viernes, 30 de abril de 2010

Platón o la naturaleza de las ideas

En los últimos límites de este mundo se encuentran todas las ideas, sobretodo, la idea del bien, que se percibe con trabajo, pero que no puede ser percibida sin concluir que ella es la causa primera de cuanto hay bueno y bello en el universo, que ella, en este mundo visible, percibe la luz.

-Platón, De la república o de lo justo. (Diálogos, p. 553).


Los primeros filósofos griegos y su insaciable búsqueda del conocimiento

La memoria social se preserva, gracias a la comunicación. El imaginario colectivo, la historia de los pueblos, y sus discursos formativos, se producen, almacenan y reproducen, por medio del diálogo intergeneracional. Con el paso de los siglos, distintas civilizaciones han consolidado una perspectiva particular de la realidad (cosmovisión), y notables conocimientos en el campo de la ciencia, o de la filosofía. Tan pronto la especie humana llegó a un estado evolutivo que le concedió la facultad de articular un lenguaje, e integrar códigos convencionales, comenzó el fenómeno del aprendizaje. Las civilizaciones, no sólo se limitaron a desarrollar sistemas políticos y legales, principios morales, o religiosos, sino también, a diseñar conjuntos de signos que definieran su comportamiento, ritos tradicionales y creencias (iconografía). Al preservar y transmitir sus saberes, los grupos humanos se demarcaron bajo diversas identidades culturales, que lograron consolidarse a lo largo del tiempo gracias a la educación, o que bien se modificaron, mediante la resignificación de los relatos fundacionales.

Pocas son las civilizaciones que logran “cambiar” sus relatos tradicionales, o bien “evolucionar” en su axiología constructiva. Existen ciertos discursos de identidad que, a pesar de las revoluciones en la dinámica social o política, permanecen intactos; inamovibles. La modificación del pensamiento colectivo, y de la identidad civilizacional en última instancia, derivan en verdaderas luchas sociales. Los revolucionarios, que representan una minoría, pugnan por la reconfiguración de los paradigmas[1] establecidos, y por cimbrar los cimientos de la identidad histórica. Los tradicionalistas, que no sólo son mayoría, sino también la élite del poder, buscarán la legitimación de los paradigmas clásicos y la erradicación de la revolución ilustrada.

El caso de la Grecia antigua es ilustrativo, en lo que respecta a estas revoluciones del conocimiento. Los guardianes de los saberes tradicionales, encargados de legitimar académicamente cualquier descubrimiento o nuevo pensamiento, eran los sofistas. Esta escuela surgió alrededor del 750 antes de Cristo. Consistía en un conjunto de filósofos, matemáticos y estudiosos de la lengua, financiados por el gobierno de Atenas, primordial poli (ciudad-Estado), para definir aquellos conocimientos básicos de la educación griega, fundamentada en el Trivium (artes liberales: gramática, retórica y dialéctica) y en el Quadrivium (artes formales: aritmética, astronomía, geometría y música). Sus integrantes más notables, recibieron el nombre de los Siete Sabios[2] , de los cuales, la mayoría integraba puestos políticos en las oligarquías (grupos de estadistas) y en el Senado. Los conocimientos de esta escuela, estaban fundamentados en “su funcionalidad”. El arte, la música o la conversación, eran considerados saberes inútiles, y por lo tanto, no debían cultivarse. La enseñanza sin fines políticos, arquitectónicos o militares, no tenía ningún sentido. Fue entonces, que un pequeño grupo de pensadores consiguieron “rebelarse”, integrando escuelas clandestinas. Esquilo (525-406 a. de C.), autor de tragedias como Las suplicantes (463 a. de C.), criticaba que los sofistas, que habían conseguido descubrir avances matemáticos como el teorema de Pitágoras, pervirtieran sus conocimientos asistiendo a los cultos dionisiacos, donde bebían y se entregaban al hedonismo (placer carnal). Pindaro, tachaba a los sofistas de charlatanes. Heráclito de Efeso (535-484 a. de C.), por su parte, negaba que todo conocimiento debiera ser “funcional” en un sentido material. Establecía que existen dos tipos de saber, el ontos o conocimiento del entorno, y el logos o “inteligencia”, que era el conocimiento del propio ser, de la esencia. Para llegar al logos, determinaba que el individuo debía buscar la introspección, razonando sobre su propia existencia y condición natural. Parménides de Elea (504-450 a. de C.) más tarde, también se opondría a los sofistas. Determinaría que existen conocimientos, como la filosofía pura, que se ocupan del entendimiento de un “universo inmaterial” y trascendente. Un lugar que sólo podría alcanzarse después de la muerte, y que se conformaba por los más altos valores humanos. Tanto Parménides como Heráclito, negaban la existencia del Olimpo y de los dioses pasionales de la mitología. Preferían creer en un mundo metafísico dominado por la virtud, que según establecían, era la parte espiritual e inaccesible del ser humano[3].

Sócrates (470-399 a. de C.), considerado padre de la filosofía, la dialéctica (arte del debate) y la retórica (arte del discurso), fue tal vez el crítico más agudo de los sofistas, y el iniciador formal de una guerra de conocimientos en Grecia. A diferencia de la corriente sofista, que establecía que los educados “siempre poseían la razón”, Sócrates gustaba de decir, yo sólo sé que no sé nada. Para este filósofo, el hombre era bueno por naturaleza, sin embargo, la ignorancia lo alejaba de su “estado primero”, hundiéndolo en la maldad. Para recuperar la virtud, el hombre no requería del conocimiento enciclopédico, sino de una introspección profunda. Le conocía como mayéutica (“dar a luz”), a su método de autorreflexión, mediante el cual por medio de preguntas retóricas, cualquiera podía llegar a la verdad. “Sócrates estaba siempre disputando con sus amigos, no tanto por rebatir sus opiniones, sino por hallar el método de llegar a la verdad[4]”. La base de la certidumbre, según establecía, consistía en “ser honesto consigo mismo”; en “conocerse a sí mismo”. También, se le atribuye a Sócrates el “arte de la ironía” (ser capaz de observar que, detrás de todo concepto, existen otros conceptos que lo niegan). El filósofo establecía, que el sabio debe ser capaz de poseer un pensamiento crítico y dialéctico. El concepto, según lo define Sócrates, es aquello que “se conoce de verdad”. El hombre, desde niño, se forma de “preconceptos”. Si es que desea revisar la certidumbre de lo que se sabe, se debe “ironizar” sobre lo mismo. Someterlo a la incongruencia, retar su lógica, racionalizarlo, y así, finalmente, verificar su validez.

Platón y su teoría del conocimiento

Platón (427-347 a. de C.) nació en Atenas, bautizado con el nombre de Aristocles Portos, pero apodado de esta manera (plato ó Πλάτων), porque significa “el de espalda ancha”. En su juventud, luchó en las Guerras del Peloponeso (lucha de la liga de Délos, comandada por Atenas, contra las polis del Peloponeso, encabezadas por Esparta), sin embargo, al ser derrotada Atenas, decidió abandonar el oficio militar. Pretendió incursionar en la política, ya que era descendiente directo de Codro, último rey ateniense, pero decepcionado por las mafias sofistas de legisladores, decidió vivir como un ermitaño. A los 21 años conoció a Sócrates, quien se convertiría en su maestro. En el 399 a. de C., Sócrates fue denunciado ante las altas cortes por “corrupción de menores”, considerado culpable y ejecutado. La muerte de Sócrates afectó a Platón en tal manera, que decidió realizar un viaje de diez años por Siracusa, Italia, Egipto y Cirene. Tras servir en la corte del emperador de Siracusa, Dionisio I, plasmó sus reflexiones sobre la política en La república (388 a. de C.), las cuales lo llevarían a ser perseguido como un disidente de la oligarquía. En el 386 a. de C., es atrapado en Egina, donde es condenado a ser esclavo y vendido. Aníceris de Cirene, quien compra a Platón en última instancia, decide darle la libertad y financiar una nueva escuela filosófica para jóvenes, en donde se utilice el método socrático (la racionalización y la introspección). En el 361 a. de C., Platón compra una finca en las afueras de Atenas y decide fundar la Academia –nombrada así, por estar cerca de un templo dedicado al héroe Academo-, una escuela filosófica donde asistieron jóvenes seguidores de Parménides, como Teodoro y Arquites de Tarento. A partir del 340 a. de C., Platón se aisló en la ciudad de Megara, para escribir sus principios filosóficos, a través de sus Diálogos.

En su pensamiento, Platón se encuentra en deuda con Sócrates, ya que conserva la tesis del “conocimiento verdadero” como fin último del hombre, de la virtud como centro espiritual y bondadoso del ser humano, y de la introspección como método para hallar la razón. Sin embargo, Platón añade a la filosofía socrática, un nuevo concepto, el de la idea. Según Platón, todo lo existente y material posee un espíritu. Antes de ser creado o concebido, un Ser superior (“El supremo”) concibe en su mente lo que creará, por lo que en espíritu lo creado existe, aún antes de materializarse. La idea es la versión abstracta de lo material, es su espíritu. Aquello que no puede asirse, como el amor o los valores, son ideas que esperan “materializarse” mediante la práctica. La idea no puede plasmarse, sin embargo, “se comprende”. Es entonces, “objeto inteligible y pieza del entendimiento, de modo que el discurso o raciocinio lógico es la búsqueda del logos o de la razón, que hay en todas las cosas[5]”. Para llegar a la razón, el ser humano debe hallar “las ideas”, la parte espiritual del mundo. Sin embargo, Platón plantea que todas las ideas se encuentran al interior del individuo desde que éste fue creado, por lo que para llegar al conocimiento, el hombre no requiere de “conocer su entorno”, sino de “conocerse a sí mismo”, máxima socrática. “Para que el intelecto tenga la posibilidad de encontrar la idea, debe recordar ideas innatas, anteriores a la vida terrena[6]”. En la filosofía platónica, el hombre antes de nacer se forma por ideas. Éstas, son virtudes, que se encuentran “atrapadas” en el espíritu humano, y que sólo se exteriorizan cuando el individuo entra en contacto con sus emociones. El mundo inteligible, o “plano de las ideas”, es el estado virtuoso del ser humano. Por medio de la introspección, éste puede hallarlo. En ocasiones, dentro de la materialidad se asoman “sombras” de inteligibilidad, de virtud: “Cada vez que se vive en lo sensible –dice Platón-, se asoma una sombra inteligible del mundo de las ideas; las nociones (ideas llevadas a la práctica), se descubren recordando la idea en el mundo sensible, en un estado de gozo contemplativo.[7]

Existe una pugna permanente entre el mundo material y el ideal, en donde el primero representa la corrupción y el segundo, la plenitud. Las necesidades corporales, como el deseo sexual o el hambre, son, según Platón, el esfuerzo de la materia por retener al hombre a lo asible, y alejarlo de sus ideas. El más sabio, es aquél que logra reprimir las necesidades de la materia, y que se goza en el mundo de las ideas. Este virtuoso, el filósofo, tiene la obligación de enseñar a otros individuos a “entrar en contacto con sus ideas”, para hacerlos sabios. Esto, lo explica a través de su Analogía de la caverna (República, Libro VII). La vida material es una caverna en la que los hombres están presos desde pequeños. Gracias a un fuego escueto (la vida en sociedad), los hombres hallan mediante sombras, la consciencia de un posible túnel que los conduzca a la salida de la prisión. Sin embargo, sólo el más valiente de ellos, se aventura a buscar esa salida, prometiendo con regresar a liberar a los demás. Cuando vuelve, la mayoría lo desprecian, pero algunos lo siguen, hallando así, la sabiduría. La caverna representa el mundo sensible y el exterior, el inteligible. “El fuego representa el bien, la idea perfecta que ilumina el mundo sensible y puede conducir a la libertad. El prisionero que escapa, es el filósofo que tiene la intuición de las ideas, pero que es despreciado por el resto de prisioneros ciegos, que son el resto de la humanidad.[8]” ¿Cómo plantea Platón que el hombre puede pasar de ser prisionero, a ser liberado? Por medio del conocimiento dialéctico.

“La dialéctica es la ciencia para conocer las ideas[9]”, y se define como la racionalización, por medio de la oposición. El sabio es aquél que conoce las cosas, de acuerdo al conocimiento de “lo que no son”, o de lo que significa desconocerlas. Platón parte de una “gran oposición”, que es la dualidad del mundo: las ideas (mundo inteligible) y la materia (mundo sensible). “Se puede decir que para Platón, hay una oposición continua entre lo sensible y lo inteligible, entre el ser y el devenir[10]”. Si el ser humano es capaz de “oponer” conceptos, es entonces, capaz de conocer. En el diálogo “Eutifrón”, Platón y Sócrates piden al sacerdote Eutifrón que defina la piedad. Éste es incapaz de hacerlo, por lo que Sócrates le dice “se conoce la piedad por medio de la impiedad, que es todo lo dañino. La piedad, que es el conocimiento que ilumina a la vida y la dota de virtud, es todo lo que no hace daño, sino mejora.[11]” La dialéctica, dianoia, es para Platón, otra forma de referirse al logos. Si el logos es el conocimiento cierto de todas las cosas, se puede concluir que la dialéctica es el método para llegar a la certidumbre. “(…) La dialéctica es la ciencia que permite alcanzar la esencia de cada cosa, lo cual dicho en otros términos significa que la dialéctica tiene como objeto propio el ser, y por tanto, la verdad[12].”

El amor en el pensamiento de Platón, es la muestra más sublime de las ideas, en el mundo sensible. Aquél que ama, es quien concibe la realidad a través de la inmaterialidad, de la idea, y no sólo a partir de lo asible. Sin embargo, el amor perfecto, es aquél que no debe materializarse o “practicarse”, sino que debe retenerse únicamente en el ser. El que ama y “consuma” su amor a través del sexo, pervierte el ideal virtuoso y lo confunde con una necesidad corporal y material. Por ende, se le conoce como amor platónico, al amor secreto, que no sobrepasa la relación del maestro con el alumno, un amor puro de uno por el otro, que antepone el amor al conocimiento, a la pasión mutua. Dice Platón en “Simposio” o “Banquete”: “el amor verdadero, se consuma si el amante es verdaderamente capaz de dar ciencia y virtud a la persona que ama, y si la persona amada tiene un verdadero deseo de adquirir instrucción y sabiduría.[13]

Platón y la comunicación

Previo a los teóricos de la comunicación del siglo XIX, como Ferdinand de Saussure, que se encargaron de analizar cómo es que el hombre almacena conceptos y es capaz de transmitirlos, Platón ya planteaba un pilar de la lingüística estructural: el conocimiento por oposición. La llamada “relación de oposición” de Saussure, se basa íntegramente en la dialéctica platónica. El ser humano conoce “descartando” lo nuevo, de aquello que ya conoce. Busca entender aquello que no conoce, cuando al “oponerlo” ante sus conocimientos previos, se percata de que le es desconocido. La verdad, o bien, el conocimiento válido, es el resultado de una oposición continua de los nuevos conocimientos, contra las verdades preexistentes en el saber. En esto, la teoría positivista del conocimiento, que funge como el pilar de las ciencias exactas, se encuentra en deuda con Platón, ya que junto con Sócrates, fue el primer filósofo en plantear que la “verdad”, era el fin último de la razón. En “Fedro”, Platón menciona: “hasta que un hombre conozca la verdad de los particulares (conceptos), y sea capaz de definirlos, será capaz de manejar argumentos para propósitos de enseñanza o persuasión.[14]

Según Lonergan, Platón sienta las bases del “conocimiento científico”, al plantear la racionalización del mundo que rodea al ser humano, sin embargo, falla al alejarse del “mundo físico”, y al plantear que es en el “mundo ideal”, que se encuentra la verdad. Si lo verdadero se halla en un universo inasible, incapaz de comprobar su propia existencia, entonces, la existencia misma de la verdad peligra:

El acto de la operación del raciocinio es el juicio, y éste es el que permite saber que el conocimiento ha sido alcanzado, y por ello, Platón al no distinguir este nivel de la inteligencia, donde se opera con conceptos tangibles, confundió la síntesis, la compenetración de las distintas formas, con el correspondiente agregado de juicios. Su falla para aprehender la naturaleza del juicio. Su falla para aprehender la naturaleza del juicio, resultó en una desviación del universo concreto a un cielo ideal[15].

Las “ideas”, entendidas como preconcepciones de lo existente, no pueden catalogarse como espíritus inasibles, sino como referentes concretos, para fines comunicativos. No se puede hablar de un amor “ideal”, impalpable, pero sí de un conjunto de “referentes concretos”, que resultan del amor o son sus implicaciones: el bienestar, la relación de pareja, el erotismo, la paternidad. Las ideas se vislumbran como “imágenes acústicas”. Son verdades sociales o conceptos, que al retransmitirse y validarse por una comunidad, terminan integrando un “conocimiento colectivo”, cuya certidumbre es indiscutible. Platón, sin embargo, al plantear la dualidad “idea/materia”, da pie a la racionalización de todo concepto como una dualidad, conformada por la “idea”, que es la concepción mental y abstracta que se tiene del objeto, y por “la cosa”, que es la representación asible del mismo. “La dialéctica traduce con éxito la noción de comunicación, y se convierte en una primera ciencia de la comunicación.[16]” El estudio de la comunicación es dialéctico, gracias a Platón. Se concibe como un juego de dicotomías: la palabra escrita y la pronunciada, el referente y el pensamiento, el significado y el significante.

La Alegoría de la Caverna, por otra pare, también sienta las bases para otro interesante aspecto de la acción comunicativa: la incomunicación. El prisionero se encuentra “incomunicado” con el mundo exterior, pero bien puede comunicarse con otros prisioneros. El virtuoso liberado, por otra parte, debe sacrificar su comunicación con la mayoría, a cambio del conocimiento verdadero. Según Yurén, los prisioneros pueden asociarse con todos aquellos que se someten a discursos hegemónicos, dictaminados por élites políticas o por los medios de comunicación masiva. El que logra salir del estatus quo de ignorancia y descubre el conocimiento, vive en plenitud, sin embargo, su capacidad de juicio lo aleja de los prisioneros, lo “incomunica”. “La Alegoría de la caverna es premonitoria de lo que acontece actualmente con la influencia de los medios de comunicación social en grandes grupos de personas que toman por realidad las representaciones de la misma, sin estar mínimamente dispuestos a dudar si las sombras de la pantalla, distan mucho de la verdad[17]”. Puede ser que el modelo platónico de “ilustración”, incomunique a aquél que siga el camino de la filosofía, sin embargo, lo comunica con un nuevo mundo, el del conocimiento. Platón rescata la “comunicación intrapersonal”, por encima de la comunicación social. Alguien que deseé comunicarse, debe primero, saber comunicarse consigo mismo.

Otra aportación platónica a la teoría de la comunicación es, la distinción entre retórica y dialéctica. Los sofistas entendían por retórica, “el arte del discurso”, por lo que enseñaban oratoria y gesticulación. Platón plantea que la retórica lleva a la demagogia, ya que es sólo la forma del discurso, mientras que su contenido, debe ser veraz, dialéctico, explicativo. De esta forma, Platón distingue entre la “locución” del discurso, que es la emisión pública del mismo, y la “perlocución”, que es el contenido implícito y sus pretensiones.

Platón se adelantó a su tiempo. Su pensamiento, capaz de abstraer cualquier fenómeno y razonar para llegar a la verdad, pareciera más propio del Renacimiento, de la Ilustración o del mundo moderno, que de una civilización antigua que aún creía en una mitología mágica, como discurso de identidad. Lo más curioso, es que Platón resulta más intuitivo, crítico y certero, que muchos otros pensadores posteriores, que se basaron en la escolástica providencial para definirlo todo. Platón “reflexiona sobre el lenguaje común y la cotidianeidad (la vida de los hombres en la caverna), y sobre cómo se conforman los valores comunes, mismos que son dados por auténticos, ante la carencia de juicio crítico[18].” El método platónico es la base del análisis crítico del discurso, del método científico, de la problematización y de la lógica que posteriormente, comenzará con Aristóteles. Lejos de perder vigencia, parece que el legado de Platón es, cada día más aplicable a la epistemología contemporánea.

Bibliografía:

-Yurén, Adriana, Conocimiento y comunicación, Editorial Alhambra Mexicana, México, 1994.

-Platón, Diálogos, Editorial Porrúa, México, 1990.



[1] Kuhn (1962) define al paradigma como el conjunto de ideas dominantes, que integran los saberes hegemónicos y legítimos en un grupo humano, durante un tiempo específico, y en un lugar en particular.

[2] Cleóbulo de Lindos (filósofo), Solón de Atenas (filósofo y legislador), Quilón de Esparta (estadista), Blas de Pirene (legislador), Tales de Mileto (filósofo y matemático), Pitaco de Mitilene (estadista) y Periando de Corinto (estadista).

[3] Ver Los presocráticos en Yurén, pp. 19-21.

[4] Diógenes Laercio, cit. Por Yurén, p. 23.

[5] Yurén, p. 26.

[6] Ibídem.

[7] Ibídem.

[8] Ibíd., p. 27.

[9] Ibídem.

[10] Ibídem.

[11] Sócrates, cit. Por Platón, en Yurén, Ibídem.

[12] Ibíd., p. 30.

[13] Platón, p. 359.

[14] Yurén, p. 41.

[15] Lonergan, cit. Por Yurén, Ibídem.

[16] Ibíd., p. 42.

[17] Ibídem.

[18] Ibíd., p. 43.

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