he publicado un trabajo en donde evalúo a detalle la construcción de la iconografía del mexicano, la cual llamo “homo mexicanis”, a través de las políticas gubernamentales desde el Siglo XIX. Creo que es pertinente revisar el artículo: El dilema actual, postmexicanos, postmodernos o postmexicanos y postmodernos, en la Revista Razón y Palabra, Año 3, No. 65. Se puede consultar digitalmente: http://www.cem.itesm.mx/dacs/publicaciones/logos/n62/ecaloca.html

[13] En el original de 1929: “toda persona tiene derecho al trabajo digno y en óptimas condiciones. Su trabajo debe ser otorgado por el gobierno mexicano y cumplir las leyes por él impuesto”. En el gobierno de Echeverría, en 1974, se prohibió en el mismo artículo el trabajo a menores, se delimitó la jornada laboral y se prohibió la discriminación por sexo, edad, raza o religión en los empleos. Ver: http://info4.juridicas.unam.mx/ijure/fed/9/124.htm

[14] Información de un libro reprimido por el Estado mexicano en los ochenta “El Pacto de los Príncipes”, explicada por el Dr. Ernesto Salcido Beltrán, profesor investigador del Instituto Politécnico Nacional, Director del área de Publicaciones, y autor del libro no publicado.

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