I
“Y queremos tanto al Joker”…
La sala de cine apaga sus luces. La multitud conmocionada desea ver, insaciable, una interpretación que cubra sus expectativas. Los anuncios televisivos, las notas críticas, las papeletas promocionales y el tráiler han prometido demasiado. Todos permanecen en silencio, unánimes en el deseo de verlo…que salga a cuadro, que aparezca en pantalla. Quieren ver cómo es, cómo se mueve, cómo habla. Muchos lo conocen, saben su historia, han seguido de cerca sus movimientos. Poco les importa conocer cómo termina el relato que lo hace partícipe, porque la mayoría ya sabe que de no finalizar muerto, irá a parar a una cárcel psiquiátrica: Arkham[1]. Aún así, hay un deseo infatigable que los propulsó a ver la película, a esperar largas filas para el estreno. Tal vez, se debe a que el personaje que anhelan ver es un icono de los cómics contemporáneos. Es posible que hayan acudido únicamente para ver la forma en la que el personaje es encarnado por un brillante joven actor recién fallecido. Puede ser… pero más bien, el gusto por este peculiar personaje proviene de un demencial juego catártico. Como Madame Bovary o el Dante que transita una selva infernal, este particular engendro de la mente de Jerry Robinson resulta ser mucho más que una simple estampa literaria. Es un arquetipo, un algo con qué identificarse. Es tan despreciable, astuto y descabellado que al final, le resulta encantador al público morboso. No provoca tanto miedo como los grotescos asesinos seriales del cine explícito, ni la ternura de una solterona europea, sino una sonrisa brutal que sirve como un elogio a la genialidad, más que como un signo de aprobación en un sentido moral. Finalmente, ha aparecido en la cinta. Su rostro mal maquillado y el traje morado de terciopelo lo delatan. Esta vez parece tener rasgos antes no vistos: extensas cicatrices en las mejillas y una pequeña navaja. No se parece mucho a lo que se ha mostrado en el cómic, sin embargo, no por eso deja de ser enigmático ni excitante. La esperada figura acerca su navaja a una mujer que exhalando, suplica. Los ojos fijos y la inigualable sonrisa emiten lentamente una frase que posteriormente, aún después de que los créditos finalicen el filme, quedará en las mentes y conciencias de la audiencia:…Why…so…serious?
El “Joker” de la serie de cómics de Batman (1940) –o “Guasón”, en la versión latinoamericana y Comodín, en la castellana[2]-, se ha convertido en objeto de culto y respeto para millones de fanáticos desde los años cincuenta. Su peculiar aspecto que combinaba la estética del “dandy” o “pachuco” con lo estridente de los colores verde y morado, fascinó a los lectores desde su primera aparición, la cual se remonta al número inaugural del cómic mismo. Y es que lo atractivo del Joker, incluso desde esos añorables primeros números en los que portaba un traje color rosa mexicano, ha sido su permanente ambivalencia a nivel estético. Aparentemente, es un payaso (maquillaje blanco, boca pintada y una gran sonrisa), pero conforme seguimos su incursión en la historia, nos damos cuenta de que resulta ser un sádico, un asesino y un terrorista que siempre pretende destruir la ciudad en la que vive: Gótica. No es el payasito tierno de la fiesta infantil, es un insano temible de ojos amarillos y una quijada inquietante. Además, su sentido del humor resulta prosaico y sumamente cruel. No es agradable, pero nos gusta.
Vayamos mentalmente a 1947. Estados Unidos acaba de salir victorioso de una gran guerra que lo ha convertido en la primera potencia mundial. Económicamente, la nación disfruta las mieles de haber derrotado a –o apoyado de menos en la derrota de- la Alemania Nazi. La mayor parte de la población posee un automóvil propio y una casa en los suburbios, aumentando los índices de clase media. La vida en familia y el uso cotidiano de la tecnología (electrodomésticos) también incrementan, forjando un discurso de “bienestar familiar”: el american way of life. Se forma un sentido de “moral americana”, en el que todos pueden divertirse sanamente, bailando Charleston, cuidando la castidad, saliendo a pasear en Cadillacs rojo cereza, tomando Coca-Colas en cafeterías luminosas y vistiendo recatadamente. Es una aparente “sociedad perfecta”. Nacen en este tiempo, como medio de entretenimiento, los cómics. A finales de los cuarenta, el discurso del cómic es siempre el mismo: hay villanos que atentan contra el orden y la “paz americana” y héroes, “muy americanos”, que patean el trasero de estos chicos malos. Muchos de estos villanos ni siquiera son delincuentes, sino extraterrestres que deben ser detenidos por alguien “no humano”, por un superdotado con poderes asombrosos. Surgen entonces, personajes como Súperman, Linterna Verde o Aquaman. Los niños y jóvenes se divierten viendo cómo estos “hombres perfectos”, arquetipos de lo que “todos desearíamos ser”, derrotan a los asquerosos “interruptores del bien social, que con esfuerzo America tanto ha protegido”[3]. Loable. Los cómics llevan a la sociedad a imaginar situaciones fantásticas, viajes intergalácticos, mundos oníricos y, de paso, refuerzan a través de sus arquetipos, los grandes “debo seguir” de la sociedad estadounidense: el apuesto joven musculoso, virtuoso y prudente, la chica voluptuosa que se limita a las labores del hogar y a la ensoñación por el héroe y los jovencitos responsables, que rescatados por los héroes, les prometen hacer su tarea, respetar a la familia y portarse bien[4].
Los años cincuenta traerán con Batman, un giro discursivo abrupto a esta “lógica del cómic”. Batman apareció en cómic desde 1939, con su incursión en la serie de historietas Detective Comics –de ahí viene el nombre DC de la empresa que lo editaría más adelante-, número 27. En sus primeras viñetas, era un héroe como Súperman, defensor de los valores estadounidenses y con un traje que reprimía su “verdadera identidad”, sin embargo, a raíz de 1947, Batman se volvería un personaje mucho más complejo. El origen de Batman no sería el de cualquier otro superhéroe. Él no había obtenido sus poderes por casualidad o accidente. Él había escogido sus poderes, e incluso, siendo un millonario filántropo, había pagado por sus poderes. ¿Por qué? Los padres de Batman habían sido asesinados en una calle ante sus ojos y buscaba venganza. ¿Es entonces Batman, concebido como un héroe propiamente? No, él es un “antihéroe”, que al darse cuenta de su potencial para defender a su sociedad, decide convertirse en el defensor de Ciudad Gótica, el espacio ficticio donde habita[5].
El primer villano que aparece en Batman debe ser un individuo a la atura del murciélago, tanto en complejidad como en caracterización. Es por esto que en la primera aparición del cómic “The Batman”, entre 1945 y 1947, Jerry Robinson se ocuparía de diseñar al Joker, un payaso malévolo y destructor de los valores de Gótica. Para los lectores de los cincuenta, Joker era una piltrafa humana, un delincuente. Era aquél que no se deseaba tener como amigo y el que causaría problemas, el destructor de familias y un psicópata, porque para colmo… ¡tenía el cinismo de burlarse de sus propios crímenes! El discurso del Joker como tal, no tenía seguidores en los cincuenta, salvo en casos de jóvenes que ya desde entonces, buscaran oponerse a su sociedad. Considerando que el Joker fue creado con un “traje pachuco”, podríamos inferir que podía haber llamado la atención de algunos renegados de esta arcaica contracultura. Sin embargo, estas sólo son especulaciones, porque en el discurso social, seguir al Joker o admirarlo estaba mal, era mal visto. Por otra parte, admirar a Batman, que se contraponía a su propia sed de venganza para hacer el bien, era loable. Su imagen bien podía ser relacionada con los soldados que para ese entonces (1951-1952) servían a su nación en la guerra de Corea, o que habían llegado de la Segunda Guerra Mundial. Eran asesinos, pero esto se justificaba, ya que eran patriotas y “defendían ante todo, los valores estadounidenses”.
Desde los años sesenta y hasta los ochenta, el Joker mantiene su papel de villano y no es sino hasta los noventa, con el rediseño de Bob Krane y Billy Finger (1998), que se convierte en fetiche. Cabe destacar que en los años sesenta, ni Batman ni el Joker llegaron a explotar como personajes toda su complejidad psicológica ni discursiva. Podemos agradecer a la televisión por esto, que debido a la alta censura de la época, no nos mostraba a personajes tan elaborados como los del cómic sino a arquetipos burdos e inocentones. La serie de televisión Batman de 1961, protagonizada por Adam West, es un ejemplo perfecto de cómo se “caricaturizó” a los personajes del cómic. Batman era un regordete individuo de gris con capa y ropa interior de seda que siempre decía la “frase adecuada”. Daba buenos consejos a los niños y elogiaba el trabajo de los servidores públicos. El Joker por su parte, era un anciano maquillado con pretensiones de megalómano –lo cual jamás tuvo el Joker del cómic, que en ningún momento ha pretendido dominar el mundo ni ganar nada de sus ataques a la sociedad-, que reía ridículamente: ja, ja, ja, já. La representación era torpe, pero funcionaba para reforzar lo discursos sociales de los sesenta: la moral, la vida familiar y los valores cívicos. Sin embargo, los lectores del cómic se desencantaron de ver a Batman, el Batman, tan fatídicamente traicionado en su discurso inicial. Desde 1964 y hasta 1979, la venta de la historieta se desplomó. De acuerdo a la historia de Batman de Daniels[6], fue el peor periodo para el superhéroe. Una “época oscura” para el caballero oscuro en la que según Kane, el dibujante que lo resucitaría en los noventas, “DC no sabía cómo sacarlo de circulación sin traicionar a los pocos fans que quedaban[7]”. Si Batman mostraba poca popularidad, el Joker lo era aún menos. Se volvieron más populares otros villanos como el Sr. Gélido (Mr. Freeze), Gatúbela o el Pingüino.
Los noventa son el renacimiento del Joker y su consolidación como objeto de culto y articulador de un discurso propio. El cómic que lo consolidará como centro medular de atención de la audiencia será The dark knight, de 1987, cuya historia inspiró a Christopher Nolan a realizar la película que aquí será analizada, y que es tal vez el cómic más popular de la serie. Fue escrito y supervisado en diseño de arte por Frank Miller, autor de 300 y la popular Sin City. El Joker de los noventa alude a las necesidades de una sociedad postmoderna y de su discurso de valores. En medio de un entorno en el que lo elogiable no era precisamente el “american way of life” sino aquello que lo desprestigiara, y en donde los personajes complejos ganan la atención de los jóvenes, se requería un nuevo Joker, que estuviese menos demente y fuese más calculador y perverso.
¿Qué lleva al Joker acartonado a convertirse en el Joker que podemos ver hoy en día en la película de Christopher Nolan? Varios factores, tanto a nivel social y político, como estético y discursivo. Estados Unidos atravesó una coyuntura política particular en 1990-1991. George Bush comenzó a invadir Irak con el pretexto de atrapar al dictador Saddam Hussein, que había invadido previamente Kuwait, se articuló el discurso de la democracia, cayó el muro de Berlín y el mundo entero se abrió a las políticas del libre mercado. Parecía que los Estado Unidos se habían convertido en un ente megalómano y todopoderoso que nada ni nadie podía vencer. Los jóvenes cayeron en una gran depresión de sueños, valores y esperanza. Estados Unidos había ganado la guerra fría, había resultado el “gran ganador” en lo discursivo. Los hippies habían fracasado, el comunismo también, el glam rock de los ochenta, en su afán de desenfreno, también. No había porqué luchar. La música galló exponentes depresivos, críticos y ociosos. Nació, a raíz de bandas como Nirvana, Pearl Jam, Black Flag y R.E.M. el grunge, un estilo de música pasivo y de cuestionamiento social, sin propuesta de cambio ni sueños de un mejor futuro. Sólo deconstruir, criticar, asquearse y causar alboroto, pero no soñar como en las letras de Lennon de los sesenta –“Imagine”-, con un mejor futuro. Fue en medio de esta crisis de valores y espíritu rebelde por lo rebelde, que la figura del Joker cayó como anillo al dedo. “Destruir sin propuesta, acabar con todo”. Esa era la máxima del Joker, tal como la de los muchachos grunge. Las ventas del cómic se dispararon, todos hablaban de un “nuevo Batman atormentado y oscuro”, y de pronto, a todos les gustó el Joker y su propuesta social. Los jóvenes no podían violentarse y causar desmanes o asesinar. Se meterían en problemas con sus padres y la justicia. Por eso era más fácil leer Batman y soñar con ser el Joker, con ser el gran villano. Sabían que iba a perder al final a ser castigado. Pero mientras eso sucedía, siquiera podía destrozar la ciudad a su antojo[8].
El nuevo Joker de Bob Kane y Frank Miller (ver en el Anexo 1, una galería histórica de los Jokers que hemos mencionado) era mucho más grotesco y perverso que su antecedente de los años cuarenta. Su vestimenta, a pesar de ser la de un “pachuco” y conservar los colores icónicos, siempre estaba derruida y gastada, reflejando la demencia del personaje. Sus ojos estaban desorbitados y rojos, y la sonrisa no estaba simplemente esbozada, sino que era una terrible deformación del rostro causada por cicatrices lamentables. Las manos del Joker estaban hinchadas, sus dedos estaban torcidos, su cuerpo levemente jorobado y su cabello, mugriento y ensortijado. Estéticamente, era un personaje terrible, digno de atemorizar. Por eso, los niños de los noventa no compraban la revista, sino que fue el público juvenil el que más concentró en ella su atención, cambiando la audiencia seguidora del cómic Batman, de niños entre 10 y 12 años a jóvenes de 17 a 30. Otra cuestión que motivó a la creación de un nuevo Batman y Guasón postmodernos, fue un cambio discursivo de los cómics a nivel global, en el que las virtudes de antaño se olvidaban para dar paso a nuevos conflictos psicológicos de alto calibre. Súperman, que había sido por casi sesenta años referente de la justicia y del “american way of life”, murió en 1995 en el cómic The death of Superman, a manos de un mutante espeluznante llamado Doomsay. Los seguidores de Súperman de antaño se indignaron con DC Cómics y guardaron luto; los jóvenes, en cambio, portaban camisetas con el escudo de Súperman ensangrentado y admiraban al asesino, coleccionando figuras y pósteres. Súperman entró a una nueva era. Más tarde, en 1996, resucitaría, pero con otra imagen y discurso. Tenía el cabello largo, pésimo humor, un nuevo traje y sed de venganza. Los cómics “tradicionales”, como Aquaman o Linterna Verde desaparecieron. De DC, sólo sobreviviría, además de Súperman, la “Mujer Maravilla”, que pasó de ser una sosa chica bondadosa a una voluptuosa mujer fatal con problemas con sus amantes. Marvel cómics, por otra parte, competidor medular de DC, sacó sus propias versiones del discurso postmoderno de dilemas morales y problemas psicológicos. “Spider Man” pasó de ser un muchacho bonachón y nerd a un joven invadido de rencor con dudas existenciales y los “X Men”, mutantes creados por Stan Lee como admirables seres protectores del mundo, se volvieron individuos incomprendidos, cuestionadores del entorno “humano” que habitaban, y deseosos de ser incluidos en la convencionalidad. Salieron al mercado, asimismo, empresas como MacFarlane y Dark Horse –que edita Batman actualmente-, que articularon cómics con temas para adultos, complejos y sumamente trabajados, como el de “Spawn”, que cuestiona la religión a través de un alma que se debate entre ser soldado del infierno o del cielo, o como “Hellboy”, que servía como perfecto icono del postmodernismo: el demonio que quería hacer el bien, pero que no por esto negaba su naturaleza malévola.
El Joker postmoderno necesitaba ese “revolcón”, ese “remake” de los personajes de cómic de los noventa. Sin embargo, a diferencia de sufrir un tratamiento en el plano temporal del “presente”, debió modificarse en su “pasado”. Los escritores de The Dark Knight debieron exponer cómo fue que el Joker se hizo Joker, dejando claro está, incógnitas clave para que la audiencia jamás saciara sus deseos de saber el origen del personaje. Kane expuso que el Joker no era un asesino “malo”, como lo presentaba la valorización tradicional de 1947, sino más bien, el portador de una “terrible verdad”, una verdad que no conocemos, que lo llevó a tener cicatrices en el rostro, una obsesión por los payasos y deseos de venganza. El Joker es un loco, pero ya no entendido como el loco que debe ser reprimido y mitigado, sino como alguien que debe ser tratado como un ser humano, que puede escucharse -más adelante, veremos al Joker como caso psiquiátrico, a través de las grandes teorías del análisis de la locura-. El Joker ya no es movido por el apetito demente de destrucción ni por la maldad, sino por el dolo, por el vacío que le deja sentir que no puede luchar contra un sistema que se le escapa de las manos, que es indestructible y mucho mayor a él. Es una especie de Riggoleto, de “payaso triste”, pero no un payaso que llora, como el personaje de ópera, sino uno que destruye, que mata, que hace estallar. Ese es su llanto, su quejido, su alarido. Su afán de decir “aquí estoy, odio la sociedad y he venido a demostrar que es una completa porquería”.
El cine sirvió en gran medida para restituir la imagen de Batman y del Joker a nivel social. La película de Tim Burton, Batman, de 1991, sin duda alguna tuvo un efecto parecido a la serie de los sesenta protagonizada por Adam West, en el sentido de que “inocentizó” al cómic, sin embargo, fue más valiente y fiel en la representación de los personajes que su antecedente sesentero. Michael Keaton era un Batman demasiado “bueno” como para compararse al caballero oscuro de Frank Miller –mirada compasiva, sonrisa benévola, porte de defensor-, y el Joker de Jack Nicholson, demasiado “tradicional” en su imagen –el traje “pachuco”, los colores chillones, la sonrisa de villano arquetípico- como para haber salido de la estética del nuevo Joker. Aún así, el Batman de Keaton mostraba el tormento del personaje del cómic por la pérdida de sus padres, y la interpretación de Nicholson, la psicosis del Joker. La frase icónica de la película “¿Has bailado alguna vez con el diablo a medianoche, bajo la luna?”, dicha por el Joker-Jack Nicholson a Batman-Michael Keaton antes de morir, representa en gran medida el discurso del Joker postmoderno. El hombre, según la concepción de este personaje, “baila con el diablo”, sufre a más no poder, vive en oscuridad, es malo por naturaleza y apoya un supuesto discurso de bondad para redimirse, el de las instituciones y el del gobierno, pero no por eso deja de ser patético y perverso. El Batman de las películas posteriores, lamentablemente, no reforzó la hazaña de Burton de mostrar un atormentado caballero oscuro. La incursión cinematográfica de Batman en el periodo 1996-1999 deconstruye severamente el discurso del cómic y convierte al personaje en un “héroe de estampa” parecido al sesentero. El Batman de las películas de Joel Schumacher –Batman Eternamente, de 1997-1998 y Batman y Robin, de 1999- es un galán típico, inteligente, apuesto y elegante, y los villanos, caricaturas arquetípicas de megalómanos que piensan “adueñarse de Gótica y hacer de sus ciudadanos, sus súbditos”.
No fue sino hasta el 2002, cuando Christopher Nolan le da un giro cinematográfico a Batman para hacerlo más ad hoc al cómic impreso, y tuvimos que esperar hasta el 2008, para poder ver ese mismo giro discursivo en el Joker. El último Joker, representado por Heath Ledger, es tal vez la más acabada representación del discurso del Joker, de su demarcación psicológica y de su estampa como gran crítico-destructor de la sociedad. El presente análisis, centrado específicamente en el Joker de Nolan, interpretado por Ledger y en la película Batman: el caballero de la noche, como único texto de análisis, pretende no solamente deglutir el discurso del Joker, sino también, relacionar al personaje con el hombre postmoderno y con su posible momento discursivo actual. ¿Por qué en el siglo veintiuno el Joker es tan popular?, ¿por qué desplaza a Batman de la película, incluso, en ratings de popularidad?, ¿no será que todos llevamos un Joker dentro?, ¿no será acaso, que todos ostentamos, muy en el fondo, un discurso parecido al del Joker?
II
Las reglas del juego
No podemos proseguir en un análisis del Joker si no es usando la imaginación. Habiendo analizado ya brevemente al Joker como fenómeno social y mediático, a través de sus incursiones en el cómic y de la lectura social que de él se hace, debemos partir a “olvidar” un poco lo dicho hasta ahora. Pensemos que el Joker no es la creación de Robinson, Finger, Kane y Miller, sino un personaje real, que puede analizarse como un asesino serial real que ha salido en los periódicos y en el noticiero nocturno. Debemos entonces, pensar que no vivimos en donde vivimos, sino que habitamos la Ciudad Gótica en el año 2008. Las calles son oscuras pero cosmopolitas y hermosas. El gobierno ha logrado remozar las antiguas fachadas y construir vías inmensas y rascacielos insondables. Es una metrópoli moderna, tal vez una de las más avanzadas de toda la Unión Americana. Tenemos 24 distritos, una playa en la franja este del territorio y una ciudad capital, Grace city, en donde transitamos y desde dónde analizaremos al Joker, el más temible criminal actual.
El jefe de nuestro órgano policial, Gotham Police Major Department, es el teniente James Gordon, quien no ha podido eliminar los altos índices de criminalidad desde el 2005. La mafia, dirigida por el magnate Betone en contubernio con el director del manicomio de Gotham, el Dr. Jonathan Crane, manejaba las finanzas turbias de Gótica y sobornaba a los policías hasta la llegada de “Batman”, un héroe enmascarado que logró mitigar al aparato mafioso. Ahora, con el Joker, surge un nuevo reto para este paladín que se oculta en medio de la noche. Supongamos entonces, que somos expertos analistas del discurso a los cuales se les ha conferido analizar el perfil del Joker acorde a su momento histórico y demarcación social. Debemos recordar que los valores, identidad social y discurso dominante que Joker aborrece y ataca, no son los de “nuestra sociedad real”, sino los de la sociedad que adoptamos para este “juego”: Gótica.
Hartos, como ciudadanos, del crimen organizado y de la impunidad en la policía, pretendemos elegir a un nuevo alcalde de distrito que sea capaz de desarticular el aparato mafioso y el peligro del Joker. Nuestra esperanza de cambio es el joven político Harvey Dent, experto en temas de seguridad, en quien “creemos” (cualquier semejanza con el candidato del plano “real” Barack Obama, en quien cree la sociedad “real” estadounidense, es probablemente, mera coincidencia, y ameritaría otro análisis del discurso). La campaña de Dent, esperamos, pueda hacer de Batman, un personaje obsoleto y reforzar las instituciones policiacas para que sean ellas y no un particular, las que venzan al crimen. Esa es la situación de que partimos y en esa plano de “ficción” nos moveremos. Debido al tiempo, no podemos jugar demasiado entre el plano del “discurso” en el que se mueve ciudad Gótica, el Joker, Batman y Harvey Dent, y el del “metadiscurso”, en el que se movería la comunidad cinematográfica, el fallecido actor Heath Ledger, las instituciones políticas y policíacas reales, y nosotros como entes de la realidad. Nos vemos obligados a inmiscuirnos en la ficcionalidad –en nociones piercianas-, y articular nuestro análisis desde este punto. Sin embargo, al final haremos, a manera de cierre, una breve reflexión de cómo el Joker puede representar a través de su perfil, discurso y actos, al ser humano de la postmodernidad. Por otra parte, usaremos los aparatos de análisis del discurso pertinentes para catalogar al Joker como un criminal postmoderno con motivos propios de la época actual y medios de acto que difícilmente se hubiesen podido utilizarse antes, en la ciudad Gótica de antes.
Le pedimos, “hipócrita lector”, que juegue con nosotros por un momento, como jugaba a Batman en su niñez, creyéndose el universo ficticio y haciéndose parte del mismo. De otra forma, le será fácil confundirse en el análisis y no detectar la línea en la que Joker deja de ser un personaje de ficción para convertirse en un “arquetipo de los performances sociales”, cuestión que ameritaría un análisis de otra índole.
III
El perfil psicológico del Joker: ¿un loco como cualquier otro?
El tema de la locura ha sido analizado a través de la historia por un sinfín de psicoanalistas, psiquiatras, neurólogos, filósofos, novelistas y hasta directores de cine. Pareciera que el loco, entendido como un anormal, como aquella persona que no se adapta a los esquemas canónicos de pensamiento o acto, termina siendo un tema fascinante para cualquier análisis social o del individuo. Pero, ¿por qué la locura es tan interesante? Probablemente, por su intrínseco carácter de anomalía, que la torna riquísima como tema de análisis. O también, porque los grandes analistas de la locura han tenido un poco de la misma en su interior. Es “anormal” analizar a los locos, juntarse con ellos, buscar sus pistas y descifrar sus porqués. Y, ¿qué es un loco sino acaso, un anormal? Hay que ser anormal para estudiar al loco. Si bien no todo psiquiatra está loco, sí debe meterse en la mente del loco, ponerse los zapatos del loco. Si simplemente lo reprime o ataca, sin entenderlo, no podrá curarlo. Y es medular para la psiquiatría y para la psicología, como ciencias, “curar al loco” para poder legitimarse. ¿Qué sentido habría en estudiar al loco si no es para buscar su cura? Vaya pérdida de tiempo que sería andar detrás de los locos sin poder garantizar que un día dejarán de serlo, o que a través de su estudio, “se puede evitar que otros, sanos, se vuelvan locos”.
Llegamos a un punto interesante. ¿Cómo se cura el loco? Haciéndolo normal, o de menos, “haciéndolo parecer normal”, que es lo más espeluznante. No importa si el loco ha dejado de serlo o no, basta con que no externe su locura, con que no se deje ver loco. Lo que ocurra en y con su mente, no importa. Nos basta con lo que nos digan sus actos. A nivel perlocutivo e ilocutivo puede ser loco si quiere. Podría vestirse extraño o no ser una persona coherente, podría tener mal humor o consumir drogas, todo eso podría resultar “aceptable”. Lo que sí resultaría inadmisible, sería que el loco atentara contra su sociedad, que mostrara abiertamente su anormalidad al atacar la normalidad del “otro”. Es decir, que sea loco a nivel locutivo. Esta es a grandes rasgos, la premisa de Foucault en Vigilar y castigar: historia de la prisión (1978). En este ensayo sobre la locura y la forma en la que se le reprime, Foucault establece que prisiones y manicomios no son en sí, instrumentos para la curación de los anormales, sino simplemente medios de aislacionismo para la protección de los normales. La idea de la represión viene entonces del discurso de que el loco debe ser un paria. No hay forma en que un loco y un normal puedan convivir. El loco acabará haciendo al normal otro loco, un anormal. ¿Por qué las fuerzas especiales de Gótica andan tras el Joker? No se debe precisamente a que se vista extraño, sea sucio, tenga malos modales y actúe de forma anómala. Todos esos actos perlocutivos de su locura, que lo hacen anormal y lo exentan de encajar con los normales, no ameritarían una represión, más allá de “pequeños castigos” que lo condujeran, tarde o temprano, a normalizarse. No podría entrar a un restaurante vestido como payaso ni acceder a un edificio público sin ser criticado. Tal vez ninguna novia le gustaría besar a un hombre tan sucio. Son estos “pequeños castigos” los que lo harían “normalizarse” y punto final. Pero, ¿por qué la cárcel?, ¿por qué atrapar al Joker? Porque es “peligroso”. Porque “daña” a la sociedad. Mata, es un criminal, infringe la ley. Entonces, ¿cuándo el anormal deja de ser un “anormal inofensivo” y pasa a ser un “criminal”?, ¿cuál es la diferencia entre un hombre con complejo de payaso y el Joker, que se ha vuelto un “anormal ofensivo”?
De la Anormalidad a la criminalidad
De 1975 a 1977, Michel Foucault impartió en el Collége de France, en París, un curso de psiquiatría sobre la anormalidad (Les anormales, 1977). Durante los sesenta, Foucault había sido severamente criticado por lo que le denominaban su “defensa de los locos”, ya que él argumentaba que el loco posee un problema de discurso, y no precisamente una falla neurológica o un “trauma”, propiamente dichos. La niñez y el subconsciente, según Foucault, son parte sustancial en la formación de un loco, pero la sociedad, sus discursos y la forma en la que éstos sean impuestos al individuo, también tienen responsabilidad en la articulación de “nuevos locos”. Por ende, hay sociedades y discursos sociales que pueden crear locos, o bien, hay individuos que llegan a un punto de descontento social o de una contraposición de su discurso personal –subconsciente- con el externo, articulado por la misma sociedad, que se vuelven automáticamente anormales. Los postulados de Foucault son, a grandes rasgos:
a) El loco es peligroso. Como veremos adelante, hay distintos grados de anormalidad. Mientras el loco no llegue a la monstruosidad, no es propiamente un loco, sino un “individuo anormal” que bien puede cooptarse a la sociedad a través de la “normalización”, o ser ignorado por los normales.
b) Todo loco es aquél que lo ha perdido todo, menos la razón. En su discurso, el loco es coherente, lógico y cabal. Tiende a pensar que fuera de lo que él siente, ve, vive y afronta –sea producto de su imaginación o no, eso es aparte-, hay incoherencia, porque él es coherente dentro de sí.
c) El loco es el que guarda una gran verdad, una verdad que a la sociedad no le gusta, y que por eso la reprime. El loco no puede reprimir esa verdad y por eso, actúa. El loco vive “algo” o ve “algo” que lo enloquece. Lo hace delirar, lo vuelve iracundo, lo torna represivo. En pocas palabras, cambia su vida, su actitud y su discurso. La “verdad” del loco, aquello que le ha tocado vivir o ver, se relaciona con una falla del discurso “funcional” de la modernidad, que establece el progreso, el bienestar y la perfección –la postmodernidad es tal vez, la noción social de que este discurso ha fallado-. Generalmente, el loco ha sido víctima del abuso sexual, de la violencia física, del abuso verbal, del chantaje, de la impunidad. Factores que no “deberían” ser parte de la sociedad, que la sociedad en su discurso “armónico”, no asimila. Por ende, la sociedad no pretende ayudar al loco a superar su “verdad”, no escucha su “verdad, y es más fácil callarlo. Sólo callando a los locos la sociedad seguirá siendo perfecta y funcional. Sólo así la legitimidad de su discurso prevalecerá. Por ende, la represión al loco se debe a la inconveniencia de su verdad. El loco, incapaz de externar esa “verdad incómoda”, amenaza a la sociedad que lo reprime y que es además, la gran culpable de lo que le ha tocado vivir, de que tenga una “verdad” qué callar. Por eso, el loco de vuelve criminal, por el afán de externar lo que ha vivido, de no callarse.
d) Hay tres grados de anormalidad: el incorrecto, el masturbador y el criminal. El primero, es aquel extraño ante los ojos de los normales pero que no es dañino, el segundo, aquél que guarda pensamientos de atentado social o en contra del discurso establecido, pero que los reprime, siendo aparentemente normal, y el tercero, el que piensa en contra de la sociedad y atenta contra su seguridad.[9]
Relacionemos los puntos de Foucault con el Joker para poder determinar si se trata de un “anormal” o no, y de qué tipo. Primeramente (a), el Joker sí es un loco, porque es peligroso para el discurso de Gótica, que le ofrece seguridad a sus ciudadanos. El Joker busca ante todo, la destrucción de la ciudad y de sus habitantes, que son los que, según su discurso personal “lo han convertido en lo que es”. Manteniendo una idea muy parecida a las tesis de Rousseau en su Contrato Social, para el Joker, todo individuo es corrompido por la sociedad en la que vive. Por ende, si la sociedad no es “funcional” tal y como la conocemos, hay que destruirla. El Joker está consciente de que una “reforma” o una “revolución social” no serían suficientes. La sociedad, corrupta, malagradecida y decadente, siempre será imperfecta, porque hallará su camino, no importando aún las reformas, hacia el malfuncionamiento.
La solución está en la destrucción. Harvey Dent, con su discurso de “reformar y luchar por Gótica”, puede jugar el papel de un revolucionario. Batman, con su idea de justicia social, puede también ser un reformador. Pero no el Joker. Él es un destructor que, de paso, se divierte destruyendo. Ríe mientras asesina, le fascinan las explosiones y se goza en ver el sufrimiento humano cuando tortura a sus víctimas. No puede negarse su carácter de criminal, y que desde el punto de la vista de la ética, esto “está mal”, ya que el asesinato o la destrucción son injustificables. Por lo tanto, tampoco puede negarse que es un peligro para cualquier entorno social “pacífico”. Una sociedad “organizada” no puede “mantener un loco entre sus filas”.
Al respecto de que el loco sea quien haya perdido todo, menos la razón (b), Foucault no pudo haber sido más acertado. El Joker es el ejemplo ideal del “loco racional”. Aparentemente, el Joker es impulsivo, no razona y es peligroso por su espontaneidad, porque “no se sabe lo que hará”. Sin embargo, tal vez el Joker sea más frío y calculador que la mayoría de los “normales” en Gótica. Todo lo que hace el Joker tiene u propósito, un discurso implícito. Los actos criminales del Joker no son espontáneos, como no lo es su maquillaje ni frases. Cómo lo veremos más adelante en un análisis riguroso de esta “filosofía de acción” (su discurso personal), el Joker como “alter ego” es el producto de una cadena de razonamientos lógicos que se suceden de la siguiente forma:
A) Premisa inicial: La sociedad está al borde de su corrupción (…es una porquería).
B) Premisa fundamental: Ningún discurso social es válido ni legítimo. Todos son incongruentes. Vivimos una sociedad de mentiras, de máscaras.
C) Motivo de acción: Debo destruir a la sociedad si es que deseo atacar la ambivalencia de sus discursos. Además, destruirla es divertido, ja, ja, já –diría el Joker-.
D) Acción: Usaré una metáfora para la destrucción social, la del payaso (punto que abordaremos más adelante).
En la “razón” del Joker, el entorno social está plagado de maldad y, por mucho que el ser humano se proponga ser bueno, caerá tarde o temprano en el acto malo, a través de la imitación de lo que ve y de un “irreprensible deseo de maldad”. Éste es otro de los puntos medulares que el Joker defiende, la proclividad natural de los seres humanos hacia la corrupción, que se acelera en un proceso de vida social-ciudadana (civitas) y urbana (urbanitas)[10]. Como Hobbes o Maquiavelo, el Joker cree que el se humano es malo por naturaleza, pero no porque sea “malo” en un sentido moral, sino porque antes de hombre, es animal, y como todo animal, pretenderá conservarse a sí mismo antes de pensar en preservar la vida de los demás. Para el Joker, el interés es el principal motor del hombre. Si los criminales persiguen un interés –volverse millonarios, por ejemplo- y le enfocan todos sus actos y ánimos, no son por ende “malos” sino un ser humano como cualquier otro, cuyos intereses en particular afectan a la sociedad civil. Al Joker le repudian, tanto los criminales “convencionales” que actúan por un interés material o político, como la sociedad civil, que egoístamente también persigue sus propios intereses sin voltear a ver a los “marginados”, como lo ha sido el mismo Joker, que declara haber tenido una niñez disfuncional y haber sido víctima de la violencia. Cuando el Joker les paga a unos hampones después de un desembarco existe una montaña de dinero (el pago). Joker prende fuego a la misma y dice: “¿Creen que yo hago las cosas por dinero? Qué terrible.”En pocas palabras, el Joker está en contra de “todos los bandos”, de la policía, del crimen organizado y de los civiles, porque en su noción de “sociedad sistemática” –el complejo que integra los tres grupos-, todos son iguales: egoístas y movidos por el interés.
En la película se puede notar concretamente la aversión que el Joker siente tanto por criminales como por civiles y policías. Cuando ésta comienza (con el robo a un banco de la ciudad), pensamos que el Joker es un ladrón como cualquier otro que, a diferencia de la mayoría, sólo se viste de payaso y usa máscaras de payasos para sus secuaces. Sin embargo, un detalle nos inquieta durante el robo de la secuencia inicial: conforme el grupo de “payasos” va aproximándose a la caja fuerte del banco a robar, los secuaces van asesinándose entre sí, dejando solo al Joker en el acto. Descubrimos a los pocos minutos del ingreso al banco, que no se trata exactamente de un robo –aunque sí, el Joker se quede con todo el dinero del motín-, sino más bien, de un experimento social al más puro “estilo Joker”. Es una forma de demostrar que el ser humano es movido por el interés y que como todo animal, irracional e instintivo, termina haciendo “lo que sea” en la consecución de este interés. ¿Por qué los secuaces se asesinan entre sí? Muy sencillo: El Joker debió haberles dicho por separado e individualmente, que matando a sus compañeros de proeza compartiría exclusivamente con ellos el motín. Obviamente todos cayeron en la trampa. Unos fueron matando a otros hasta que el Joker asesinó al último.
Aunque nos cueste aceptarlo, el robo del banco nos muestra sólo una cosa: el Joker es un genio. Independientemente de que su “performance” o experimentación involucre asesinatos y destrucción de edificios, no se puede negar la capacidad racional del Joker ni su carácter de “científico social”. Cada crimen posee el objetivo de demostrar su tesis, de confundir a la sociedad y de sacar lo más vil de los seres humanos. Sin embargo, el Joker no es Foucault ni Roland Barthes. Él sabe que de ser un “científico social” convencional, que escriba sus tesis de corrupción social o dé clases en una universidad, no podría generar el particular “efecto Joker”. Un impacto a gran escala que, de paso, por su demencia, lo divierte. Más adelante veremos cómo independientemente de loco, el Joker es un demente (que no es lo mismo), debido a su desequilibrio emocional personal, estrictamente psicosomático y no racional.
Para poder parecer “racional”, el Joker debe agremiarse a un círculo social inevitablemente. De no ser así sería una especie de ermitaño delirante. Por eso, el Joker se dice criminal y actúa como tal. Sabemos que no es propiamente un criminal, ya que su interés no es el dinero ni la destrucción terrorista por una causa de grupo, sino la “experimentación social” por la experimentación misma. Sin embargo, los criminales son buenas “herramientas” para lograr lo que quiere, porque tienen en común con él, el ánimo de destruir a la sociedad, aunque sea por motivos diferentes (el dinero o la presión a las instituciones para que cumplan sus demandas). Ahora que, si el Joker quiere usar deliberadamente a los criminales de Gótica para sus experimentos sociales, debe erigirse como el “líder de los criminales” de la ciudad. ¿Cómo es que el Joker se empodera en el círculo criminal? Podemos verlo específicamente en una secuencia de la película de Nolan. El Joker tiene una reunión con la crema y nata de la criminalidad de Gótica. Cuando llega a la junta, vestido de payaso y maltrecho, la mayoría lo toma como inofensivo. “¿Quién es este loco?”, dicen. Sin embargo, al poco tiempo comienzan a respetarlo. En su muy particular estilo, Joker dice “haré para ustedes, un truco de magia” colocando un lápiz en posición vertical, sobre una mesa que se encontraba frente a él. Después, toma por sorpresa a uno de los criminales y azota su cráneo contra la mesa, enterrando el lápiz en su frente. Aún los más temibles criminales se sorprenden de la espontaneidad con la que el Joker asesina. Se notan estupefactos por su completa “inhumanidad”. Vale la pena detenernos en este punto para mencionar un aspecto que más adelante abordaremos a fondo: el “performance”. No es que Joker sea en sumo cruel –que sí lo es-, lo que lo hace “respetable”, sino su capacidad de “reírse” de sus propias fechorías. Es un fantoche sádico. Trasgrede el nivel de la rudeza para pasar al del lunatismo. No carga con culpa, pero tampoco con amargura. Él, como ya hemos establecido antes, “sólo quiere divertirse”, y para lograrlo, “ridiculiza” a la sociedad en la que vive, hace de su contexto un circo. No le mostró respeto a los criminales, no se mostró temeroso, ni amedrentado por su prestigio, historial o armas. Él llegó y riéndose, asesinó a uno de ellos desfachatadamente.
Posteriormente, el Joker les plantea un trato: una recompensa a aquél que asesine a Batman. “Digamos que, quiero que eliminen al murciélago”, dice. Notaremos posteriormente que el Joker quiere hacer con los criminales de la junta, lo mismo que hizo con sus secuaces del robo del banco. Planea motivar a una competencia entre ellos en la que se vayan eliminando por selección natural, movidos por su propio interés económico. Mientras, el Joker se deshará de su principal problema, Batman, y podrá seguir “experimentando” con la sociedad a su antojo. Tal vez la prometida “recompensa” no existe, porque como sabemos, el Joker es un traidor. Como odia a todo y a todos, no tiene amigos ni lealtad con ningún individuo o grupo. Se sabe perfectamente independiente.
Pero, ¿por qué al Joker no le gusta la gente?, ¿por qué no admira ni mucho menos respeta, a nadie? Debido a que su propia genialidad, ese “racionalismo” extremo y actitud “crítica” y cartesiana permanentes, lo han convertido en una especie de “superhombre” que considera inferiores a sus semejantes. Podemos concluir entonces, que el Joker es presa de un “delirio de grandeza”; posee una egolatría desmedida. Esto va a terminar cuando el Joker se enfrente con su perfecto némesis: Batman, a quien odia y sin embargo respeta. Al finalizar la película de Nolan nos damos cuenta de que Batman y el Joker son más parecidos de lo que pretendían ser. Ambos son “metáforas” de lo extraordinario –el payaso es ridículo y el murciélago es temible-, y los dos poseen una permanente actitud crítica de la sociedad. Sin embargo, el Joker parte de la destrucción y Batman de la “resignación”. Para Batman la sociedad no es mala ni egoísta, simplemente está confundida y es débil, tiende a seguir a un “protector” y ése es su gran problema. Así, el Joker y Batman personifican el eterno debate sobre la “naturaleza humana”, prevaleciente desde Platón (el idealismo) y Aristóteles (el pragmatismo).
Habiendo establecido que el Joker es un ser perfectamente racional y con una “ideología” propia (su discurso), podemos pasar a debatir si posee una verdad mitigada por la sociedad (punto c de Foucault), o no. El Joker sí posee una “verdad oculta” que lo convierte en su propio “alter ego”. Si este personaje es un anormal es porque “algo pasó” que lo dotó de este carácter. Sin embargo, no sabemos cuál es esa verdad, ya que el personaje decide mantenernos en suspenso. Nos ha dicho muchas cosas que no sabemos si son verdad o no: que tenía una esposa que lo orilló a desfigurar su rostro, o que su padre lo violentaba de niño. Sin embargo, algo es innegable: las cicatrices del Joker y sus ademanes nerviosos, su postura encorvada y su mirada turbada, no son elementos espontáneos. Todos estos factores se hacen presentes porque existió “algo” que los originó, no sabemos a certeza qué. Aunque una cosa sí sabemos: la sociedad, al menos según el Joker, es en parte culpable de lo que él ha sufrido. De ahí su odio por la sociedad misma y su deseo de venganza, su afán de castigo a los individuos que integran la sociedad indistintamente, y su permanente crítica social. Si la sociedad es “hipócrita” y disfuncional para el Joker es porque no pudo salvarlo, porque ni siquiera los discursos sociales –religiosos, morales, políticos- sirvieron en su momento, para salvarlo. Vemos un ejemplo cuando Joker irrumpe en una fiesta y mira a Alfred, el mayordomo de Batman fijamente, y le dice: “Se parece tanto a mi padre, yo odio tanto a mi padre”.
Foucault establece, por otra parte, que las “verdades terribles” de los anormales siempre pretenden ser mitigadas por la misma sociedad que las ha motivado, debido a que a ciertos grupos de ésta, los dominantes, no les conviene que “esta verdad se sepa”. No sabemos la “verdad” del Joker, pero tal vez entendiendo que ésta existe, podemos entender porqué el personaje se abroga el carácter de “desmitificador” de la sociedad. La “verdad” del Joker debe ser una cosa horrible. Pudo haber sido abusado por un criminal y desfigurado, pudo haber sido víctima de maltrato familiar, tal vez su propio desequilibrio –esquizofrenia, por ejemplo- o adicción a alguna droga, lo llevaron a desfigurarse en medio de un tormento indescriptible. Quién sabe. Pero algo sí es innegable: todas las “verdades” que no deberían saberse, son en parte exteriorizadas y además, ridiculizadas, por el Joker. Él se burla de la policía porque el discurso de ésta es “servir y proteger”, y sin embargo no lo hace. Se burla de los criminales porque aún siendo “los malos”, son impresionables y patéticos, “siguiendo como ratas una recompensa” (dice el personaje). Se burla de Batman porque es el “gran defensor de la sociedad” y porque es, sin embargo, un “patético tipo vestido de murciélago”. Y se burla de él mismo porque sabe que en el fondo no es nadie, sino “un individuo más”, que a pesar de sus crímenes no detendrá a los órganos de poder.
Ante el punto final propuesto por Foucault (d) sobre los tres grados de anormalidad (el incorrecto, el masturbador y el criminal), podemos destacar que el Joker posee características específicas de cada una de las clasificaciones foucaultianas. El incorrecto es, según Foucault, aquél cuyos modales, vestimenta, jerga o pensamiento, no concuerdan con el entorno social ni con su discurso. El Joker es un incorrecto porque se viste como un payaso, escupe en la calle y “viola” las reglas de comportamiento social en distintos entornos. Como veremos a posteriori, irrumpe en una fiesta y se comporta como un patán, maneja un tráiler desenfrenadamente en un estacionamiento y destruye un banco. Sin duda, esto no es “correcto” socialmente. La segunda categoría, el masturbador, habla de aquél que reprime ciertos deseos o que se detiene de llevar a cabo fantasías personales. El Joker a simple vista no es un masturbador. ¿Cómo podría serlo acaso un hombre que parece hacer lo que se le pega la gana sin respetar códigos ni establecimientos? Sin embargo, debemos hacernos una pregunta: ¿por qué no sabemos la verdad sobre quién es el Joker?, ¿por qué se oculta detrás del maquillaje? Porque tiene un poco de masturbador, por extrovertido que parezca. No desea que se sepa quién es en realidad, ni porqué es el Joker. Solamente, es el Joker y punto. Tal vez en el fondo no sea agresivo sino depresivo, probablemente estuvo enamorado alguna vez…quién sabe. Todo eso es tema vetado: está reprimido. Finalmente, nos queda sólo determinar si el Joker es un criminal, tercera característica de Foucault sobre el loco. Creo que, hablando como hablaría el Joker, nos quedaría decir: “… ay, por favor, ¿todavía necesitamos más pruebas que el banco, el asesinato del criminal con un lápiz, lo del tráiler y las múltiples torturas?... ¡Debe de ser una broma!”.
por
El loco en la postmodernidad: del ogro al monstruo asesino
Hace poco charlábamos con la Maestra Isabel Chávez Zamora, quien trabajo en un hospital psiquiátrico en la unidad de psicóticos, sobre el Joker, conmocionados sobre su particular caso. Le preguntamos qué pensaba del payaso y nos dijo: “es un psicótico, como muchos en esta postmodernidad”. Chávez nos contaba que en su tesis de licenciatura para obtener el título de psicóloga, desarrolló un tema que le quedaba como anillo al dedo a mi análisis del Joker: cómo en la postmodernidad, el neurótico ha pasado a ser un psicótico.
Busqué el libro que Zamora usó para su tesis, La psiquiatría y el poder, del ya referido Foucault. Nos encontramos con una premisa apasionante, que no podemos dejar pasar en este trabajo. Según Foucault, el loco de la “modernidad” era un neurótico, mientras que el loco de la “postmodernidad”, es un psicótico. Los discursos sociales de la era moderna (desde el siglo XVIII hasta mediados de 1950, circa) eran tan legítimos, dominantes y verticales –creados por órganos de poder, supremos e intransigentes, como la iglesia o los monarcas y dictadores- que el ser humano difícilmente podía transgredirlos. Por miedo a la represión –cárcel, muerte- el hombre no llegaba al punto de ser un criminal, sino que se quedaba en ser un incorrecto o un masturbador. Se volvía, entonces, un “neurótico”. Sufría de migrañas, estrés, depresión y mal carácter. Gritaba a sus hijos y esposa, manejaba como un cafre…pero jamás llegaba al punto del crimen. Se manejaba en el plano mental, ideático, no pasaba a lo material, a lo pragmático. ¿Qué pasa en la postmodernidad? Que los discursos hegemónicos están tan trivializados y son tan fácilmente criticados, que se vuelven ilegítimos. Los órganos de poder suavizan su represión y por fin, se abre la puerta a la “venganza de los neuróticos”. Los que antes no soñaban con conseguir un arma la compran en el mercado negro. Los que anhelaban volar edificios, usan el Internet para saber cómo hacer una bomba casera. Los neuróticos pasan a ser psicóticos. Los depravados ahora son violadores, los violentos ahora son asesinos y los que antes éramos, simplemente mal encarados o “enojones”, nos volvemos neuróticos debido a la violencia en la que vivimos.
El Joker es un psicótico porque no le basta con la neurosis para “exteriorizar” su discurso. De ser un payaso que gritara por las calles “la sociedad es un asco”, nadie le haría caso. Debe ser un criminal para volverse respetable. Le debe al “performance” que las instituciones de poder lo tomen en serio, le tengan miedo y lo persigan. Digamos que, le debe su “poder social” a la psicosis. Por ende, es feliz asesinando y estallando edificios porque es éste, su medio para autorrealizarse. Como cualquier psicótico postmoderno, el Joker hace cosas impensables por vías impensables. Podríamos decir que simplemente es una “caricaturización” del hombre que violó 13 años a su hija en Ámsterdam en un ático, del que estalló las torres gemelas chocando con un avión o de los soldados de Abu Grahib, en Irak, que obligaron a sus rehenes desnudos a actuar como perros. Aberraciones, verdaderas aberraciones todas. El Joker es el arquetipo ideal de cualquier psicópata postmoderno.
El elogio de la locura: el Joker como loco y demente
Vale la pena cerrar esta parte del análisis con una comparación entre el Joker y una lectura de uno de los clásicos de la locura que leímos recientemente. Se trata de Erasmo de Rotterdam y su Elogio de la locura, que destaca que la locura es la Moira griega y la Estulticia latina, porque reparte de bienes a los criminales que la poseen; que es Minerva porque dota de sabiduría a quien la abraza y que es estoica, porque es hedonista[11]. El Joker es un loco…qué más pruebas necesitamos. Se queda con todo el dinero de los robos, además de usar los mismos como experimento social, es un genio que bien podría ser denominado “científico social” y un perfecto hedonista, porque vive para divertirse y –aparentemente- jamás reprimirse. Sin embargo, además de loco a nivel pragmático (Foucault), el Joker es también un demente, un desequilibrado (Erasmo).
En el ensayo de Erasmo se destaca que “el loco más que loco es demente. Puede ser que un loco sea sólo un reformador, un soñador, pero el demente es el falto de mente, el que en momentos específicos no antepone la razón a la acción, el que se deja llevar enteramente por sus pasiones, por su deseo.[12]” El Joker no sólo es un ser racional, sino que en ocasiones es demencialmente pasional. Sin contradecirnos con lo que antes hemos establecido, podemos destacar que el Joker no es un completo irracional, ya que posee un manifiesto personal de acción y un discurso concreto, pero en ocasiones, se sale de control y se vuelve irracional a ratos. Un demente. Podemos notar esto en el hecho de que el Joker asesine. Si su afán es el simple “experimento social”, sus “performances” no tendrían porqué terminar en el asesinato. Bastaría con un “he comprobado mi hipótesis, ahora, mi víctima puede ser libre”. Pero no, el Joker debe matar, como todo demente. Si bien humilla a sus víctimas o las tortura, lo puede hacer con la razón, pero la puñalada final, la risa que se desprende de placer, son demenciales. Es el sosiego de la ira contenida, de la sed de venganza. El Joker es loco, pero también es demente.
IV
El discurso del Joker y su “performance”: “¿Por qué andar tan serio?”
¿De qué te andas riendo, güey?
Durante las partes anteriores del análisis pudimos construir ya, cuál es el discurso del Joker. Sabemos que odia la sociedad en la que vive, Gótica, y que se ha propuesto destruirla. Conocemos su pensamiento sobre la naturaleza humana, que es egoísta y que únicamente mueve al hombre por la consecución de un interés. Conocemos asimismo, su deseo de venganza por una “verdad” que, si bien desconocemos, la sabemos terrible, y que nuestro personaje analizado es un ególatra, ya que se siente superior a los seres “convencionales” por avergonzarlos y por develar su hipocresía –la anteposición de las apariencias a los verdaderos actos egoístas-. Sabemos que el Joker no está de ningún bando –ni policías, ni civiles, ni criminales- y que sólo quiere divertirse...Es hora de ver cómo es que el Joker hace para elaborar su “gran truco”, para “exteriorizar” ese discurso a través de prácticas concretas.
La metáfora del payaso y la construcción del mito
“Antes del Joker, sólo recuerdo dos casos de payasos que violan el discurso tradicional del payaso”, le dice Eloy a Yuliana (o sea, nosotros) mientras escriben juntos su trabajo de análisis. “Está el caso del Riggoleto, que es el payaso que llora y está el de It, que es una novela de Stephen King que después hicieron película. Se trata de un payaso asesino, de un monstruo que se vestía de payaso para comerse a los niños de un pueblo”. Yuliana destacó que hay muchos más casos: un payaso en la banda de hardcore “Slipknot” que parece un payaso diabólico, un payaso luchador que tiene en su máscara, una sonrisa malévola, y que incluso debe haber casos innombrables de payasos pederastas. Está el payaso de Spawn, que es un diablo-payaso. En fin, la metáfora está desgastada, pero en el caso del Joker es, una vez más, evidente. El Joker es el payaso que no es divertido, que resulta malo y soez. Es “el payaso que no es un payaso”, porque aunque “se parece a un payaso”, no tiene las marcas sintácticas del payaso, sobretodo en el tratamiento estético que Nolan le da al Joker en El caballero de la noche. Resulta ser más oscuro y perturbado que el Joker original de los años cincuenta. Su maquillaje está deslavado y corrido, enfatizando las sombras de los ojos y las cicatrices que rodean su boca, que lo dotan de una sonrisa macabra. Su cabello, permanentemente mojado y caído, parece asemejarlo más a una estrella del metal o del punk que a un payaso, que usa peinados ridículos y alborotados (para una imagen, ver Anexo 3).
Estéticamente hablando, la vestimenta del payaso-Joker constituye en si misma, un acto perlocutivo que quiere decir “no soy convencional porque me visto así, no congenio con la vestimenta tradicional de Gótica, pero además, soy temible por mi rostro desfigurado, enfatizado por el maquillaje”. Podríamos bien comparar el payaso-Joker con los “droogos” de la Naranja Mecánica de Kubrick o con las contraculturas urbanas. Usan su vestimenta para hacerse notar y para denotar su manifiesto personal –“yo soy oscuro, yo soy pacífico, yo soy “plástico” o “me gusta que noten que soy pudiente”; marcas denotativas-. El lenguaje corporal del Joker es también, una forma de denotar su discurso. Se arquea para atemorizar a su víctima, para verla fijamente a los ojos, usa una navaja muy pequeña y siempre la acompaña de una historia, como lo veremos más adelante.
El Joker, por otra parte, no solo es estrafalario por un afán de ser “no convencional” o “incorrecto”, sino para que al distinguirse del resto de los habitantes de Gótica, pueda volverse famoso. Batman, a diferencia del Joker, no desea ser famoso sino “hacer lo que debe hacer”. Opera de noche y pasa aparentemente desapercibido. El Joker, en cambio, es una “gran estrella”. Sus “performances” deben ser comentados y de preferencia, odiados por la mayoría. Debe ser el que ocupa las primeras planas y dejar su huella en cada acto: una carta de póker en la que se muestra la figura de un Comodín, o Joker. Una especie de arlequín (Anexo 4). El Joker, de esta forma, construye un mito del propio Joker. La “persona” que es el Joker –es decir, ese Juan Pérez que se viste de Joker-, deja de ser y llamarse cómo se llama para pasar a adoptar una nueva personalidad, la personalidad de un mito.
El Joker-mito debe guardar cierto enigma para preservar su carácter mítico. Éste es el porqué el Joker jamás cuenta su historia oculta. Un mago no revela sus secretos. Aún así, todos hablan de él, tanto policías como criminales, tanto medios de comunicación como autoridades políticas (léase Harvey Dent). Roland Barthes define un mito como un “arquetipo social que emana de la misma sociedad y que se impone como figura de admiración pública”[13]. Notemos que Barthes jamás dice que un mito debe ser alguien o algo loable o admirable por distinguirse en un sentido moral. Basta con que sea un “icono” distinguible y polémico por la sociedad. El Joker se consagra a través de sus crímenes como un “mito” creando una narrativa de sí mismo. La ciudadanía Gótica lleva un “registro cronológico” de las acciones del Joker, que se complementan a su vez, con aquello que “se dice del Joker” o que el personaje dice de sí mismo. A estos rumores, especulaciones o “textos complementarios”, se les denomina meta narrativa.
Ejemplo de la construcción fundamental del mito “Joker”:
| Nivel meta narrativo |
-El Joker roba un banco irrumpiendo con cinco individuos. A todos ellos los asesina. -El Joker se reúne con los criminales más buscados de Ciudad Gótica. -Se organiza una cena en honor a Harvey Dent y a su candidatura, el Joker irrumpió y amenazó a la prometida de Dent. | -“Se dice que usa maquillaje para intimidar, como el maquillaje de la guerra” (secuaz 1). -“Algunos dicen que es un loco y que por eso lo hace, debe ser por algo más que no se quita el maquillaje, debe tener un objeto secreto” (Teniente James Gordon, jefe policial). -“¿Quieres saber cómo obtuve estas cicatrices?... Cuando era niño…” (Joker). |
Casi en la escena final de la película de Nolan, Joker, colgante de un edificio a través de una ventana rota, le dice a Batman: “tú no tienes las agallas de dejarme caer, ¿verdad? Todavía eres un hombre y estas cosas pasan cuando un hombre pelea contra un objeto, inamovible”. Esta frase ejemplifica a sobremanera la construcción del Joker como mito. Cuando Joker se “mitifica”, deja de ser propiamente humano y se convierte entonces en una estampa, en algo inasible. Los mitos, aunque son personificados por humanos, no son propiamente humanos.
El “performance”…que comience la fiesta…
Mucho hemos hablado de que el Joker “legitima” su discurso a través de sus “performances”, pero, ¿a qué nos referimos con esto? Todo discurso se define como un conjunto de ideas, valores, comportamientos y filosofías, que pretenden acuñar una forma de vida o actuar cotidiano[14] Éste, no puede cumplir con su carácter persuasivo o con el impacto que pretende generar, si no es a través de un “texto” (el “performance”), que bien puede estar formado por frases, eventos o “actos de habla”[15]. La palabra “performance”, tomada literalmente del inglés, se usa en análisis del discurso por el sociólogo francés Lyotard[16] para definir a aquél acto que legitima el discurso. Cuando un discurso tiene “criterio de performatividad”, quiere decir que no puede ser legítimo a través de la palabra misma, sino por medio del acto material en tiempo y espacio. El discurso del Joker es un “discurso performativo”. No funcionaría si “simplemente lo dijera”, sino que debe “actuar” –vestirse como payaso, asesinar, planear actos terroristas a gran escala- para legitimarlo.
El discurso del Joker se divide en dos partes, la primera conlleva lo que hemos venido explicando, el contenido del discurso, que se forma de lo que el Joker piensa sobre la sociedad y la naturaleza humana; la segunda, el objeto del discurso, es el fin que el Joker persigue. A diferencia de un político, estadista, filósofo o revolucionario, el fin del discurso del Joker no es precisamente la “persuasión a la formación ideológica o al acto”. Todo lo contrario. El Joker desea que sus escuchas –las víctimas, en la mayoría de los casos- sientan aversión a su discurso, lo demeriten y termine por darles asco. Curiosamente, así es como el Joker legitima su discurso, ya que al matar a sus víctimas, comprueba sus hipótesis, las cuales no deben ser comprobables para nadie más que no sea él mismo. Al Joker le basta con saber que “él tiene la razón”, y para esto, debe atemorizar a sus escuchas, quienes al morir le darán la razón de forma implícita: eran débiles, “animales movidos por el interés”…todo lo que Joker pensaba de ellos. “Debían morir, de todas formas eran humanos, todos los humanos mueren.”
Estudiemos un caso específico. El Joker asesina a un criminal en su reunión del crimen organizado. Mientras pretende abrirle el rostro usando la coyuntura lateral de la boca como punto de partida, lo aterroriza contándole una historia, que sirve para crear miedo y rumor (la meta narrativa ya mencionada), sobre cómo siendo niño, Joker era maltratado por su padre. Cuando finalmente mata a este criminal –lo cual no es parte de la película de Nolan a cuadro-, Joker habrá comprobado sus tesis y legitimado su discurso. El criminal era débil, interesado y egoísta…se interesaba sólo por su vida mientras el Joker hendía su navaja en su rostro… ¡Debía morir! El plan del Joker no era precisamente apelar al “convencimiento” o a la comprensión de la víctima, sino más bien, saciar su espíritu crítico para poder, después, decirse: “Sí, Joker, tenías razón… eres tan inteligente, ja, ja, já”.
¿Por qué el “performance” del Joker no sirve para convencer a otros de su discurso, pero sí para convencerse a sí mismo? Porque el discurso del Joker no requiere de ser legítimo para otra persona que no sea él mismo. Esto, genera en él una extraña paradoja: por una parte, es un genio, pero por otra, es ilegítimo a nivel social, y por ende, está solo. La gran derrota de Joker no es a través de su muerte, ya que al final de la película no muere, sino cuando su discurso es plenamente desprestigiado por Batman en una sola frase. Batman le dice al Joker: “… no tienes razón, y es por eso que estarás solo”.
Si el convencimiento del receptor no es el objeto del Joker es porque en su demencia, él es un emisor imperfecto que planea ser emisor-receptor en sí mismo. No respeta a la humanidad, y por ende, la considera “demasiado ínfima como para entender su discurso”. ¿Qué objeto tiene entonces que el Joker haga lo que haga si nadie escuchará, ni se convencerá de sus ideas? Simple diversión. El Joker es tan egocéntrico que se divierte de lo lindo cuando se da cuenta de que, pese a los contra-discursos del entorno que lo rodea, “él termina teniendo la razón”. El objeto real del discurso de Joker es probablemente, motivar a la reflexión de la audiencia de la película de Nolan; decirle “la sociedad se está destruyendo a sí misma, sus discursos son ilegítimos”. Sin embargo, para saber si ése es el verdadero porqué de que el Joker-personaje tenga un discurso articulado por Nolan –que escribe Batman, el caballero de la noche- tendríamos que salirnos de nuestro “mundo Gótica” y entrar “al mundo real” (una especie de nivel meta-meta narrativo), donde Joker ni siquiera es el encodificador de su propio discurso, sino Nolan, cosa que nos llevaría a muchos problemas y que será mejor hacer en otro análisis, no en éste[17].
Hay dos puntos de inflexión en el discurso del Joker. Dos momentos cruciales en donde el objeto cambia, deja de ser “convencerse de que yo, Joker, tengo razón” y pasa a ser “convencer al otro de que tengo la razón”. Es decir, existen dos momentos en la película en los que el objeto de Joker sí es persuadir a sus escuchas. Esto, toma lugar cuando el Joker se enfrenta a las únicas dos personas (receptores) que respeta y “vuelve dignos” de escuchar du discurso. Se trata de sus dos más grandes enemigos: Harvey Dent y Batman. La oportunidad de convencer a Dent de que la sociedad Gótica es imperfecta y egoísta viene cuando éste se encuentra en el hospital, con el rostro quemado, convaleciente después de que el propio Joker le tendió una trampa que lo llevó a enfrentar un incendio. En este punto, Joker se viste de enfermera para entrar en el cuarto de Dent –“típico” del asesino, usar el sentido del humor hasta en los peores momentos- y poder “convencerlo” de que se pase del bando criminal, de que se percate de que la sociedad es un asco, y de que el Joker mismo, después de todo, tiene razón. Cabe destacar que hasta en esta pretensión de “convencimiento”, Joker está subestimando a Dent, ya que lo pretende mover como pieza de ajedrez. Si Dent se enfurece contra la sociedad terminará abdicando su candidatura a la alcaldía y disolviendo las pretensiones de la policía de reforzarse, lo cual sin duda le conviene al Joker (¿no se comporta acaso Joker como lo que más critica, como un ser vil movido por el interés?).
Dent perdió a su novia, Rachel Dowes, su gran amor, después de que el Joker les tendió una trampa a ambos que terminó con la vida de ella. La policía no ha logrado vencer al Joker, Batman no pudo salvar a Rachel. Todo salió mal. La vida –o el Joker- le quitó todo a Dent, absolutamente todo, menos la razón. ¿No nos parece conocida la frase? Dent se vuelve loco después de la muerte de Dowes. Ésa es la “verdad” que Dent debe cargar y que a la sociedad no le importa: “¡Rachel está muerta…muerta!” Además, el rostro de Dent está quemado. Desfigurado justo a la mitad. La vida le desfiguró el rostro a Dent, la sociedad lo hizo. Ahora Dent y el Joker se parecen más de lo que creían. Han dejado de ser enemigos y han comenzado a “entenderse”: los dos son monstruos, rostros lacerados por la sociedad; los dos son locos.
Joker convence a Dent de decepcionarse “de todo”, mediante un excelente discurso:
Joker: Hola.
Dent: (mascullando) Maldito.
Joker: Te diré algo. No quiero que haya resentimientos[18] entre nosotros, Harvey. Cuando tú y…
Dent: ¡Rachel! (grita).
Joker:… estaban atados, yo estaba en la jaula con la policía. Yo no coloqué esas bombas.
Dent: Fueron tus hombres, tu idea. Tú.
Joker: ¿Sabes lo que soy? Soy como un perro siguiendo autos. Ansioso a ver si los alcanzo. Yo sólo “hago” las cosas, pero todos tienen planes, ideas, la policía tiene planes, tú tienes planes, Gordon (jefe de la policía) tiene un plan. Entiendes… todos son conspiradores que tratan de controlarnos. No pueden ni controlar sus tristes mundos. Yo jamás conspiro. Eso de conspirar es buscar poder, es un intento patético, un intento patético por lo patético de controlar. Así que… cuando te digo que lo de tu novia no fue personal, debes saber que yo te digo la verdad.
El segundo juego de este tipo que el Joker realiza es cuando, derrotado por una ardua pelea, intenta convencer a Batman de que lo mate, para que así, el murciélago externe su rencor. “¿De verdad eres incorruptible, no es cierto?, ¿por qué simplemente no lo haces, es acaso un sentido de la moralidad?”. Batman piensa al final que sencillamente no caerá en el juego, y a diferencia de Harvey Dent, no es “cooptado” por el discurso del Joker. “Hoy la gente te demostró una lección de bondad. No somos como tú.
Los “juegos” de Joker
Como parte del “performance” general del Joker, a lo largo de la película de Nolan, éste tiende a elaborar juegos en los que, a través de la estrategia, planea demostrar el egoísta y la futilidad de los seres humanos. Algunos de estas “puestas en escena” que podemos ver a lo largo de la película, son:
· La cena: irrupción en el mundo de los normales. Cuando se ofrece una cena en honor de la campaña de Dent, fiscal de distrito, para acceder a la alcaldía, el Joker irrumpe violentamente en el evento mientras grita y pregunta por Dent, que estaba escondido. La forma en la que se comporta en esta secuencia es clave para entender el discurso del Guasón. Sus modales son soeces, le roba la copa a un anciano, toma un canapé y lo mete de lleno en su boca, saca un rifle y dispara en el techo. Por otra parte, sus frases muestran una clara burla por la hipocresía del mundo aristocrático. “Damas y caballeros, ha llegado el entretenimiento. Aquí estamos. Quiero sabes una cosa… ¿Dónde está Harvey Dent?”. Mientras pregunta por Dent mira a los invitados amedrentadoramente, e incluso juega con la cabeza de un pobre hombre asustado.
· ¡Sálvala a ella! Cuando el Joker atrapa a Harvey Dent y a su novia Rachel decide elaborar con ellos un juego. Los coloca en dos cámaras separadas y detona una serie de barriles de combustible conectados a un explosivo, al mismo tiempo. Posteriormente, le dice a la policía que decida a quién debe de salvar. El joker sabe que la policía se inclinará por salvar a Dent, ya que “políticamente” él es más importante para Gótica. Dent, por otra parte, grita desde su cautiverio que lo dejen morir a él y que la salven a ella, al escuchar las instrucciones del Joker. Mediante este juego, el Joker pretende ejemplificar que la policía y el mismo Batman se mueven por intereses pragmáticos y no por compasión. La articulación de este juego está basada en la teoría del costo de oportunidad y remite directamente a un problema económico famoso, el del perro y los bocadillos. Si un perro se le presentan dos bocadillos a la vez, no tomará ninguno por su afán de tenerlos ambos. Para poder “ganar” y no “perder”, debe elegir una opción. El problema es que esa opción involucrará siempre un “costo de oportunidad”, es decir, la opción que no se eligió y se perdió para siempre. El Joker demuestra mediante este “performance” que, no obstante lo que elija el ser humano siempre perderá, debido a que su ambición lo llevará a pensar en lo que no eligió.
· La metáfora de los barcos. En uno de sus más famosos atentados contra los ciudadanos de Gótica, el Joker decide hacer un experimento social. Coloca dos barcos en el muelle de la ciudad, uno repleto de civiles y otro lleno de criminales. Ambos barcos están conectados a una bomba, que puede sólo ser accionada por un interruptor en el barco homólogo, o bien, por otro interruptor controlado por el Joker. La prueba es: el Joker reta a que un barco se atreva a estallar el otro, con tal de salvar su vida o bien, que los pasajeros de ambos barcos apelen a su bondad y se dejen estallar los dos. Todos los individuos, en los dos barcos, tienen una hora para tomar una decisión. Este dilema del Joker está basado en una famosa paradoja, articulada por el matemático John Nash en el contexto de la teoría general de los juegos. Se trata del “dilema del prisionero”, un juego en el que existen tres escenarios: “ganar-perder” (el barco A estalla al B), “perder-ganar” (el barco B estalla al A) o “perder-perder” (A y B estallan mutuamente). Nash planteaba el dilema de la siguiente forma: “Imaginemos que tenemos a dos prisioneros y que a los dos se les plantea el mismo trato. Si A acusa B, B se condena y A queda libre. Lo mismo si B acusa a A. Si los dos guardan silencio, ambos se condenan y se ejecuta lo que se denomina juego suma-cero o pérdida absoluta.[19]” Al final de que el Joker articula este “juego” Batman salva los barcos y nadie acciona el interruptor. Todos los pasajeros quedan a salvo y demuestran su compasión por el barco contrario, no obstante sean civiles o criminales.
El “acto de habla” favorito: ¿Quieres saber cómo obtuve estas cicatrices?
El Joker mantiene varios “actos de habla” a lo largo de la película de Nolan. Todo el tiempo enuncia frases que remiten a un contexto sádico y hasta grotesco. “Llegó la diversión”, dice cuando irrumpe armado en la fiesta de Dent, por ejemplo. “Necesito un segundo”, dice, cuando un policía lo atrapa y él estaba a punto de asesinar a otro. Cada frase es, en la “re-contextualización” del Joker, que alude a lo simpático/sádico como forma de expresión, un “acto de habla”. Sin embargo, la ironía favorita de este payaso, y por ende, su acto de habla predilecto, es hablar de sus cicatrices y de cómo éstas se originaron, para terminar contando una historia en donde a manera de una “burla general de los dramas”, critica la violencia intrafamiliar y el “patético” sufrimiento humano. Existen dos versiones sobre el origen de las cicatrices del Joker. En la primera, su padre es el agresor y objeto de su odio: “… y él, con su cuchillo en la mano, después de haber matado a mi madre me miró riéndose y mientras me cortaba me decía… ¿por qué, estás tan serio?”. En la segunda versión, él se auto laceró supuestamente con el fin de hacer sufrir a su esposa:
Ven, ven acá (a Rachel Dowes). ¿Quieres saber cómo es que tengo estas cicatrices? ¿Eres la novia de Dent? Eres bonita. Una vez tuve una esposa bonita. Ella lloraba y gritaba todo el día y yo, yo le gritaba a ella. Me decía que yo estaba serio todo el tiempo, que odiaba que estuviera serio todo el tiempo, hasta que un día, antes de matarla, claro, puse este cuchillo en mi boca y abriéndome la cara le dije… ¿así estoy… menos serio?
En las dos versiones ficticias (meta narrativas) sobre sus cicatrices, Joker crea especulación y miedo, fortaleciendo de esta manera, su mito personal. Cuando habla de su padre, en el plano de lo discursivo, desmitifica el discurso social y moral de la “familia” como núcleo de la sana convivencia. Expone una “verdad” desastrosa que sucede en varios hogares: padres que golpean a sus hijos y a su esposa, al punto de llegar a desfigurarlos. En el segundo caso, cuando habla de la terrible relación con su “esposa”, desmitifica otro discurso, el de la cortesanía y el romance. Para el Joker, el matrimonio es un desastre. El marido hace sufrir a la mujer que, impotente, llora desesperada, molestando al marido y generando un nuevo círculo vicioso de violencia. Estas son las “verdades” que ocurren en la sociedad pero que no deben saberse: abusos sexuales, maltrato verbal y psicológico, familias enloquecidas. El Joker expone estas verdades en sus “relatos”, enfrente de víctimas desesperadas y se goza en ello. Halla gozo en saber que es más poderoso que la sociedad, que puede sacar sin tapujos, “sus trapitos al sol”.
V
Consideraciones finales: El Joker como “anti-discurso” o “crítica destructiva”
Cerremos este análisis con una exploración última del discurso del Joker como un “anti-discurso”, como la negación de un discurso hegemónico. Para Greimas y Courtes, todo discurso consta de tres partes, dos actantes y un sujeto-objeto. El sujeto-objeto es aquél receptor que hay que ganarse para legitimar el discurso y los actantes, aquellos articuladores de discursos que quieran convencerlo. Un actante debe ser positivo y otro negativo. Los polos o caracteres (+/-), se asignan dependiendo de la postura que tome el analista, al respecto de los discursos (cuál apoye). Esta postura es de naturaleza dialéctica, ya que establece que un discurso debe vencer a otro, su “anti-discurso”, para legitimarse y prevalecer. Cuando el discurso se legitima y consagra como una forma “general” de pensar y actuar, se convierte en un discurso hegemónico. En el caso particular que hemos venido analizando, el Joker es un “anti-discurso” de lo establecido; es la negación de lo convencional, lo moral, lo religioso, lo político y lo jurídico. Es una especie de “anti-todo”:
Los “anti-discursos” del Joker:
Categoría y discurso hegemónico | “Anti-discurso” |
Religioso: La moral cristiana establece la compasión, la benignidad, el amor al prójimo y el perdón, como medios de salvación del alma humana. | El Joker no es compasivo, se ríe de la tortura, viola los mandamientos cristianos, mantiene rencor contra la sociedad y no está interesado en redimirse, sino en inmolarse mientras destruye a los demás a gran escala. |
Moral: La moral destaca que el comportamiento público debe ser recatado. La conversación debe guardar respeto y ser decorosa. | Para la “moral Joker”, la sociedad es hipócrita, por lo que hay que pisotear sus reglas. El payaso se comporta groseramente, se viste anormalmente y tiende a hablar sobre esos temas –violencia, desintegración- que nadie toca. |
Político: La promesa de la alcaldía y la fiscalía del distrito de Gótica debe ser erradicar el crimen, velar por el bienestar de los ciudadanos y cuidar la propiedad pública. | El personaje destruye la propiedad pública, ridiculiza al fiscal de distrito próximo a alcalde, hace peligrar la seguridad ciudadana y cuestiona la funcionalidad de la democracia. |
Jurídico: Todo individuo tiene derecho a la seguridad, a no ser violentado y a la propiedad privada. | Joker tortura a sus víctimas y las torna temerosas e inseguras. Irrumpe en propiedad privada sin temor. |
I believe in Harvey Dent…
Podemos concluir que, si bien el discurso del Joker es la negación de lo establecido a nivel religioso, moral, político y jurídico, el de Harvey Dent durante su campaña política, es precisamente la legitimación de todo lo antes mencionado. Dent planea llevar justicia social a la ciudadanía de Gótica, encerrar a los criminales, terminar con la corrupción en el gobierno local y erradicar el narcotráfico. Joker se horroriza de la sola idea de que Dent gane el apoyo popular, porque puede hacer creer a las mayorías que “es posible” una ciudad mejor, que hay esperanza. El discurso del Joker, si Dent gana los comicios electorales y después, la mente de los pobladores de Gótica, se invalida automáticamente. Por ende, es necesario que el Joker “desarticule” el discurso de Dent antes de que éste se convierta en el discurso hegemónico de la ciudad. Para intentar invalidarlo, es inútil lanzarse como candidato o utilizar a los medios de comunicación. El Joker debe acudir al mismo Dent para convencerlo de que su discurso no tiene sentido, de que la sociedad no es lo que él piensa. Al final, lo logra, convirtiendo a Dent en un nuevo villano: “Harvey Dos Caras”, como ya hemos establecido anteriormente.
Batman, curiosamente, carece de un discurso propio en el juego dialéctico Joker contra Dent. No articula mayor discurso ni función que el apoyo al propio Dent en la oposición y combate al Joker. Por ende, la función de Batman en esta pugna discursiva es meramente incidental. Batman es únicamente “una estrategia más” para legitimar el discurso de Dent junto con su campaña política y palabras –“Vamos a sacar el crimen de Ciudad Gótica”-. Como dice Bruce Wayne, “alter ego” de Batman: “¿quién nombró a Batman?, ¿recibe algún cheque del gobierno? Batman sólo existe porque las autoridades no han hecho su trabajo. El día que la policía se refuerce, estoy seguro de que Batman desaparecerá”.
El payasito de la tele que todos llevamos dentro
Existe una especie de “culto” al Joker, incluso fuera de su natal Estados Unidos. La mayoría de sus seguidores hasta ha llegado a catalogarlo como el villano más cotizado de la serie Batman, o con atrevimiento, como el mejor villano de cómics de todos los tiempos[20]. ¿Qué hace al Joker tan famoso? Según El Circo del Joker, un sitio de fanáticos en Internet, su magnetismo es resultado de su genial personalidad, “trucos” para torturar, planes macabros e inigualable aspecto físico, pero sobretodo, de su discurso personal, que consta de un permanente atropello a “lo convencional” o a “lo establecido”[21]. Si se pudiera, según este portal, definir el pensamiento del Joker en una frase, ésta sería:
¡Oh sí, llenemos todas las iglesias con pensamientos impuros! ¡Introduzcamos la honestidad y la rectitud a la Casa Blanca! ¡Escribamos muchas cartas en lenguas muertas, igual y así hay muertos que las entiendan! ¡Vamos a enseñar groserías como primeras palabras de los kínder! ¡Abrir los manicomios, quemar las tarjetas de crédito y usar tacones siendo varones! ¡Y sobretodo, llevemos la locura, la locura a las calles, estafando y matando por divertirnos…violemos, pero no por nosotros sino por ellas! Jajajá[22]
Fuerte, desfachatado, sucio y para algunos valiente. Este fragmento fue tomado de Arkham Asylum (1992) y pretende reflejar el pensamiento del Joker contemporáneo. Obviamente, estas palabras no articulaban la filosofía del “primer Joker”, que creado hacia finales de los años cuarenta, parece ser hoy una pieza de humor involuntario y ridiculez, más que de maldad. Aún así, no debemos subestimar a las primeras versiones del Joker, por acartonadas y caricaturescas que hoy nos parezcan, ya que desde su gestación, el personaje conserva su discurso de atropello contra las formas canónicas de vida y pensamiento. Uno de los primeros cintillos descriptivos del personaje, por ejemplo, en The Joker (1947) señala al villano como “an extremely nervous and smiley markable man with a markable style” (un hombre extraordinario con un estilo extraordinario), y en un diálogo del propio personaje de 1952, se autodefine como “un hombre simple que pasó por una metamorfosis que lo hizo terriblemente insensible”. Por ende, podemos establecer que a pesar de que el discurso del Joker se ha modificado con los años para que sus adeptos no pierdan su gusto por el personaje, sus base permanecen intactas: acabar con la moral, con el orden, con el “american way of life”…acabar con todo. El Joker es un destructor. No tiene una propuesta social ni un “móvil” que lo lleve a asesinar, a estallar trenes o a envenenar ductos públicos. Carece de una “mejor opción de modelo social” y a diferencia de Osama Bin Laden, del grupo palestino Hamas, o de cualquier terrorista que veamos hoy en los noticieros, no persigue causas ni tiene demandas para el gobierno. Digámoslo así: él sólo quiere divertirse. Su único “motivo” para destruir es su sentido crítico de la sociedad. Desea establecer que los modelos en los que le ha tocado vivir no sirven; ni para él, ni para nadie. Pretende mostrar los discursos sociales como una tremenda basura, destacando ante todo, la hipocresía de los mismos. Para Joker, la religión, la moral, la educación o el patriotismo son meras máscaras. Banderas que ocultan los “verdaderos motivos” de gobiernos corruptos y chantajistas o de instituciones disfuncionales. Pero ni siquiera le importa usar sus ataques masivos y fechorías como un grito de auxilio. No quiere que nada cambie, pues tiene poca a nula esperanza en que “algo”, a nivel ideológico o material, llegue a cambiar. A él le basta con destruir. Es ésta, su forma de venganza. Pero, ¿venganza de qué?, ¿qué tiene la sociedad de Gótica que pone al payaso tan furioso? La respuesta no es difícil. Basta con hurgar un poco en nosotros mismos. El payaso le molesta lo que a cualquiera parece enojarnos. Así como a veces no soportamos el tráfico, las campañas de gobierno o la falsedad de los romances de Hollywood, el Joker tampoco soporta lo plástico e hiriente de los discursos sociales. Pequeña diferencia: nosotros no salimos de control, el Joker sí.
Podríamos decir que el Joker es un terrorista. Sí. Que es inhumano, cruel, lascivo con sus víctimas femeninas, e indeseable. Sí. Que se antepone ante todo lo que debería ser “bueno” y “convencional”. Sí. Que lo odiamos. No, tal vez no. Porque el Joker representa un quejido presente en toda la sociedad postmoderna. Digamos que es aquél que, aún a través de un cómic o una película, hace lo que no nos atrevemos a hacer. Es una especie de antihéroe más que un villano. Es un “redentor” social, muy a su manera. ¿Siempre fue visto así? No. ¿Fue creado con la intención de ser “la conciencia social”? No, probablemente no. El metadiscurso del Joker, entendido como “el discurso de aquellos que crearon al Joker”, no siempre ha sido el mismo, y tiene un punto de inflexión preponderante a partir de los años noventa. En los cincuenta, cuando fue concebido, Joker era aún un villano y resultaba repudiable. Su carácter de “elogiable” o “fascinante” es algo más reciente. Más postmoderno.
El Joker de Christopher Nolan es la voz de la frustración en la postmodernidad, es el epítome de los “anormales” del mundo actual. En su figura se concentran todos aquellos neuróticos que se resisten de ser psicópatas, todos los que odian su entorno y sus discursos y todos aquellos que, sabiendo que todo está inventado, gustan más de destruir que de proponer. Esa es el alma del Joker y de ahí proviene su impacto a nivel social. Como el loco postmoderno arquetípico, el Joker no es un revolucionario, pero poco le importa no serlo. Es un crítico, un genio destructivo, un inestable y un científico social. ¿No es acaso suficiente con eso?, ¿para qué armar una revolución que, de antemano, está pérdida en contra del recalcitrante sistema?
Lo más curioso y sin embargo lamentable de este discurso del Joker que emula en pocas palabras, “la causa está perdida”, es que se ha convertido en una especie de bandera para las generaciones postmodernas. Los jóvenes critican, destruyen, son iracundos, pero no proponen. Lejos de querer articular un cambio, desean quedarse en el plano de la desmitificación y del quejido, de la crítica destructiva. Pero es entonces cuando surge la pregunta: ¿cómo volver al discurso del progreso, de los sueños, de la modernidad, cuando todo parece estar perdido? Porque, nos guste o no, el Joker no anda tan errado. Nos ha tocado vivir en un mundo en el que las instituciones se ilegitiman cada vez más, en donde la moral y la religión no son suficientes para mantener a las familias unidas, y en donde existen tantos discursos, debido al bombardeo permanente de los medios masivos de comunicación, que no sabemos ni en qué creer. Por otra parte, el incremento de la violencia, de la corrupción política y de la indiferencia social, está a la orden del día. Las “grandes verdades”, terribles e indignantes, no pueden decirse en voz alta. La postmodernidad nos está quitando todo. Absolutamente todo. Menos la razón.
[1] En los cómics de Batman, Arkham es una prisión de máxima seguridad que es al mismo tiempo, un hospital psiquiátrico.
[2] En el entorno postmoderno en el que vivimos, es difícil que los jóvenes fanáticos le llamen “Guasón” o “Comodín” al “Joker”. El nombre en inglés se ha instituido como una designación única, usada constantemente en marquesinas, camisetas, artículos promocionales y revistas. Por esta razón, durante el presente trabajo optamos por denominar como /Joker/ al personaje a analizar.
[3] Para un amplísimo análisis del nacimiento del cómic y de su situación hasta 1945, conviene leer a Brian Walker: The comics before 1945.
[4] Para no ahondar demasiado en este tema de los arquetipos en el cómic, simplemente nos basta recomendar un muy buen libro: The language of comics, de 1969, de Mario Scenari. Los análisis de Scenari están altamente influenciados por el pensamiento de Frankfurt de los sesenta (la teoría crítica), por lo que es un deleite leer sus tesis marxistas sobre cómics. Para también analizar a los “arquetipos”, nos divertimos mucho revisando un catálogo de “la mujer en el cómic”, DC Comic´s covergirls, de Simon Louise, 2007.
[5] No ahondaremos en un análisis de la figura de Batman como se quisiera, pero sí podemos recomendar el análisis que hace del personaje Craig Shutt en Baby Boomers comics: the wild, wacky and wonderful world of the comics of 1960s, del 2003.
[6] The Batman Complete history, de 1999.
[7] Ibíd., p. 95.
[8] Para un análisis de cada personaje de Batman a fondo, su evolución histórica y los cómics en que ha aparecido, debe checarse The DC Comic Encyclopedia: The Ultimate guide to the heroes and villains of the DC Universe, en su última edición, en 2006.
[9] Estos puntos se estipulan en Foucault, Los anormales, 1976. Capítulo 5: Clase del 5 de febrero de 1975, “Sobre el paso del anormal al ogro y del ogro al monstruo”, p. 103.
[10] El Joker no es el inventor de esta noción de la urbe como fuente de la maldad. Ya desde acepciones bíblicas, el entorno urbano –Egipto, Ur, Betsaída-, era visto como la fuente de la maldad, y el campo como la pureza y la bondad (como en Los trabajos y los días, de Hesíodo). Joker no se introduce demasiado a este punto. Es más un crítico de la naturaleza humana ambivalente y de los procesos sociales que de la “ciudad” como epítome de la corrupción masiva. Sin embargo, para quien se interese en este punto se le recomienda revisar el artículo “La primera ciudad”, de Pablo Aníbal Mendoza en: http://pabloanibal.blogspot.com/2005/11/la-primera-ciudad.html
[11] Erasmo, 32-34.
[12] Ibíd., p. 36.
[13] P. 16.
[14] Esta es la definición que otorga Foucault en su Orden del discurso, de 1952 y reeditado en 1999.
[15] El “acto de habla” se define en un ensayo de Lupicinio Iñiguez (Manual de Análisis del discurso) como “aquella expresión lingüística que debe ser enunciada explícitamente para que una realidad determinada pueda conformarse. Por ejemplo, la expresión sí quiero debe ser pronunciada en determinados rituales para que el matrimonio quede establecido.” (p. 247). Iñiguez retoma la definición original de “acto del lenguaje” (es decir, “acto de habla”) de J.L. Austin.
[16] Ver La condición postmoderna, de 1979.
[17] Los autores sugerimos que se muestre este análisis a una comunidad de expertos en semiótica y análisis crítico del discurso, para que se retome el tema de “Las implicaciones del discurso del Joker en Batman: el caballero de la noche a nivel social, político y mediático”. Consideramos que sería un gran tema para indagar y analizar, sobretodo ante la “narrativa” y “mito” que se han creado del Joker fuera de la película. Por ejemplo, la muerte repentina de Heath Ledger después de interpretar al Joker ha llevado a que se genere una completa “meta-narrativa” de la filmación de la película, en donde Ledger-actor se consagra como un “segundo mito” que fue enloquecido por el mito-Joker en una noche de demencia que lo condujo al suicidio.
[18] En este diálogo en la versión en inglés Joker dice “no hard feelings”. “Hard” es duro. La frase es una metáfora sobre cómo debe de perderse la dureza, tal vez como camino para ser indolente o indiferente.
[19] Esta paradoja está más ampliamente ilustrada en Dougherty, Platgarff, Teorías en pugna en relaciones internacionales.
[21] Op. Cit. Con exactitud, la página de Internet dice: “we enjoy the Joker because he is erratic, insane and a true genius. He is always again those things your parents taught you during childhood.”
[22] Ibíd.
Wooow. Lo acabo de leer, después de de seis años de que fuera escrito, y está realmente bueno.
ResponderEliminarExcelente. Un perfil psicológico muy completo. A pesar de haberlo leído años después de su publicación, me doy cuenta de que es muy acertado.
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