I saw the best minds of my generation destroyed by madness, starving hysterical naked,
dragging themselves to the negro streets at dawn, looking for an angry fix,
angelheaded hipsters burning for the ancient heavenly connection to the starry dynamo in the machinery of night.
-Alan Ginsberg. Howl.
Anotaciones de Eloy Caloca (“somos lobohombres…”)
Camino por las calles en el alba de la medianoche. Las luces pálidas languidecen aún más, y con cierta levedad, la ciudad comienza a apagarse. Paso por el mercado y descubro, que sin el día, que sin los hombres, éste no es más que un templete sombrío, una larga plazuela sin gritos; un areópago desnudo en donde sólo transitamos los lobos: el que aspira un poco de thinner en aquella esquina, la mujer que vende su cavidad y fuma, en esta otra, o la pareja de estudiantes maltrechos que se penetra, se lame y se desgarra en jadeos, hacia el final de la cuadra. Los expendios han cerrado. Tal vez por temor, por el miedo que ha traído la noche, o puede que sea porque los hombres no salen de noche. La noche le pertenece a los lobos. Las cortinas metálicas cierran los negocios con todo y hombres adentro. Porque los hombres que salen a medianoche, como yo, corremos el peligro de transformarnos en lobos.
Continúo caminando, entre pordioseros y angustias, y me topo con un pequeño letrero de madera. Tiene unas grandes letras negras, como mal pintadas rápidamente: “Hoy. Teatro del absurdo”. Bajo esta premisa, hay un papel, un panfleto con un párrafo. Algo que me sorprendió y aquí, he de transcribir:
Un hombre capaz de comprender a Buda, un hombre que tiene noción de los cielos y la naturaleza humana, no debería de vivir en un mundo el que domina el common sense, la democracia y la educación burguesa; sólo por cobardía se sigue viviendo en él y cuando sus dimensiones lo oprimen, entonces se lo apunta a la cuenta del ´lobo´ y no quiere enterarse de que a veces el lobo es su mejor parte. A todo lo fiero dentro de sí lo llama lobo y lo tiene por malo, por peligroso , pero él , que cree sin embargo ser un artista y tener sentidos delicados , no es capaz de ver que fuera del lobo, detrás del lobo viven muchas cosas en su interior , que no es lobo todo lo que muerde, que allí habitan además zorro, dragón , tigre, mono y ave del paraíso, y que todo este mundo, este complejo edén de miles de seres , terribles y lindos, grandes y pequeños, fuertes y delicados , es ahogado y apresado por el mito del lobo, lo mismo que él es ahogado y preso por la apariencia del hombre dado a sus comodidades, a la vida fácil .
Resulta curioso que ahora que justo estaba llamando a los hombres y a los lobos por su nombre, me topara con este párrafo. Recordé que se trataba de una cita de Herman Hesse, tomada de su inolvidable (El) lobo estepario (1924). No pude contener mi admiración y me pregunté si estaba de acuerdo o no con este planteamiento. “Definitivamente concuerdo –me respondí- pero tal vez la dualidad no sea tan clara en estos tiempos postmodernos”. Y comencé a elucubrar algo como, no sé, como una especie de ensayo en mi mente. Una justificación de que en la postmodernidad, el hombre se ha convertido tan sólo en un mito. En la modernidad el hombre lo era todo, todos soñábamos con ser hombres. Pero ya no, ahora, en la postmodernidad, el hombre no es más que una piel mal ajustada para el lobo, algo que le queda chico, que ya no le va. Y estamos como sociedad, en un punto extraño en el que, no somos hombres ni lobos, sino un híbrido. Somos ambivalentes, esclavos de nuestra propia incongruencia. Ni lobos ni hombres, más bien una mezcla. Se murió la religión, la búsqueda del bienestar y hasta podría colapsar el capitalismo…en pocas palabras, se nos murió el hombre. Y, ¿qué nos queda?, ¿el lobo acaso? No. El lobo no. No puede quedarnos el lobo porque es malo, porque la sociedad lo ha reprimido, y el siguiente paso para el hombre, por ende, no ha de ser el lobo, sino un vestigio de hombre poco funcional, anómalo, que apenas logre ocultar un lobo que luche por triunfar. Somos lobohombres. En la entrada del nuevo milenio, en definitiva, somos lobohombres.
De forma satírica, se me ocurrió una frase: “un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para el lobo.” El hombre retrocedió y el lobo ocupó ciertos aspectos ineludibles de la vida del hombre. Por eso todos somos neuróticos, enojones, distraídos o vivimos bajo el estrés. Seguimos persiguiendo un ideal de hombres, pero utilizando métodos de los lobos. Y curiosamente, lo hacemos de forma inconsciente, sin siquiera percatarnos de en qué momento dejamos de ser hombres para pasar a ser lobos, o viceversa. Si se quiere entender al lobohombre postmoderno, en toda su complejidad, se debe: a) pretender definirlo, b) explorar el “mito moderno del hombre” y ahondar en el “mito postmoderno del lobohombre”, y finalmente, d) analizar la cita de Hesse para contrastarla con los criterios logrados. Consciente de que debería pensar en eso, seguí adelante.
Anotaciones de Eloy Caloca. Segunda Parte (Hacia una definición del lobohombre postmoderno)
Tras leer la cita de Hesse me puse a pensar mientras caminaba, dejando atrás el panfleto y el letrero: yo, ¿qué soy? No soy más que un lobezno que ha salido de una fiesta y que, transeúnte entre el mercado y la avenida principal, se dirige a su casa sin terminar aún de entender lo que fue la fiesta en sí, lo que es una fiesta, en sí. La fiesta es…una tertulia de pseudolobos que reían, que gesticulaban maldiciones frente a un ventanal agradable, que fumaban (y vaya que fumaban), y que se difuminaban bailoteando y riendo, riendo y riendo, justo para odiarse al segundo siguiente. Y es que, a pesar de ser mis queridos amigos, el capitán dueño del departamento que organiza los martes de fiesta, la adorable alivianada que siempre ha de terminar en delirium etilicus, la pequeña de voz estridente, el pálido flaco de pretensión comunista o aún la mujer que amo, que es menuda como un soplo y tiene pelo azabache, no puedo desligarme de criticarlos, de acabarlos con mis comentarios mordaces. No sé, tal vez se deba a que mi naturaleza de lobo a veces se apodere de mí, y salga a través de mi boca, y la transubstancie en un hocico que aúlla inconformidad, que emite maldición. No sé, dicen que de la abundancia del corazón habla la boca . Y tal vez la boca, o el modo de hablar, o la mirada, o la sonrisa sean, en cierta medida, más que un reflejo del “corazón” o del “alma”, aquel filtro a través del que se cuelan nuestras naturalezas, las verdaderas naturalezas y no los constructos sociales. La naturaleza de hombre, con su apacible compasión y con su búsqueda por una vida “ordenada” en sociedad, y la naturaleza de lobo, que se plantea estallar y vivir, que nos enseña a seguir el instinto y a descubrir el germen de la alegría, que tal vez ni siquiera es real, que puede ser una mera ilusión, más placer que alegría, más transitoria que duradera.
Porque sí, tenemos dos naturalezas, y no sólo dos sino muchas, muchas más. Somos lobos, hombres, simios y tigres, aves del paraíso, como enuncia la cita de Hesse antes mencionada…somos un complejo inentendible, algo que asustaría de poder verse de forma objetiva. Una especie de fractal que, entre más de cerca se mira, parece bifurcarse en nuevas naturalezas, en nuevas estructuras desconocidas hasta por nosotros mismos. De manera que el ser humano jamás termina de edificarse, de ser, de conocerse. Siempre habrá una parte indescriptible, inasible, que cuando apenas conocemos, se desintegra para que de sus partículas, del polvo que de ella se dilata, se formen miles de nuevas naturalezas. Identidades que edifican un chantaje para el hombre: “jamás lograrás llegar a conocernos, jamás lograrás conocerte” (parece que dijeran cuando estallan). Y esto me desespera, me atormenta, porque sé que no obstante estudie, reflexione, intente preguntar a los demás “qué soy”, “de qué estoy hecho”, nunca podré llegar a definirme integralmente. Voy a tientas en el camino de mi propio interior al no saber cuántos soy ni de qué tipo, pero de menos, una cosa sí sé, y es que no obstante cuántos haya, así sean cientos o miles, hay dos que reinan en toda esta civilización de “yos”: el lobo y el hombre.
Ya no debo preocuparme por ese ubi sunt , debo dejar de atormentarme. Cada que piense qué soy, debo responderme: “soy hombre y lobo”. No se es más. No se puede ser más. O se sigue por el camino de los hombres y se entra en la dinámica funcional, ordenada y moral, o bien, uno se convierte en estos seres callejeros, solitarios, que con el cabello descuidado y los pies cuarteados, sonríen levemente a manera de autoconmiseración cada que pueden, cada que alguien les lanza una moneda, cada que alguien le otorga el “sí” a sus propuestas de sexo cobrado; cada que la vida de lobo les susurra que no es tan mala, que tiene sus pequeñas recompensas. Se es lobo y se es hombre. Así me enseñaron. Así fui criado. Cuando era niño, mi padre me decía que le pedía a Dios porque en el futuro “me convirtiera en un hombre de bien”. Mi madre me ve cuando llego a casa por las noches y me sirve la cena -y a ratos llora, llora tan hermosa como es-, y me dice bajito, en un tono casi imperceptible: “Eloy, cómo has cambiado, eras un chiquito y ya estás hecho todo un hombre”. Mi familia me quiere “hombre”, eso está claro. Si deseo ser un poco lobo y andar entre la manada dispersa, me es necesario salir a caminar entre la oscuridad y ver los anuncios de los locales que cierran. Me dijeron que no podía ser lobo y hombre a la vez. Me enseñaron que los hombres están en ciudades de hombres, con sus edificios de cristal, sus casas acomodadas, sus automóviles cómodos, sus computadoras personales y sus esposas ideales. Eso me enseñaban: que iría a la escuela para ser hombre, que me juntaría con los hombres, que llegaría a ser como mi padre, que sin duda, presumía de ser hombre. Pero hallé, conforme fui creciendo, ciertas “fallas”. Pequeñas grietas en el sistema de los hombres, y fascinación por los lobos.
Cuando mi padre golpeaba la pared y a ratos, la dulce cara de mi madre, yo lo veía más lobo que nunca. Tendría yo como once años y ya era en ese entonces, todo un hombrecito. Usaba tirantes y camisas entalladas, zapatitos ortopédicos y una mirada desangelada. Estaba lleno de mí, sitiado en mi epidermis , víctima de mi propia hombría. Y mi padre gritaba y mi madre lloraba. Y yo ahora me pregunto:¿eran tan “hombres” como se decían ser? Y pienso que no, que a lo mejor eran lobos que se disfrazaban de hombres. “Lobohombres”, en todo caso. Podían ser hombres (mi madre, una mujer de “naturaleza hombre”, claro está) en su trabajo y ante los demás, pero no ante mí, porque yo presenciaba lo lobos que podían llegar a ser. Por tanto, no existen hombres puros, sino hombres-lobo. Pero como la naturaleza de lobo es inmitigable y termina exteriorizándose, prefiero llamar a los individuos, “lobos-hombres” o “lobohombres”, para que se escuche más simpático. “Todos somos lobohombres”, y así como mis padres eran hombres que no podían dejar de ser lobos, esos lobos que me he encontrado en la calle esta noche, deben tener algo de hombres, seguramente. La prostituta no es loba, sino un lobo-mujer con sentimientos, preocupaciones e ira, que debe trabajar para mantenerse. No hace lo que hace por su deseo, sino para comprar un par de zapatos, o de menos tener monedas para el peaje. No puede desligarse de la mecánica capitalista, que es, al fin y al cabo, una mecánica de hombres. Sigue las reglas de los hombres: ganar dinero, comprar y subsistir. Pero lo hace utilizando los medios del lobo: otorgar su sexo al desconocido. El pordiosero le pasa lo mismo. No puede ser lobo estepario por completo porque al final, busca una moneda, que es un invento de hombres para comprar y vender en un mundo de hombres.
Cabe destacar que, si a mis amigos les he denominado “pseudolobos” es porque, a diferencia de estos lobos callejeros (que como hemos destacado, son más bien lobohombres), ellos no viven como lobos. No les toca el frío en la noche ni los peligros de la calle oscura. No viven en una acera ni son golpeados por la pobreza. No. Mis amigos son hombrecillos –u hombrecillos en formación, porque estamos estudiando una carrera universitaria para volvernos hombres- que gustan de jugar al lobo por un rato. Son un poco “hippies” porque sostienen ideales de paz mundial y apoyo a los necesitados, pero en el fondo, tienen todas sus necesidades económicas y hasta afectivas, cubiertas por una familia. Son más hombres que lobos, pero coquetean con la vida de un lobo: se emborrachan, asisten a fiestas, practican el sexo libre. Pero al final, ¿qué?, ni lobos ni hombres. Temerían vivir como viven los lobos callejeros y les asquea paralelamente su vida de hombre, porque es una vida burguesa. Por ende, estudian como los hombres y hablan ante sus padres, como los hombres, pero “entre amigos”, se esfuerzan por ser lo más lobos que pueden. Son incongruentes.
Pero, ¿por qué no entregarse por completo a la vida de lobo?, ¿a qué le teme el lobo que ineludiblemente, termina siendo “un poco hombre”? Nos agrade o no, vivimos en una sociedad de hombres y no de lobos. Desde un sentido maniqueísta, el hombre representa el bien y el lobo, el mal. No se puede pensar en ser lobo porque sencillamente, no se podría mantener una vida en sociedad siendo un lobo. Si se quiere ser lobo, se sufrirían terribles consecuencias. El lobo es reprimido, es aislado, es el paria de la sociedad postmoderna. Me recuerda a Foucault (1986), que dice en su célebre Vigilar y Castigar que la cárcel y los manicomios son un invento de la sociedad para reprimir a los peligrosos, a aquellos que atentan contra el orden de los sistemas dominantes. Foucault era profesor en el Colegio de Francia, y ahí, de 1971 a 1976, impartió una cátedra de criminología a la que le denominó “Estudio de la anormalidad.” En los anales que emanaron de esas clases (Les anormales, 1977), el sociólogo establecía que: “el loco es el que guarda una gran verdad, una verdad que a la sociedad no le gusta; por lo tanto, lo reprime” (p. 33). ¿Por qué la verdad de los locos no le agrada a la sociedad? Porque es la única culpable de que los mismos locos la hayan formado. Según Foucault, el loco que “química” o “biológicamente” no lo es, es aquél que ha pasado por un serio traumatismo que lo hace cambiar su vida; entrar en un estado de pánico, violencia o en resumidas cuentas, “anormalidad”. El lobo es una especie de loco. Es aquello que la sociedad no desea que sea visto en público, porque materializa las peores verdades de ella misma. La prostituta, el pordiosero o el criminal son lobos anormales que no lo serían, de no ser porque la sociedad les brinda, “muy por debajo del agua”, la oportunidad de serlo. Hay armas, alcohol y moteles, por ende, hay puertas para que los hombres se vuelvan lobos. Entonces, ¿por qué al discurso social le duele tanto ver cómo sus mejores adeptos lo niegan para entregarse a la “lobacidad” ? El discurso de los hombres, del capitalismo, del negocio, del progreso, no funciona. Les permite a los hombres ser, tan hombres como lobos, y tarde o temprano, los individuos elegirán el camino del lobo. Por ende, a manera de “lavar su consciencia”, para “reparar sus daños”, la sociedad debe castigar a los lobos. Los persigue, caza y en última instancia, mitiga.
En la postmodernidad, el discurso hegemónico de la sociedad sabe que no nos queda mucho de hombres. El entorno social ha permitido, en cierta medida, el erguimiento de lo “lóbrego”: los medios de comunicación venden sexo y violencia, se promueve la libertad y la autodeterminación por encima de “la moral”…se venden las bondades de ser lobo por unos instantes. Por tanto, el “ideal de ser hombre” está en decadencia. Nos estamos conformando a ser un remedo de lobo y de hombre, y a sacar lo mejor de esto. Para ello, debemos concebirnos como un ser complejo de “múltiples naturalezas”, incapaz de conocerse, y no como un ente dual. Como diría Hesse en la novela que hoy nos lleva a la reflexión: “Si enjuiciamos desde un punto de vista tradicional al lobo estepario, elucidaremos porqué sufre tanto bajo su ridícula dualidad. Tiene la creencia, como Fausto, de que dos almas son bastantes para un solo pecho y que habrán de destrozarlo. Sin embargo, son demasiado poco” (p. 42). ¿Qué están haciendo los grandes teóricos de las ciencias sociales en la postmodernidad?, ¿qué hacen Edgar Morin, Jürgen Habermas, Easton, Horkheimer, Adorno, Derrida, Ricoeur y hasta Lacan en un inicio? Conciben al hombre como un “sistema”, cuyos subsistemas complejos se dividen eternamente. La naturaleza humana ya dejó de ser dual, por lo que el lobo no está tan equivocado, porque no es “enteramente lobo”, sino un lobo multifacético con matices de hombre, y lo mismo, pasa con el hombre.
Feliz de articular estos argumentos, sigo caminando. Paso por bocacalles, anuncios y un billar a punto de cerrar. Son escasos los automóviles que pasan. Entonces, encuentro un pequeño cuaderno, posado honrosamente sobre un bote de basura en medio de la calle. Cuando lo abro y comienzo a leer, grande será mi sorpresa…
Tractat del lobohombre postmoderno: la muerte del hombre moderno. Sólo para locos.
Eloy Caloca, joven universitario y turbado, es un anormal. Sí, como lo oyen, es un anormal, una especie de loco. Pero no es un loco dañino, es sólo, una especie de “loco divertido”. Un pseudointelectual que no parece hacerle daño a nadie, o no todavía. Mientras no escriba, todo está bien. Una vez escribió, por ejemplo, un cuento sobre cómo su padre violaba a su madre (claro que el personaje central no era Eloy, sino más bien, un protagonista sin nombre). Cuando metió el cuento a un concurso y se planteaba ir a recibirlo, sus padres no se lo autorizaron. “Eres una vergüenza para la familia”, le decían. Eloy estaba triste. Había escrito un cuento muy lobo, algo completamente mordaz. Una verdad social: la violencia intrafamiliar y sexual. ¿Por qué no podía ir a recoger a su premio? Porque escribir con palabras soeces y sobre anécdotas trágicos no era: a) propio de hombres, b) propio de la familia de Eloy, de altas concepciones morales, ni c) propio de un cristiano, que debe someterse a hablar de la beatitud y de las bondades de la vida, no palabra de incestos ni cosas tan en sumo desagradables. Debes recordar, Eloy, que de la abundancia del corazón, habla la boca.
Eloy no es un lobo, es más bien, un burguesito que se cree el “Ché Guevara”. Sueña con irse a la cierra acompañado de sus amigos, Titi, Ruso, Daniel, Emilio, “Gallo”, Suri, Feregrino…sueña con cambiar el mundo igual que ellos. Se reúne a charlar y leer para cambiar el mundo. Pero la verdad es que es un incongruente, en términos netos, de lobo tiene muy poco y de hombre, mucho. ¿Por qué Eloy Caloca estudia una carrera universitaria?, ¿por qué no se va a la Sierra Gorda queretana en búsqueda de la liberación de las comunidades indígenas? Porque sigue siendo demasiado hombre. Se reprime por su crianza formal, sigue teniendo altos estándares morales, e incluso, en sus mismos ideales socialistoides, conserva la hombría, porque toda noción de “bienestar, equidad y progreso”, no es de lobos egoístas, sino de hombres positivistas. Por ende, Eloy es un pseudolobo burgués; un lobohombre del nuevo milenio. Alguien que maneja, según su conveniencia y para su egoísta placer, sus dos naturalezas: “el hombre tendría la facultad de entregarse totalmente a lo espiritual, al intento de aproximación a lo divino, al ideal de los santos. Pero por el contrario, se entrega a los placeres sexuales, a vivir por el momento” (Hesse, p. 35). Ya no hay lobos plenamente lobos. Y si los hay, están en cárceles, manicomios o muertos. ¿Qué es ser un lobo? Se podría postular que:
a) El lobo es peligroso. Hay distintos grados de anormalidad. Mientras el lobo no llegue a la monstruosidad, no es propiamente un lobo, sino un “individuo anormal” (un pseudolobo, como Eloy) que bien puede cooptarse a la sociedad a través de la “normalización” (volverse un poco más hombre), o ser ignorado por los normales. Al ser cooptado, se vuelve un lobohombre.
b) Todo lobo es aquél que lo ha perdido todo, menos la razón. En su discurso, el lobo es coherente, lógico y cabal. Tiende a pensar que fuera de lo que él siente, ve, vive y afronta –sea producto de su imaginación o no, eso es aparte-, hay incoherencia, porque él es coherente dentro de sí. Por ende, desprecia a los hombres que le dicen “loco”, “anormal” o que lo “desprecian”. Pero puede concluirse que el lobo es un ser racional.
c) Hay tres grados de anormalidad (“lobacidad”): el incorrecto, el masturbador y el criminal. El primero, es aquel extraño ante los ojos de los normales pero que no es dañino (el pseudolobo o lobohombre), el segundo, aquél que guarda pensamientos de atentado social o en contra del discurso establecido, pero que los reprime, siendo aparentemente normal (el lobo neurótico), y el tercero, el que piensa en contra de la sociedad y atenta contra su seguridad (el lobo psicótico).
¿Por qué el hombre es moderno y el lobohombre, postmoderno? El hombre representa el “discurso de la modernidad”, el ideal máximo del pensamiento positivista. Desde Comte, Bentham, Mill y Smith en el siglo XIX y hasta los grupos protestantes del siglo pasado, el hombre debe ser hombre. La humanidad debe reprimir todo egoísmo y hasta expresión. La sociedad perfecta vive en la uniformidad, en un estricto sentido del orden. La arquitectura moderna alude a la perfección, a este orden, a una vida social en donde, individuo, espacios y familia, sean dominados por este orden. El discurso político de la modernidad, por ende, obedece a las necesidades de la sociedad ordenada. La más grande pugna ideológica en el ámbito político, el capitalismo contra el socialismo, se elabora a partir de dos sentidos del orden diferentes: en uno, el hombre autodeterminado se ordena por “selección natural” en una evolución darwinista de las civilizaciones, en otro, el colectivo requiere un Estado benefactor y dictatorial que “ordena” a las masas. Ambos, son discursos positivistas de la modernidad; plantean la sociedad perfecta, y el progreso, a través de la ejecución de acciones colectivas. El hombre es material, mientras el lobo, es “inasible”, se encuentra en el plano de las ideas. Por ende, la modernidad es la era del materialismo. El individuo inventa y progreso tecnológicamente en el afán de demostrar su hombría. En la postmodernidad, estos ideales han terminado. Nos hemos vuelto fríos y mezclamos la “nostalgia por el futuro” (un empecinamiento de que la modernidad y el progreso técnico y material, funcionan), con la fascinación por los locos y por el caos: hacemos playeras con el rostro de Manson, alardeamos al “Joker” de “Batman: el caballero de la noche” y producimos series televisivas llenas de asesinatos y locos. Somos incongruentes. Sacamos a cuentagotas, lo lobo de cada uno. Nos emborrachamos y drogamos, copulamos, pero, con moderación. “Saca tu lobo, pero hasta cierto punto”. Y así es Eloy. Todo un joven postmoderno: un auténtico lobohombre. Estudia como hombre, hace tareas de hombre y buscará un trabajo de hombre. Es bastante probable que se busque una familia de hombre. Aún así, no dudará en guardar su lobacidad para de vez en cuando.
Teatro del absurdo (o descubrimiento pleno de la lobohombría y consideraciones finales). Sólo para locos.
Sorprendido, agitado, completamente loco. Grito, corro, estoy por quitarme la camisa del calor que me consume. Debo volver al Teatro del absurdo, a ese letrero que dejé atrás, a la altura del mercado. Debo volver a verlo porque sé que ahí encontraré mi “lobacidad”, dejaré de ser “lobohombre” por siempre. Sé que ahí moriré, pero no me importa, me planteo encontrar las puertas llenas de mujeres hermosas, al ajedrecista, al músico, al ídolo. Sé que encontraré a Hesse, sentado con un cigarro y sonriendo. Me invitará opio, me dirá que soy muy guapo, que tal vez su lobo quiere besarme, le diré que mi hombre no dejará que lo haga. Ambos reiremos, y llevaré a la chica conmigo, a la chica que amo, nos moriremos juntos siendo lobos. Seremos lobos por la eternidad. Sí, la llevo en mi mente, y por ende, me la llevo conmigo. Pero a la par que corro, que me alegro, que no me contengo, emito mis conclusiones, aquellas cosas que le diré a Hesse cuando lo encuentre sobre el “lobohombre postmoderno”.
Le diré: “Sí, Hesse, tu frase me gusta, pero más en la primera parte que en la segunda. Coincido con que poseemos una naturaleza inmensa e inasible, formada de tantas naturalezas que nos es imposible contarlas ni conocerlas. De hecho, Hesse, viejo, ¡descubrí que la frase del Oráculo de Delfos, Conócete a ti mismo, es una completa pifia! Mira, Hesse: Si nos conociéramos a nosotros mismos, como yo estoy a punto de hacerlo, moriríamos. Nos volveríamos lobos selectivos, seres todopoderosos capaces de elegir si somos simios, aves del paraíso o tigres, o lobos o hombres…lo tendríamos todo. Por ende, no conocemos nuestras múltiples naturalezas, y por ende, nos desconocemos a nosotros mismos. Debo de contarte también que he descubierto que la mitigante dualidad lobo-hombre, no existe. Sí, sé que en tu Lobo estepario, planteas que no existe, que es una ilusión creada por la sociedad. Pero, ¡¿adivina qué?! Pronto ni siquiera la sociedad mantendrá el mito de bifurcación. El common sense, burguesía y vida moderna que tanto tú como yo, Hesse, odiamos, sabrá convivir con el lobo en paz dentro de poco. Sabremos ser lobos, porque los discursos están en decadencia: no hay progreso tecnológico, no hay ideal pacífico, no hay moral…hay materialismo, híperconsumo, una sociedad mediatizada. Llegaste, Hesse a ver cómo los lobohombres se desgarran unos a otros, pero mantienen ideales de paz y hombría. Una cosa horrible, viejo, algo terrible, Hesse. Pero bueno, no está tan mal. Nos comunicamos por computadoras personales y sabemos, al menos en algo que llamamos “antros”, sacar nuestra lobacidad de forma pseudoresponsable. Por cierto, yo odio estos lugares, prefiero las fiestas de lobacidad mediada, en donde bebemos vino caliente, comemos pays alterados y escandimos poesías”. Tal vez Hesse me enseñe a ser lobo, tal vez deje atrás el “lobohombre” postmoderno, tal vez…sólo tal vez.
Bibliografía:
-Hesse, Herman, El lobo estepario, Editores Mexicanos Unidos, México, 1999.
-Foucault, Michel, Los anormales, Colegio de Francia, Fondo de Cultura, México, 1991.
-_____________, Vigilar y castigar, México, Fontana, 1997.
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